En lugar del sabor dulce del melón, es amargura lo que le viene a la mente al agricultor Francisco Edilson Neto, de 65 años, cuando recuerda su primera experiencia con la fruta. “El melón consiguió destruir los sueños de muchas personas”, se lamenta.
Edilson formaba parte de un grupo de unos 100 agricultores que vivían y trabajaban en Apodi, municipio del estado de Rio Grande do Norte, en el noreste de Brasil. Con métodos agroecológicos, cultivaban el famoso arroz rojo típico de la región, además de alubias, verduras y algunas frutas. Todo se producía de forma colectiva para el consumo de las familias, y lo que sobraba se vendía en los mercados del municipio.
Pero aquí, en Chapada do Apodi, una fértil meseta que se extiende por Rio Grande do Norte y el vecino estado de Ceará, las cosas empezaron a cambiar con la llegada de grandes productores de melón a finales de la década de 1990.
Los agricultores familiares también decidieron invertir en la fruta, con la esperanza de aumentar sus ingresos. “La idea era plantar melones para la exportación”, recuerda Edilson. “Ya entonces, la fruticultura para la exportación no era una apuesta segura para los pequeños productores como nosotros”. Nos cuenta cómo el colectivo buscó un préstamo bancario para apoyar esta empresa, una deuda que les costaría devolver y que provocó divisiones irreconciliables entre el grupo.
En aquella época, los enfoques agroecológicos y la agricultura comunitaria se consideraban retrógrados. “Nos dolió mucho ver cómo se destruía este sueño. Pero en medio de esta lucha, nació otra y creamos un sindicato”, dice Edilson, antiguo presidente del Sindicato de Trabajadores Rurales de Apodi.
Conocimos a Edilson en la sede del sindicato en septiembre de 2022. Los campesinos de la región se habían reunido durante tres días para debatir los impactos de la fruticultura de exportación en una región con tradiciones propias vinculadas a la agroecología y la producción familiar.
Con mayor disponibilidad de agua que el lado cearense de Chapada, Apodi y otras ciudades cercanas se están convirtiendo en un campo de batalla entre la agroindustria frutícola y las comunidades campesinas, y sus visiones opuestas sobre el uso del territorio y los recursos naturales. Se trata de una disputa por las formas de vida y de producción, y por el acceso al bien más valioso de esta región semiárida: el agua.
La llegada de las primeras frutas frescas brasileñas a China
En noviembre de 2019, lejos de los campos del noreste brasileño, en el palacio presidencial de Brasilia, Tereza Cristina, ministra de Agricultura en ese momento, selló un acuerdo comercial considerado “histórico” para los exportadores de frutas, bajo la mirada del entonces presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, y de su par chino, Xi Jinping.
Ese año, China acordó permitir las importaciones de melones brasileños, la primera fruta fresca del país sudamericano en acceder al mercado chino. El primer cargamento procedente de Brasil llegó a Shanghai en septiembre de 2020.
China es el mayor productor y consumidor de melón del mundo y ha incrementado sustancialmente sus importaciones de fruta en las últimas décadas. En las últimas dos, también se ha consolidado como el principal socio comercial de Brasil.
En los últimos años, el melón se ha convertido en una de las frutas más exportadas del país, después del mango. Los principales destinos son la Unión Europea, el Reino Unido y Estados Unidos, mercados ya consolidados para los productores de fruta brasileños.
La entrada de China en este mercado puede aumentar aún más la presión sobre regiones como Chapada do Apodi, amplificando potencialmente los impactos de un modelo que garantiza el agua para la agroindustria, pero conlleva dificultades crecientes para las comunidades agrícolas tradicionales y los pequeños agricultores agroecológicos como Edilson.
Una empresa líder de Brasil busca duplicar la producción de melón
Si Brasil quiere empezar a aumentar su oferta de melón a China, necesitará duplicar las actuales 20.000 hectáreas de superficie dedicada al cultivo, según estimaciones “conservadoras” de Luiz Barcelos, socio de Agrícola Famosa, el mayor productor y exportador de melones de Brasil y uno de los mayores del mundo.
