La semana del 16 de agosto se esperaban una serie de tormentas para la zona central de Chile, incluida la Región Metropolitana. Si bien había alertas de aluviones en la zona precordillerana, se esperaba con ansias el agua porque el déficit de precipitaciones bordeaba hasta 80% en algunas zonas. La lluvia llegó, pero lejos de la intensidad esperaba.
Con 12 años de mega sequía ininterrumpida y con un decreto de escasez de agua publicado, hoy cada tormenta cuenta en Chile. Pero las proyecciones dicen que esta realidad se volverá permanente, aunque se den años más lluviosos.
El cambio climático está mermando sostenidamente las precipitaciones por lo que el país no solo tendrá que lidiar y adaptarse a este nuevo escenario, sino que también deberá revisar sus planes para alejarse del racionamiento de agua y electricidad. Y también para lograr su carbono neutralidad en 2050.
Mejora mínima en la sequía
Según datos de la Dirección General de Aguas (DGA) del 23 de agosto, las recientes lluvias aumentaron el volumen promedio de agua de las represas en 18%. Entre ellos, están los usados para generación eléctrica como Rapel, que pasó de 57,3% al 83,2% de su capacidad, o el Embalse Colbún, que aumentó de 32% al 50%. Ambos están en el centro del país.
Aún así, el panorama está lejos de ser auspicioso. Días antes el Ministerio de Energía publicó un decreto que busca evitar el racionamiento eléctrico y que tiene vigencia hasta el 31 de marzo de 2022. El objetivo es reducir los impactos del déficit para los usuarios, incentivar el aumento de la capacidad de generación y estimular el ahorro voluntario.
La minería, la principal exportación de Chile, ya comenzó a sufrir por la falta de agua. Si bien muchas de las minas han instalado plantas desaladoras, o lo harán, algunas ya comenzaron a proyectar caídas en su producción por falta del recurso hídrico. Es el caso de Antofagasta PLC que modificó su rango de producción de cobre de 730.000-760.000 a 710.000-740.000.
Estamos enfrentando la sequía más intensa y extensa de nuestra historia
El 26 de agosto, a pocos días de que las lluvias llenaran un poco los embalses, la ministra de Agricultura, María Emilia Undurraga, declaró emergencia agrícola por déficit hídrico en las regiones de Coquimbo, Valparaíso, O’Higgins y Maule. Ello se suma a la región de Los Lagos que ya estaba bajo esta condición. La ministra advirtió que esta ya no es una emergencia puntual, sino una realidad estructural debido al cambio climático.
“Estamos enfrentando la sequía más intensa y extensa de nuestra historia”, dijo Guillermo Donoso del Centro de Derecho y Gestión de Aguas de la Universidad Católica. “Pero además las proyecciones (por el cambio climático) son de reducción en las precipitaciones en las zonas centro norte y centro sur, y con aumentos de temperatura en todas las regiones del país”, agregó.
Si bien es posible que haya fluctuaciones, es decir años más lluviosos, no se sabe cómo van a evolucionar tanto la sequía como la disminución de precipitaciones, dijo René Garreaud, subdirector del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia. “Esto porque si bien hay una señal de cambio climático, también se suma la variabilidad natural del clima”.
Esto dependerá directamente de las emisiones contaminantes mundiales y de cuánto finalmente suba la temperatura promedio del planeta. “Si bien no son pronósticos absolutos, sino proyecciones, si la temperatura aumenta entre 1,5 a 2 grados, Chile tendrá más sequías, pero si sube más el escenario para el país será aún peor”, advirtió el climatólogo.
Distintos frentes
La escasez de agua va mucho más allá que las proyecciones climáticas, y recién se la está viendo de esa forma en Chile.
Uno de los factores a considerar es que la tasa de crecimiento del consumo de agua va a la par con la tasa del crecimiento económico de los países. “Esto está ocurriendo en Chile, pero en un contexto de un déficit hídrico creciente, por lo que el aumento de consumo no será factible de mantener”, explicó Guillermo Donoso.
Más y mayores embalses, desaladoras y la reutilización de aguas residuales es parte de la gestión de la oferta de agua en la actualidad en Chile. “Pero estas soluciones no son sustentables en el tiempo si no se incorpora la gestión de la demanda”, advirtió Donoso.
En las urbes chilenas el consumo promedio es de 170 a 180 litros al día por persona, uno de los más altos de los países de la OCDE. “Incluso hay zonas donde se superan los 300 litros”, dijo Donoso. Y si a eso se le suma que las redes de distribución tienen una pérdida de 35%, claramente solo manejar la oferta no es suficiente.
Chile no tiene una cabeza que dirija todas las instancias administrativas que manejan el agua, dijo Elizabeth Garrido, directora de la Escuela de Ciencias Ambientales y Sustentabilidad de la Universidad Andrés Bello. “No hay una coordinación central y cada una maneja el tema desde su propio interés, consumo humano, riego y contaminación, entre otros. Por eso es muy importante avanzar en una institucionalidad”, agregó.
Parte de esto es lo que está buscando resolver la Mesa Nacional del Agua, instancia formada en octubre de 2019, y que está buscando priorizar los temas con la ayuda, entre otros, de consultas públicas. En paralelo se está discutiendo en el Congreso la reforma al Código de Agua, el que actualmente permite la propiedad privada del recurso.
El agua como un derecho humano no sólo busca asegurar el consumo, sino también las atribuciones de los actores vinculados para garantizar, explicó Guillermo Donoso.
Si la temperatura aumenta entre 1,5 a 2 grados, Chile tendrá más sequías, pero si sube más el escenario para el país será aún peor
“Es importante pensar en proponer una bajada que defina claramente cómo se logrará esto; cuánto será el consumo garantizado, los 50 a 100 litros por persona que establece la Organización Mundial de la Salud, y si solo se deberán proveer a través la red o los camiones aljibes también se considerarán”, agregó. Para el experto estos son elementos claves a definir, si no se generarán nuevos conflictos.
Elizabeth Garrido concuerda sobre todo porque en Chile, por sus condiciones naturales, pero también por su organización, el agua no está bien distribuida. Por ello es necesario tener la posibilidad de adaptarse según el contexto de cada zona geográfica.
Y en parte eso ya se ha comenzado a hacer. Hoy Antofagasta, ubicada en el extremo norte del país con unos 425 mil habitantes, es abastecida en 85% por Nueva Antofagasta, la planta desaladora más grande de Latinoamérica. Mientras que Tocopilla, un poco más al norte y con 20 mil habitantes, tiene el 100% de su demanda cubierta con agua de mar.
Pero en el lado de la producción eléctrica la emergencia es mayor. Chile se autoimpuso ser carbono neutral para 2050 y para ello, entre otros, tiene en marcha un plan del cierre de sus generadoras a carbón.
Pero con la disminución de los embalses, incluso se llegó a plantear la reapertura de una de las plantas ya cerradas. Aunque la decisión no prosperó, la alternativa no es mucho mejor. Según estimaciones del Coordinador Eléctrico Nacional, en octubre el diésel podría llegar a representar un 18,7% de la matriz energética, o casi 9% más de lo actual.
El último informe del IPCC muestra que los escenarios para Chile no son alentadores, con más sequías y más olas de calor. Por ello Maisa Rojas, autora del informe, aseguró que el camino a la carbono neutral requiere de un acompañamiento científico cercano para que las decisiones políticas se tomen en base a evidencia científica.