La reciente visita del Secretario de Estado de los Estados Unidos, Rex Tillerson, a cinco países latinoamericanos, pocos días después de la Segunda Reunión Ministerial del Foro China-CELAC en la capital de Chile, ha impulsado a los analistas a preguntarse cuál y cómo debería ser la respuesta de Washington ante la creciente presencia china en América Latina.
La idea de oponerse a la influencia china, basada en la premisa de que China está construyendo activamente “un mundo que tanto los latinoamericanos como otros ciudadanos no encontrarían conveniente”, tal como escribió el experto estadounidense R. Evan Ellis en un reciente artículo, se ha convertido en una tendencia. La estrategia de defensa nacional por parte de la administración Trump llegó a calificarlos como “depredadores” con el fin de describir el enfoque de China en la región.
Sin embargo, en lugar de “contrarrestar” los avances de China en la región, deberíamos comprender mejor las intenciones y el impacto de Pekín, y perseguir una estrategia equilibrada y enfocada hacia un compromiso constructivo centrado en América Latina, en lugar de China.
Varios puntos son dignos de mención. En primer lugar, la reivindicación que establece que lo que China está tratando de construir en América Latina contradice indeseablemente las declaraciones oficiales de Pekín en torno a la región. Estos ofrecen una impresión de gran alcance para la cooperación del desarrollo y abordan cuestiones tales, como el avance científico, la integración física, la seguridad humana y el desarrollo sostenible, sobre muchos de los cuales Estados Unidos no ha priorizado y que los países de América Latina necesitan urgentemente.
En segundo lugar, e incluso hoy en día, la mayor parte de América Latina, considerando que tuviera que depender de algún país, depende más de los EE. UU que de China. Esto está arraigado en la geografía, la historia y la proximidad cultural de los países del hemisferio. Además, la dependencia es mutua.
La mayor parte de la inversión extranjera directa de la región aún proviene de los Estados Unidos. América Latina constituye casi el 25% del comercio total de los Estados Unidos y sus productores exportan tres veces más a América Latina que a China. La economía de México, por ejemplo, está profundamente vinculada con la de los Estados Unidos. Un aliado clave de Washington en América del Sur es Colombia, que hoy vende el 33% en valor de sus productos a los EE. UU. y recibió tanto como USD $ 10 mil millones en los últimos 15 años para combatir la producción y el tráfico de drogas. Y existe otra verdad incómoda: Estados Unidos es el mayor comprador de petróleo crudo de Venezuela, que representa casi una cuarta parte de los ingresos del régimen de Maduro.
El temor sobre la presencia de China en la región también se encuentra en desacuerdo con las voces más relevantes de la región. En respuesta a los comentarios de Tillerson, el secretario de Comercio de Perú calificó a China como un “buen socio” para su país, y Alicia Bárcena, directora de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de las Naciones Unidas, convocó a la llegada de más inversiones chinas en la región. Estados Unidos ha sido el socio más importante de la región. Pero en el contexto de una era signada por el desinterés estadounidense en la región, la creciente presencia china parece bienvenida.
Más que en cualquier otro momento de la historia reciente, el discurso de los Estados Unidos hacia América Latina exhibe hoy una total falta de autorreflexión. El secretario Tillerson innecesariamente invoca el fantasma de la Doctrina Monroe – una política exterior del siglo XIX que se comprometió a defender a las naciones recién independizadas en el hemisferio occidental de los parámetros coloniales europeos- cuando de forma simultánea movía el dedo hacia América Latina para abrirle la puerta a China (supuestamente imperialista).
Si el repudio hacia la Doctrina del ex secretario de Estado John Kerry en 2013 despejó el camino para un nuevo tipo de compromiso con América Latina, los recientes errores diplomáticos de los Estados Unidos en la región nos han lanzado a una era anclada en el pasado. Reivindicar la “Doctrina Monroe” como un “éxito” sin examinar con un ángulo crítico las consecuencias menos atractivas de la Doctrina – que cuenta con la posibilidad de permitir la intervención de los Estados Unidos en los asuntos internos de varias naciones latinoamericanas- constituye un enfoque demasiado selectivo. El golpe de Estado de 1973 en Chile y la guerra de los Contra en Nicaragua respaldada por Estados Unidos son sólo algunos de los controvertidos legados de la Doctrina.