“China planta 430.000 hectáreas de melón al año, Brasil sólo 20.000, es decir, plantan veinte veces más que nosotros”, dijo Barcelos en una entrevista con la Confederación de Agricultura y Ganadería de Brasil. “De forma muy conservadora, creo que en los próximos cinco años tendremos condiciones para duplicar nuestra plantación de melón”.
Tras el acuerdo, Brasil exportó unas 200 toneladas de melón a China entre 2019 y 2022, según datos del Ministerio de Industria, Comercio Exterior y Servicios brasileño. Sigue siendo un volumen pequeño, que se ha enfriado ante las interrupciones logísticas durante la pandemia de Covid-19 y el encarecimiento de los transportes aéreos y marítimos. La mayor parte de estas exportaciones han salido de Rio Grande do Norte en camión, con destino al puerto paulista de Santos, desde donde se envían a Shanghai.
Como empresa líder del mercado, Agrícola Famosa podría convertirse en un importante proveedor de melones a China. En la actualidad abastece a los mercados británico, holandés, alemán, italiano, portugués y español.
No es la única potencial beneficiada: hay otras grandes empresas, muchas de ellas respaldadas por capital internacional, que suministran melón y otras frutas a mercados extranjeros y nacionales. En su mayoría están situadas en Rio Grande do Norte y Ceará, estados que concentran cerca del 70% de todos los melones producidos en Brasil. Más de la mitad de esta producción se destina a la exportación.
Agrícola Famosa y otros grandes fruticultores cultivan en plena Caatinga, territorio colindante con los dos estados y tierra fértil que se extiende hasta la costa de Ceará. Su clima cálido, el sol durante todo el año y la ausencia de lluvias ofrecen las condiciones perfectas para producir fruta, y melones en particular.
Al contrario de lo que parece a simple vista, en este bioma abunda el agua, que se encuentra en depósitos subterráneos conocidos como acuíferos. Los melones de la región dependen en gran medida de este recurso: desde la plantación de las plántulas hasta la cosecha, un kilo de la fruta consume unos 200 litros de agua.
Las aguas de los acuíferos Jandaíra y Açu casi se han agotado, principalmente para la producción de melón y sandía, pero también de papaya, plátano y guayaba a menor escala.
Los pozos se duplicaron en ocho años
Fundada en 1995 por Barcelos y sus socio Carlos Porro, Agrícola Famosa produce hoy fruta en 30.000 hectáreas repartidas en 16 explotaciones, una superficie seis veces mayor que cuando comenzó su actividad.
De cada diez melones producidos por la empresa, siete se destinan al mercado internacional. Cada semana se exportan cuatrocientos contenedores cargados de melones. Agrícola Famosa se describe como el mayor productor y distribuidor de melones y sandías del país, y amplió sus operaciones internacionales en 2021 con el establecimiento de asociaciones en España y el Reino Unido, el mayor consumidor de sus melones.
Pero la mayor expansión de la empresa no se puede ver. En ocho años, Agrícola Famosa ha pasado de explotar cuatro a 21 pozos profundos, de entre 400 y 800 metros de profundidad, para abastecer a sus explotaciones. Los pozos superficiales, de hasta 400 metros de profundidad, pasaron de 250 a 582 en la actualidad, según datos facilitados por la empresa.
La empresa es una de las mayores consumidoras de agua del estado de Ceará, junto con otras grandes compañías frutícolas. En 2022, la empresa obtuvo autorización para utilizar casi 10 millones de metros cúbicos de agua, según un cálculo basado en los permisos emitidos por el gobierno de Ceará, realizado por el geógrafo Diego Gadelha, investigador y profesor del Instituto Federal de Ceará.
“Hay una multi territorialización en la presencia de la fruticultura”, afirma Gadelha. Las empresas frutícolas, añade, “siguen el agua”.
Para poner este uso en perspectiva, 10 millones de metros cúbicos bastarían para abastecer a los 244.000 habitantes de los municipios de Chapada do Apodi con 110 litros de agua al día, la cantidad mínima recomendada para el consumo y la higiene, según la Organización Mundial de la Salud.
