El agrónomo Sergio Rubín se arrodilla en un campo de avena para retirar parte de la paja que cubre el suelo. Abriendo un hueco, nos muestra la tierra húmeda en un día cálido, en lo que ha sido un invierno marcado por grandes fluctuaciones de temperatura. A mediados de agosto, los termómetros del estado de Rio Grande do Sul marcaban 25 ºC, muy por encima de la media de la región más meridional de Brasil, mientras que en la finca de Rubin, en Júlio de Castilhos, en el centro del estado, la intensa lluvia de la semana anterior aún no se había evaporado del suelo.
La tierra húmeda que nos muestra está muy lejos de la tierra compacta y desmenuzable de hace apenas unos meses antes, causada por una de las peores sequías de la historia reciente de Rio Grande do Sul, que duró cuatro años y destruyó una parte importante de los cultivos de soja del estado.
Rubin planta avena como cultivo de cobertura para mantener la humedad y los nutrientes en el suelo donde sembrará semillas de soja en octubre. “La sequía nos enseñó que no podemos dejar el suelo desnudo”, explica este productor de 65 años. “Siempre tiene que estar bien nutrido y protegido con diferentes capas para mantener la humedad”.
La soja es un cultivo clave en Rio Grande do Sul, y su producción había ido en aumento hasta la llegada de La Niña a mediados de 2020, que hizo que la producción cayera en picada en los años siguientes. Este fenómeno climático provoca un enfriamiento anormal de las aguas del océano Pacífico, lo que hace que los vientos sean más fuertes y, a su vez, altera el régimen de lluvias y la humedad. La Niña, que duró tres años consecutivos, trajo más lluvias al norte y noreste de Brasil y sequía al sur. Tras estos años difíciles y secos, los agricultores del sur de Brasil se enfrentan ahora a una nueva serie de retos tras la llegada de El Niño. Contrapartida de La Niña, este fenómeno provoca un calentamiento anormal de las aguas del océano Pacífico, lo que trae consigo cambios en los vientos y un aumento de las precipitaciones en Rio Grande do Sul desde la primavera hasta la temporada de siembra.
Sin lluvia no hay soja
La lluvia es un factor determinante en el éxito de una cosecha de soja. Hay dos momentos cruciales: la germinación, entre octubre y noviembre, y la floración, que tiene lugar entre enero y febrero en el estado. Esta segunda fase se vio especialmente afectada en los años bajo la influencia de La Niña, cuando parte de la cosecha ni siquiera floreció.
La primera caída se produjo en la cosecha de 2019/20, que cayó un 41% en comparación con el período anterior, pasando de 19,5 millones a 11,4 millones de toneladas cosechadas en el estado, según datos de la CONAB, la agencia de abastecimiento y estadísticas agrícolas de Brasil. En la cosecha siguiente, la sequía cedió y el sector empezó a recuperarse. Pero entonces llegó la segunda caída, la mayor de todas, ya que en 2021/22 se cosecharon 9 millones de toneladas. En la última temporada bajo la influencia de La Niña, 2022/23, la producción fue de 13 millones de toneladas, un nivel que se había superado en la última década, tras la expansión de las plantaciones y la mejora de las técnicas agrícolas.
Los productores de Rio Grande do Sul ya habían sufrido graves sequías en 1985, durante otro periodo de La Niña, así como en 2005 y 2012. Pero no recordaban una tan grave como la de los últimos cuatro años. “Recuerdo [una temporada de sequía] hace más de 30 años en la que cosechamos 19 bolsas de soja por hectárea, pero [el año pasado] nunca llegamos a una media de 13”, recuerda el productor Glenio Soldera, que ahora tiene 59 años. Normalmente, la productividad de su explotación supera las 65 bolsas por hectárea.
Soldera dice que es uno de los mayores productores de soja de Tupanciretã, municipio del centro de Rio Grande do Sul considerado la capital de la soja del Estado. En su propiedad de 4.000 hectáreas, el agricultor recuerda que, aunque el riego ayudó, no pudo evitar totalmente los daños de la sequía. “En las zonas con pivotes [sistemas de riego artificial], donde nunca faltó agua, cosechábamos 30 bolsas por hectárea”, dice Soldera, cuarto hijo de una familia de agricultores.
