El 31 de agosto de 2025, las llamas alcanzaron el Área de Conservación Ñembi Guasu, un área protegida del este de Bolivia, ubicada en el departamento de Santa Cruz, bajo jurisdicción indígena. Durante once días ardieron pastizales y monte bajo, impulsados por el viento y la biomasa acumulada.
“Cuando uno ve el fuego venir, da miedo. Pero aprendimos a no correr. A enfrentarlo con respeto. A veces el fuego enseña más que cualquier escuela”, dice Juan Carlos Chané, guardabosques de la provincia de Guarayos, en Santa Cruz, relativamente cercana a la reserva Ñembi Guasu. Durante los últimos tres años, Chané ha formado parte de un grupo de voluntarios indígenas que ayudan a cuidar la reserva: supervisan el estado de la flora y la fauna y visitan las zonas que registran temperaturas especialmente altas. Los voluntarios trabajan en colaboración con el Centro Operativo Ñembi Misi, creado por el gobierno de la Autonomía Guaraní Charagua Iyambae, la principal autoridad local. Organizaciones de la sociedad civil también apoyan esta labor.
Los guardianes de Ñembi Guasu fueron los primeros en responder. Abrieron cortafuegos —franjas sin vegetación que interrumpen el avance—, ponderaron la posibilidad de generar contrafuegos —quemas controladas que consumen el material delante del frente— y aseguraron la línea negra —el borde ya quemado que se limpia para que no rebroten las brasas—.
“Trabajamos sin descanso, durmiendo poco, reuniéndonos entre árboles ennegrecidos para trazar estrategias, compartiendo recursos y concentrando toda la energía en contener el frente”, recuerda Hugo Sánchez, bombero forestal y técnico en manejo del fuego.
El operativo exigió coordinación constante: hubo relevos con motocicletas y cuatriciclos para mover personal y agua entre puntos separados por horas de caminata, y la topografía obligó a abrir accesos a mano, con pala y azadón, para anclar cortafuegos.
“Se veían animales calcinados, el monte destruido. El fuego no perdona”, lamenta Eliezer “Pirulico” Suárez Cuéllar, bombero y guardaparque.
No es la primera vez que se enfrentan a una situación de este tipo: comentan que, en 2019 y 2021, Ñembi Guasu registró incendios de gran magnitud —este último afectó alrededor de 220.000 hectáreas—.
A nivel nacional, 2024 marcó el pico histórico de superficie quemada en Bolivia, principalmente en los departamentos de Santa Cruz y Beni, con estimaciones de 12,6 millones de hectáreas —aproximadamente el territorio total de Corea del Norte—, según el Ministerio de Medio Ambiente y la Fundación TIERRA.
Al undécimo día, el fuego fue controlado, ayudado por las lluvias, que coronaron la labor de los guardianes. El balance final fue de unas 1.700 hectáreas afectadas, según confirmó Jorge Sea, ingeniero forestal local y bombero que trabaja para Nativa, organización que colabora codo a codo con la Autonomía Guaraní Charagua Iyambae, aportando conocimiento técnico e insumos. Felizmente para ellos, el área protegida resistió.
Dedicados guardianes
Ñembi Guasu se encuentra en el Gran Chaco, un bioma que contiene el segundo bosque más grande de América del Sur y se extiende por Bolivia, Paraguay, Argentina y Brasil. Ñembi Guasu es una zona de transición, un mosaico de tierras con características ecológicas y biológicas particulares. Aquí se encuentran los bosques secos chiquitanos y el espinoso Gran Chaco, que dan paso a los humedales tropicales del Pantanal boliviano. Las zonas de transición (también conocidas como ecotonos) como Ñembi Guasu tienen un valor ambiental excepcional, ya que en ellas se mezclan y diversifican distintos sistemas naturales.
A Ñembi Guasu se accede desde la localidad de Roboré (también en el departamento de Santa Cruz, cerca de la frontera con Brasil), por un camino de tierra, que requiere ruedas resistentes. La vegetación densa y espinosa acompaña el trayecto hasta la entrada del “gran escondite”, nombre que en guaraní designa a este territorio.
“Este lugar es el corazón del Chaco. Si se daña, todo alrededor se enferma”, resume Alejandro Arambiza, director del Área de Conservación Ñembi Guasu.
Bolivia reconoce constitucionalmente 36 pueblos indígenas y ocho autonomías legalmente constituidas. La pionera de estas últimas es la Autonomía Guaraní Charagua Iyambae (que lleva el nombre de la localidad de mayoría guaraní en Santa Cruz), que administra Ñembi Guasu, junto con los parques nacionales Kaa Iya del Gran Chaco y Otuquis.
Según el Estatuto de la Autonomía Guaraní Charagua Iyambae, el kaa iya (vocablo guaraní) nombra al “dueño espiritual” del monte y expresa una relación de reciprocidad: el bosque es un ser vivo con el que se convive y al que se debe respeto.
Esa cosmogonía —la idea de que la naturaleza es espíritu— se traduce en la gestión: zonas vedadas, nacientes de agua resguardadas y decisiones comunitarias sobre qué usar, cuándo y cómo.
Allí trabajan los guardianes del monte, hombres y mujeres que combinan saber ancestral y formación técnica para protegerlo. El centro operativo Ñembi Misi, a siete kilómetros de Roboré —puerta de entrada a Ñembi Guasu—, concentra planificación, capacitación y revisión de cámaras trampa. Desde allí, las brigadas patrullan durante semanas, registran fauna, detectan focos de calor y salen a enfrentar el fuego cuando avanza.
“Antes yo cazaba. Ahora cuido”, dice Franz Chumira, guardaparques guaraní del Isoso, una de las seis zonas de la Autonomía Charagua Iyambae. “Me gusta pensar que soy como el jaguar: camino en silencio, pero protejo mi territorio.”