Aunque pueden parecer referencias a históricas lejanas, estos eventos transformaron a los países de América Latina. Excluirlas es encubrir u olvidar voluntariamente algunos de los elementos problemáticos y a veces más desagradables de la política estadounidense en la región.
En contraste con la Doctrina Monroe, la política de China en América Latina no admite operaciones encubiertas, ni intervencionismo militar. El énfasis sobre el comercio y el desarrollo debe ser tan útil para China como beneficioso para sus socios comerciales. Pekín no ofrece un modelo autoritario para la venta.
Tampoco tiene el deseo o la capacidad de reemplazar a los líderes con los que está en desacuerdo fuera de su propio territorio.
Si bien es cierto que Pekín se ha encontrado en situaciones difíciles en países como Ecuador debido a la corrupción que impregna a las grandes empresas y a la política, y desea poder liberarse del atolladero de los manejos políticos de Maduro en Venezuela, hay pocas razones para creer que la influencia de China amenaza a las democracias latinoamericanas.
Aparentemente, Estados Unidos preferiría ser un chaperón para América Latina en lugar de constituirse como un uno entre iguales, ya que no parece confiar en América Latina en una habitación vacía con China, especialmente en el Foro CELAC-China. Basar las relaciones en ese precepto, básicamente prohíbe la cooperación respetuosa entre ambos. En este contexto, ¿resulta sorprendenteque el ministro de Comercio de Perú haya salido a defender su relación comercial con China?
Asimismo, China también podría ejercer algo de autorreflexión. A pesar de que ha obtenido ganancias impresionantes en la región, también ha llevado a cabo algunas decisiones impopulares y enfrenta crecientes cuestionamientos por parte de los mismos latinoamericanos.
La apetencia de China por las commodities amenaza la cuenca del Amazonas y los frondosos bosques peruanos. Los proyectos de infraestructura de generación de energía en Ecuador y Argentina podrían ser problemáticos desde el punto de vista ambiental y en términos de obligaciones financieras. La Iniciativa Un Cinturón, Una Ruta que ha llegado a enmarcar casi todos los esfuerzos de China en el extranjero es mucho más ambiciosa que la máxima que establece “no intervención política, solo negocios”.
Durante décadas, EE. UU. ha defendido los beneficios de la competencia, los mercados libres y las ganancias financieras. Ninguno de estos parámetros son leyes de la naturaleza, pero constituyen las ideas predominantes de la economía moderna. Entonces, si China se está estableciendo en un territorio en el cual EE. UU. ha ejercido su influencia durante mucho tiempo, EE. UU. debería revisar su producto y marca, y salir a competir.
No se puede negar que el creciente compromiso de China con América Latina, como cualquier choque imprevisto, ha alterado el equilibrio regional y plantea un serio desafío al liderazgo de los EE. UU. en la región. Sin embargo, el balance anterior lejos estuvo de ser ideal, y necesitaba una recalibración. En este momento, América Latina podría encontrar el equilibrio adecuado al recibir y comprometerse tanto con los EE. UU. como con China.
Los académicos en China están explorando activamente la idea de que América Latina es “el patio trasero de nadie”, como lo ha afirmado EE. UU.
Esto resuena en muchos latinoamericanos ya que reconoce y atribuye importancia a una América Latina autosuficiente que no confía en los poderes externos. Si Estados Unidos desea seguir siendo un actor relevante y un líder regional, también debe reconocer esta apelación única.
La mera insinuación del conflicto militar entre China y Estados Unidos, que implicaría una guerra entre dos potencias nucleares, debería ser suficiente para congelar esa línea de pensamiento. En lugar de apresurarse a oponerse a las incursiones chinas en la región, Estados Unidos debería aprovechar la oportunidad para examinar críticamente su enfoque hacia América Latina y repensar el status quo en el hemisferio occidental.
Las propuestas de China tienen muchos méritos y Estados Unidos podría demostrar su grandeza no obstaculizando los esfuerzos de otros en el compromiso con la región, sino involucrando a los miembros de la región, y también a China, para construir un futuro económico, social, político y ambientalmente responsable para el hemisferio.
Nota del editor: Esta es una versión editada de un artículo publicado originalmente en Global Americans en respuesta a un artículo que se publicó en el sitio titulado, “Es hora de pensar estratégicamente la lucha contra los avances chinos en América Latina” por Evan Ellis. Las opiniones expresadas tanto en este trabajo, como en el trabajo original son exclusivas de sus autores.