La sequía afectó a Rio Grande do Sul en plena pandemia de Covid-19 en 2020, cuando las restricciones logísticas hicieron que los precios de insumos agrícolas como los fertilizantes -la mayoría importados por Brasil- se dispararan. En 2022, cuando se produjo la peor caída de la producción, los precios aumentaron aún más tras la invasión rusa a Ucrania, ya que Rusia, principal proveedor de Brasil, impuso cuotas de exportación para proteger a su mercado interno.
“Era el peor escenario posible: pérdida de cosechas y aumento del costo de producción”, afirma Argemiro Brum, profesor de desarrollo rural de la Universidad Regional del Noroeste de Rio Grande do Sul. Un monitoreo de la sequía dirigido por el gobierno del estado calculó que más de 100.000 agricultores de soja y maíz se vieron afectados por la sequía de cuatro años.
Cambios en la producción, cuestiones de sostenibilidad
Aunque el sur de Brasil ha sufrido los efectos de La Niña y ha visto caer en picada su producción de soja, los déficits de producción de la región se han compensado con cosechas abundantes en otras partes del país, pero se trata de un crecimiento continuo que plantea interrogantes sobre su impacto en biomas sensibles.
Rio Grande do Sul suele competir con el estado de Paraná, también afectado por la sequía aunque en menor intensidad, por ser el segundo mayor exportador de soja de Brasil. El fenómeno climático que afectó a ambos estados ha permitido al estado de Mato Grosso consolidar su posición como principal exportador del producto, incluso a China, que compra el 70% de las exportaciones de soja del país.
“Brasil aumentó las exportaciones de soja a China en 2022, incluso con la mala cosecha en Rio Grande do Sul, debido a las cosechas en Mato Grosso y Matopiba”, dice Brum, utilizando el nombre de la región compuesta por los estados de Maranhão, Tocantins, Piauí y Bahía. Estos estados están cubiertos por los biomas de la Amazonía y el Cerrado.
Un estudio publicado en 2022 en Nature Sustainability revela que el auge de la soja en los últimos 15 años ha ejercido presión sobre biomas sensibles como la Amazonía. Los cultivos de granos ocupan actualmente más de 5,8 millones de hectáreas, según Mapbiomas. “La soja en la Amazonía representó el 30% del crecimiento de las plantaciones de productos básicos en el país en el período”, dijo a Diálogo Chino el agrónomo Alencar Zanon, profesor de la Universidad Federal de Santa María y uno de los autores del estudio.
La investigación también revela que, si Brasil no abandona su modelo de expansión territorial basado en la deforestación, 5,7 millones de hectáreas adicionales de sabana y bosque podrían convertirse en tierras de cultivo en los próximos 15 años.
Zanon apunta otra posibilidad: “Brasil podría producir 1,7 tonelada más de soja por hectárea al año invirtiendo en prácticas sostenibles para mejorar la productividad sin talar ningún árbol ni reconvertir nuevas zonas”.
La solución sería aumentar la productividad en regiones como la Pampa, donde la agricultura ya está bien implantada, afirma el experto. Se trata de un bioma formado por grandes llanuras que se extienden desde Rio Grande do Sul, a través de Uruguay y hasta Argentina. Sin una legislación específica que la proteja, la Pampa brasileña es uno de los biomas más afectados por el avance de la agricultura, especialmente de la soja: ya se perdió el 24% de su vegetación autóctona entre 1985 y 2022, según la iniciativa de cartografía del uso del suelo MapBiomas.
El clima, sin embargo, dificulta el potencial de productividad de la soja en el sur de Brasil. “La menor cantidad y la mala distribución de las precipitaciones en Rio Grande do Sul dejan al estado en desventaja en comparación con el Cerrado, por ejemplo”, dijo Zanon.
La llegada de El Niño
Mientras tanto, los climatólogos siguen debatiendo la fuerza de El Niño, otro fenómeno climático que llegó oficialmente a Brasil a principios de junio. El Instituto Nacional de Meteorología (Inmet) prevé que sea de moderado a intenso.
Rio Grande do Sul “debería tener más posibilidades de explotar con éxito el cultivo” que en las últimas campañas, afirma el agrónomo José Renato Farias, investigador de soja de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa) en Londrina, Paraná. Pero todo depende de la distribución de las lluvias en la región, que aún se desconoce, añade. “La dependencia de la soja no es del volumen de agua, sino de una buena distribución de las precipitaciones”.