“Ñembi Guasu nació desde la filosofía guaraní del Yaiko Kavi Päve, es decir, la filosofía del ‘buen vivir’: conservar, pero también convivir en equilibrio con el monte”, explica Sea, integrante de Nativa.
Un territorio vivo
Ñembi Guasu conecta las cuencas del Amazonas y del Plata, resguarda las nacientes de los ríos San Miguel y Parapetí. Junto con los parques nacionales Kaa Iya del Gran Chaco y Otuquis conforma un corredor ecológico que supera los seis millones de hectáreas.
Entre sus ecosistemas más singulares está el Abayoy, un bosque de poca altura, endémico del Chaco boliviano, donde crecen el tajibo rosado (Handroanthus abayoy), el paquiocillo y el quebracho colorado. En la hojarasca se mueven el jaguar (Panthera onca), la anta o tapir (Tapirus terrestris), el tatú carreta (Priodontes maximus) y el oso bandera (Myrmecophaga tridactyla). También habitan serpientes nativas y aves chaqueñas como el chajá (Chauna torquata).
La Autonomía se preocupa por la protección del Abayoy, el resguardo de grandes mamíferos como el jaguar, la anta, el tatú carreta y el oso bandera, y la preservación de los pueblos que dependen del monte.
La comunidad indígena Totobiegosode, perteneciente al grupo étnico Ayoreo, vive dentro de esta área protegida en aislamiento voluntario y su forma de vida requiere la integridad del bosque.
“Este bosque parece dormido, pero está lleno de vida”, describe Rubén Darío Montero, responsable del monitoreo con cámaras. “De noche se escucha todo: los monos, los pumas, los loros.”
Montero ha identificado al menos ocho jaguares y varios pumas. “Una vez los vi a cinco metros. Primero fue miedo, después respeto”, recuerda.
La amenaza constante
El equilibrio que resguarda Ñembi Guasu es frágil. Los desmontes y los asentamientos ilegales presionan sobre el bosque seco y aumentan la vulnerabilidad ante el fuego. Aunque la reserva —debido a la labor de sus protectores— se salvó de los grandes incendios de 2024 que arrasaron Santa Cruz, el fuego irrumpió al año siguiente, mostrando que el riesgo nunca desaparece.
“Las llamas llegan desde los límites de Roboré o Charagua, impulsadas por el viento y la sequedad. A veces basta una chispa para que todo se descontrole”, advierte Sánchez.
En la región, la temporada de quemas se concentra entre junio y septiembre: la acumulación de biomasa y la baja humedad elevan el peligro.
“Estamos en pausa ambiental, pero igual hay gente que desmonta y quema sin permiso. Mi tarea es detectar los focos de calor y avisar a tiempo. Cuando se confirma un incendio, los guardianes entran con todo”, dice Romualdo Enríquez, técnico ambiental de la autonomía que supervisa el territorio desde Charagua.
Los reportes de campo de Ñembi Misi señalan focos perimetrales vinculados a ampliaciones de frontera agrícola y asentamientos en los bordes del área protegida, donde la detección temprana es clave para evitar el ingreso del fuego.
“Aquí la mayoría de los incendios son provocados. Algunos queman para abrir campo y ahorrar maquinaria. Pero el bosque tiene memoria: si se quema una vez, tarda años en volver. Las fronteras las pone el ser humano, no la naturaleza”, subraya Suárez Cuéllar.
Desde Ñembi Misi se organiza la logística: agua, combustible, herramientas y relevos. Rose Mary Braner Weber es la encargada de coordinar vehículos y llevar agua y pilas con llamas de treinta metros a la vista.
Cuando las llamas se aproximan, la respuesta se activa desde el territorio. El Gobierno Autónomo de Charagua Iyambae, los bomberos y organizaciones de la zona ponen en marcha su sistema de alerta temprana y comunicación comunitaria: guardianes, autoridades y vecinos coordinan por radio y teléfono.
“La respuesta no viene de arriba, sino del territorio. Los guardianes, el gobierno indígena y las comunidades se organizan con rapidez”, precisa Pamela Rebolledo, bióloga y encargada de proyectos de Nativa. Habla de un verdadero ejemplo de soberanía ambiental a nivel internacional.
Aun así, existen tensiones ideológicas y prácticas con el gobierno central en lo que respecta, por ejemplo, a los planes de desarrollo o al reparto de recursos. “Aquí hay un plan de manejo. Nosotros defendemos nuestro lugar con reuniones, informes, presencia”, sintetiza Arambiza.
En este sentido, afirma que no quiere que “partan el bosque en dos”. Se refiere al proyecto carretero que, según los mapas de la Administradora Boliviana de Carreteras (ABC), busca conectar Bolivia y Paraguay atravesando parte del territorio protegido. La Autonomía Guaraní Charagua Iyambae ha expresado su rechazo y exige respeto a su derecho a la consulta previa y al manejo ambiental propio, establecidos en su estatuto autonómico. Mientras tanto, una organización de derechos indígenas ha acusado a las autoridades de Santa Cruz de difundir información errónea a medida que avanzan sus planes para la carretera.
Desde la reforma constitucional de 2009, Bolivia reconoce el derecho de los pueblos indígenas, originarios y campesinos a la libre determinación, al autogobierno y a la gestión de los recursos dentro de sus territorios.
Es así que, como nos repiten todos los pobladores, en Ñembi Guasu, la resistencia no es solo ambiental: también es cultural y política. El derecho a decidir sobre el territorio —incluida la gestión del fuego— forma parte de esa defensa.
Este artículo se realizó con el apoyo de la Biodiversity Grant 2025 de Earth Journalism Network.