Avances en el acuífero Jandaíra-Açu
En 2012, Ceará comenzó a experimentar un importante período de sequía que duró ocho años. Durante estos años, los niveles de agua saliente del acuífero eran mucho mayores que los de recarga, explica Gadelha. “Así que el acuífero ha estado mostrando un déficit año tras año debido a la expansión de la producción, del área plantada, y sobre todo, superpuesto a esto, el período de sequía”.
En el lado cearense de Chapada do Apodi, el melón y otras frutas han dejado un rastro de desertización, especulación de la tierra, desempleo y dificultades de acceso de los agricultores a la capa freática. “Antes había 3.000 hectáreas de melón”, recuerda el investigador. “Todo este distrito crecía por la fruticultura, en época de cosecha había 3.000 trabajadores. Pero hubo un crecimiento desordenado. Las empresas se fueron y el distrito quebró”.
Desde entonces, los grandes monocultivos de melón y sandía se han desplazado hacia Rio Grande do Norte, donde hay al menos tres represas, además de acceder a los acuíferos de Jandaíra y Açu, que tienen mayor disponibilidad de agua.
“El agua de caliza de Jandaíra tiene un alto contenido de sal. Se mezcla con el agua de arenisca, otra roca sedimentaria, de Açu y se convierte en agua apta para melones y sandías”, explica el agrónomo Josivan Barbosa, profesor y ex decano de la Universidad Federal Rural de la Región Semiárida. Mientras que el acuífero Jandaíra está más cerca de la superficie, Açu está a unos 1.000 metros de profundidad y tiene agua dulce, apta para el consumo humano.
Un tesoro para los pocos que pueden acceder a él. Cuanto mayor es la profundidad, más cara resulta la prospección de un pozo, en torno a unos cuantos millones de reales. El acceso a esta agua para el riego tampoco es barato, ya que el bombeo depende de electricidad.
Se tarda 35 días en barco. La fruta no lo aguantaJosivan Barbosa, agrónomo
Josivan Barbosa afirma que las expectativas de exportación de melones de esta región semiárida a China están aún “en el terreno político”.
“No hay agua”, dice. “Para justificar la frecuencia de los envíos, habría que tener otras 10.000 hectáreas. Eso representa un 50% más de la superficie plantada hoy. No hay agua para eso. Ese es un punto clave, y el otro es la logística. Se tarda 35 días en barco. La fruta no lo aguanta. Tendríamos que disponer de material genético con una vida útil postcosecha muy larga, de 40 a 45 días. Todavía no lo tenemos”.
Pero el agua no parece preocupar a Agrícola Famosa. El pasado noviembre, empresarios del sector frutícola se reunieron con el vicepresidente Geraldo Alckmin, antes de que el nuevo gobierno tomara posesión formal tras las elecciones de octubre. Iban en representación de la recién creada Red Nacional de Regantes, presidida por Barcelos, y Abrafrutas, asociación que agrupa a los principales productores y exportadores de fruta. En el orden del día: el aumento de las superficies de regadío, sus límites, y la apertura de nuevos mercados.
No hay aire puro
Muy lejos de las oficinas con aire acondicionado donde se siembran los acuerdos comerciales y diplomáticos, y aún más lejos de los mercados de exportación, Miguel, de 58 años, no duerme por los melones. No es solo una manera de decir: a medida que se acerca la época de la cosecha, se suceden las noches en vela en el asentamiento cercano a Apodi donde viven él y otras 40 familias.
“Por la noche nos despertamos con la nariz ardiendo. Sobre todo a la hora en que aplican los pesticidas”, dice el agricultor. “Se pasan toda la noche bañando los cultivos. Es entonces cuando se empieza a sentir esa sensación de quemazón en la nariz”. Es un hombre maduro, con la cara arrugada y el pelo canoso. Aparenta al menos diez años más de los que tiene.
Hace unos seis años, el melón se convirtió en un vecino problemático. Fue durante este mismo periodo cuando Brasil consiguió, año tras año, notables resultados en la exportación de fruta. Los cultivos se acercaban cada vez más a su propiedad, donde cría cabras, ovejas y abejas, y tiene un pequeño campo para subsistir.
