“Venimos de años muy complicados, con tormentas muy fuertes que nos rompen todo y también sequías que no nos dejan plantar nada porque todo se seca”, relata Sandra Cruz, productora hortícola desde hace más de 20 años en La Plata, Argentina
Aumento de las temperaturas, mayor recurrencia de eventos extremos y cambios en los patrones de lluvia son algunos de los efectos que la crisis climática tiene en América Latina, una región que genera el 14% de la producción de alimentos del mundo y cuya agricultura se encuentra ante el desafío de adaptarse.
Los efectos del clima extremo ya son visibles. Según la Organización Meteorológica Mundial, América Latina “es una de las más afectadas del mundo” y los fenómenos meteorológicos extremos “ya están causando graves daños a la salud, a la vida, a la producción de alimentos y al acceso al agua y a la energía”.
Ante ello, avanzar hacia sistemas agropecuarios más resilientes es clave. Ya existen iniciativas piloto con agricultores familiares y con productores de gran escala en la región que han demostrado su efectividad, y el número sigue creciendo. Sin embargo, especialistas piden políticas públicas que potencien cambios estructurales.
Acciones concretas y casos de éxito en América del Sur
Uno de los proyectos es Resilientes, una iniciativa que se enfoca en la producción de alimentos de la agricultura familiar en regiones vulnerables al cambio climático de Argentina y Colombia, y cuenta con financiamiento de la Unión Europea.
Durante los últimos dos años, expertos de instituciones estatales de esos dos países trabajaron con 190 familias en cuatro regiones (Córdoba, La Plata y la Patagonia en Argentina, y Caquetá en Colombia) en procesos colaborativos para reducir la vulnerabilidad de los sistemas de producción de alimentos y fortalecer estrategias de adaptación.
Antonio Solarte, del Centro para la Investigación en Sistemas Sostenibles de Producción Agropecuaria de Colombia (CIPAV), estuvo a cargo del proyecto Resilientes en ese país. Allí trabajó con pequeños y medianos productores ganaderos vulnerables a inundaciones y sequías. En un proceso colaborativo, identificaron 40 medidas de adaptación posibles, de las cuáles se implementaron 23, muchas de ellas relativas a la gestión del agua.
“Trabajamos en conservación de las fuentes de agua, restauración de los ecosistemas, reforestación, uso eficiente del agua, construcción de acueductos ganaderos, cosecha de agua en épocas críticas, descontaminación de las aguas utilizadas para actividades pecuarias y construcción de biodigestores de bajo costo que permiten generar energía renovable”, enumeró Solarte.
Miles de kilómetros al sur, en La Plata, en Argentina, la diseñadora industrial Edurne Battista comparte su experiencia con familias productoras de la zona, preocupadas por tormentas fuertes cada vez más frecuentes que dañan sus instalaciones y provocan cortes de luz, lo que afecta sus sistemas de riego. “Las familias perciben que hay cada vez más tormentas con mucho viento y lluvia e inviernos más cortos y suaves, y eso lo corroboramos con datos científicos. Ante eso, buscamos estrategias de adaptación”, contó Battista.
La comunidad armó reservorios de agua para estabilizar la oferta, aún con cortes de electricidad, se llevaron a cabo capacitaciones para restauración de los suelos para reducir la dependencia de agroquímicos y se introdujeron prácticas agroecológicas y diversificación de los cultivos. En total, el proyecto incluyó a unas 34 familias como beneficiarias directas, con impactos indirectos en más de 400 familias que de una u otra forma están involucradas con el sector.
“Estamos haciendo abonos verdes, sin agroquímicos, y ha resultado bien. Eso nos permite no comprar insumos que están dolarizados, como los agroquímicos. También nos enseñaron a producir nuestra semilla y ahí también economizamos”, cuenta la productora hortícola Sandra Cruz. Y agrega: “Resilientes significa, para mí, volver a resurgir”.