La imprevisibilidad aumenta cuando a los fenómenos meteorológicos de El Niño y La Niña se suman los efectos del cambio climático. “Un planeta más cálido con océanos más calientes amplifica la variabilidad natural de los fenómenos climáticos”, afirma el climatólogo Francisco Aquino, jefe de geografía de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul. “Ambos se combinan para generar fenómenos meteorológicos más intensos y extremos”.
Así quedó demostrado a principios de septiembre, cuando un ciclón extratropical, intensificado por el cambio climático según los expertos, se sumó a los efectos de El Niño. En la región donde se encuentran Tupanciretã y Julio de Castilhos se acumularon 250 milímetros de lluvia en sólo dos días, casi el doble de la media de precipitaciones de agosto.
“Ya hubo una interrupción en el maíz y el trigo, que están en plena floración, y se avecinan más lluvias”, lamenta Glenio Soldera. En el Valle de Taquari, al este de los municipios productores, al menos 50 personas murieron en lo que ya se considera el mayor desastre natural del estado en seis décadas.
Para la próxima cosecha, con previsión de lluvias por encima de la media según el Inmet, los productores también deben estar atentos a las enfermedades de las plantas, como la roya de la soja, ya que la mayoría de ellas tienden a aparecer con el aumento de la humedad. “Es un gran problema cuando la humedad aumenta y la temperatura no baja”, advierte Farias, de Embrapa. “Las prácticas de manejo de malezas e insectos también se ven dificultadas por la frecuencia de las lluvias. Esto puede dificultar el manejo porque se aplica el producto, y viene la lluvia y lo lava”.
El agrónomo Evandro Boligon, de 44 años, es consciente de este problema, pero lamenta la difícil situación de los productores, a menudo abandonados a su suerte. “No contar con asistencia técnica [privada] es un error muy grave. Es una inversión [necesaria], sobre todo después de cuatro años de malas cosechas”, dice el productor, cuya historia familiar está entrelazada con la de la soja en el estado.
Davi Boligon, el patriarca, que ahora tiene 80 años, empezó a plantar en los años 80 en una pequeña propiedad de unas 20 hectáreas. “Era todo trabajo manual, con guadaña”, recuerda el agricultor, que compartía el trabajo con sus cinco hermanos.
Los tres hijos de Davi crecieron en el campo de Júlio de Castilhos, pero se animaron a estudiar en Santa Maria, un núcleo universitario a 65 kilómetros de su ciudad natal. Evandro se graduó como ingeniero agrónomo y trabajó en una empresa de consultoría técnica antes de unirse a la familia en 2015 para gestionar cuatro propiedades, donde plantan 3.000 hectáreas de soja en los municipios de Cachoeira do Sul, Júlio de Castilhos y Dilermando de Aguiar. En invierno, invierten en ganado vacuno, maíz y avena.
A punto de empezar la plantación, Evandro se centra en preparar el suelo tras años consecutivos de sequía. Esta parece ser una preocupación común entre los productores con los que habló Diálogo Chino.
“Lo que tenemos que hacer es garantizar que el suelo sea más capaz de conservar el agua de lluvia”, afirma Pedro Barcellos Alves, agrónomo y administrador de Tupanciretã, que también trabaja para garantizar la salud de sus propios cultivos.
Alves cultiva la avena del mismo modo que Sérgio Rubin, de Júlio de Castilhos, que también planta nabos y veza. “Cada una tiene raíces de diferentes tamaños que penetran en el suelo, formando galerías por las que entra y se almacena el agua, además de fijar nutrientes”, explica Rubin, investigador jubilado de la Fundación Estatal de Investigación Agropecuaria de Rio Grande do Sul, donde trabajó en la mejora genética de la materia prima.
La preparación del suelo, combinada con las lluvias traídas por El Niño, debería permitir que el grano madure en el momento adecuado, algo muy distinto a lo que ocurrió en el último año de sequía. “Algunos de los granos cosechados estaban todavía verdes. La planta tenía tantos problemas fisiológicos que no sabía si estaba madurando o no”, explica Rubin.
Como resultado, algunos de los cultivos del malogrado periodo de La Niña siguen en los silos secándose antes de poder venderse, ya que no maduraron en el momento de la cosecha. Al comenzar la próxima temporada, los agricultores de Rio Grande do Sul esperan que su suerte cambie, aunque las condiciones meteorológicas cada vez más extremas traen incertidumbre para la soja que, por el contrario, prospera en la Pampa.