“Ese aire limpio que solíamos tener —solíamos tumbarnos en el porche y ver ese aire limpio— hoy ya no lo tenemos”, lamenta Miguel. “En lugar de aire, parece polvo contaminado o veneno”. Solo doscientos metros separan la casa donde vive y trabaja de los campos de melón de Agrícola Famosa.
Miguel habla también con pesar del mal rendimiento de las abejas que gestiona desde hace algunos años y que representan una parte importante de sus ingresos.
“Las abejas solían ser muy fuertes en verano. Ahora llegan el invierno y las lluvias, y las abejas están débiles. Para recuperarlas hace falta mucho trabajo”, dice, y calcula que, solo en el último año, los apicultores de su comunidad perdieron alrededor de un tercio de sus abejas y de su producción de miel.
Miguel y prácticamente todas las familias asentadas tienen parientes que trabajan para Agrícola Famosa. Aunque se habla intensamente de los impactos de la proximidad de los cultivos, nadie tiene el valor de exponerse. Por eso, solo accedió a hablar con la condición del anonimato.
Solo en Agrícola Famosa hay 9.000 trabajadores en los momentos álgidos de la cosecha. Esto da una idea del poder económico —y por lo tanto político— que ejerce la empresa en pueblos rurales donde la creación de empleo es escasa o nula. “La llegada de las empresas ha cambiado mucho”, dice Miguel. “Tiene algunos aspectos positivos, pero casi todos son negativos. Lo positivo hoy es el empleo en nuestro municipio. Es lo único positivo que veo. Pero, por otro lado, nos afectan muchas cosas que son malas para nuestra salud y nuestra comunidad”.
Los casos de Edilson y Miguel, y el avance de los melones de Agrícola Famosa, ilustran solo uno entre los muchos eslabones de impactos de la fruticultura a gran escala. Aunque el discurso oficial es el del desarrollo y la generación de empleo e ingresos, poco ha hecho por alterar las estructuras de poder de acceso al agua y a la tierra en la región. En el mejor de los casos, ha incorporado nuevos actores, al tiempo que ha mantenido una gran asimetría entre grandes y pequeños productores agrícolas.
El agua sigue el camino del poder
Brasil lleva 40 años exportando melones. Durante este periodo, el país ha atravesado crisis económicas y políticas, surgió una nueva moneda, quebraron empresas frutícolas, los mercados compradores crearon nuevas exigencias, y la tecnología de riego y la mejora genética de la fruta experimentaron grandes avances. Brasil se consolidó en el mercado mundial de la fruta.
Pero la forma de pensar de la élite económica rural ha cambiado poco desde entonces, afirma Josivan Barbosa: “Los empresarios de la agricultura de regadío tienen más o menos la misma forma de pensar que los empresarios del cereal y la carne. Tienen la impresión de que el trabajador rural no necesita realmente todas estas ayudas que recibe hoy”.
A pesar de toda la reordenación productiva, económica y política experimentada en cuatro décadas, el agua en la región semiárida sigue la senda del poder económico. Por aquel entonces, Mossoró Agroindustrial, o Maísa —un complejo agroindustrial creado en los años sesenta con incentivos estatales, créditos subvencionados, inversiones en infraestructuras y proyectos de regadío, pero que fracasó con el cambio de siglo— ya producía melones y otras frutas con agua del acuífero Açu. La empresa llegó a tener hasta 11 pozos profundos de 400 a 500 metros de profundidad, gracias a la facilidad para obtener crédito de los bancos públicos y a que contaba en su propia estructura con especialistas en perforación de suelos.
Hoy en día, esta es la fuente de agua que está en disputa para sostener la potencial demanda china. Pero no es la única, con prospecciones de nuevos recursos hídricos para la producción frutícola en estados como Piauí y Maranhão. “La cuestión central aquí”, dice Barbosa, “es si vamos a utilizar indiscriminadamente esta agua, que es para consumo humano, para cultivos”.
O Joio e o Trigo se puso en contacto con Agrícola Famosa, pero la empresa no respondió a sus preguntas.
Este artículo se publicó originalmente en O Joio e O Trigo. Esta versión traducida y editada fue publicada con permiso. Maíra Mathias también ha contribuido a este artículo.