Cerrar la brecha digital en la agricultura
Tener acceso a información actualizada y en tiempo real es clave para mejorar los niveles de adaptación de las familias agricultoras al cambio climático. Así lo entienden desde el proyecto “NANUM, Mujeres Conectadas” para la conectividad y alfabetización digital, que forma parte de la iniciativa “Gran Chaco Proadapt, Construyendo Resiliencia Climática”.
Marcela Zamora está a cargo del proyecto en el departamento boliviano de Tarija, en el Gran Chaco, muy cerca de la frontera que ese país comparte con Paraguay y Argentina. Allí trabaja con mujeres de seis comunidades campesinas, a quienes capacitaron para la utilización de telecentros con acceso a internet de calidad y en la búsqueda de información.
“Nos focalizamos en el trabajo con mujeres porque son las que suelen organizar la vida de las comunidades. La herramienta principal que ofrecemos es la conectividad, sin la cual hoy es imposible pensar en cambios en el territorio”, señala.
Zamora recordó que el Gran Chaco es una región de gran vulnerabilidad frente al cambio climático que fue muy golpeada por incendios forestales durante los últimos años. En un escenario de mayor incertidumbre climática, acceder a buena información con rapidez se vuelve imprescindible.
“La conectividad es una necesidad básica insatisfecha en áreas rurales bolivianas, es una herramienta que si funciona habilita el acceso a muchos otros derechos. El desafío para nosotros es llegar con internet a esas comunidades, capacitarlas para su buen uso y así mejorar su resiliencia y adaptación a eventos climáticos extremos”, sintetizó Zamora.
Más manejo, mejor adaptación al cambio climático
Franco Bardeggia es ingeniero agrónomo y coordina un grupo zonal del sistema Chacras de Aapresid (Asociación Argentina de Productores de Siembra Directa) en la provincia de Córdoba, en el centro de Argentina. Allí, productores de soja y de maíz padecen desde hace años excesos hídricos originados en napas de agua subterráneas cada vez más altas, lo que se traduce en inundaciones y anegamientos periódicos. “En los últimos años el régimen anual de lluvias se incrementó entre 100 y 200 milímetros. Eso, sumado a algunas malas prácticas, genera problemas recurrentes de excesos que afectan a la producción”, sostuvo.
¿Cómo generar entonces mejores estrategias de adaptación en un escenario de cambio climático? Revisar prácticas que no son sustentables, sumar gestión y conocimiento y tener una mirada “holística” de la agricultura como un proceso, son algunas de las herramientas con las que trabaja Bardeggia junto a unas 35 empresas pequeñas y grandes de la zona, sobre una superficie total de unas 100 mil hectáreas.
Estamos pasando de una producción basada en insumos a otra que llamamos de procesos que sume más gestión, conocimiento y manejo
“Hicimos un poco de autocrítica también, porque antes los campos de esta zona eran sistemas mixtos ganaderos-agrícolas y las pasturas consumían más agua. Esa ganadería desapareció y se hizo solo agricultura, por eso es hora de repensar los manejos”, detalló el ingeniero agrónomo.
Esto significa sumar cultivos de servicios que sirven para generar generan biomasa y no renta ya que mejoran la porosidad del suelo y aportan carbón, entre otros beneficios. “El clima cada vez incide más en el rendimiento del sector. Por eso estamos pasando de una producción basada en insumos a otra que llamamos de procesos que sume más gestión, conocimiento y manejo”, concluyó el profesional.
De lo particular a lo general
Según los expertos consultados, el gran desafío de América Latina es lograr un salto de escala para que los proyectos de adaptación y resiliencia del sector agropecuario al cambio climático dejen de estar en el campo de lo excepcional y se conviertan en políticas de estado de alcance amplio.
“La necesidad de un salto de escala es total, con un proyecto piloto no alcanza para revertir la tendencia”, agregó.
Marcela Zamora, por su parte, consideró que “es urgente y necesario” dar el salto de escala, pero que “aún estamos lejos de eso”.
“Proyectos de adaptación deberían convertirse en políticas públicas pero no lo vemos a eso aún, al menos en Bolivia”, argumentó.