Pienso en mis amigos, que siempre hacen parrilladas. Sería difícil, todos te invitan a las parrilladas y hay que comer carne. ¿Cómo se hace una parrillada sin carne? Esa fue la respuesta de un invitado de San Pablo que participó en la entrevista grupal de un grupo de sondeo de la Universidad de Glasgow y Chatham House para explorar actitudes públicas capaces de reducir el consumo de carne y ayudar a evitar el peligroso cambio climático. También hubo entrevistas grupales en el Reino Unido, los Estados Unidos y China, junto con una encuesta mundial en línea en 12 países. En todas partes se descubrió que la gente desconoce en gran medida el vínculo entre la alimentación y el clima, y que existen barreras sociales significativas para reducir el consumo de carne. Brasil está considerablemente por encima del promedio mundial en términos de conciencia ambiental – el público comprende especialmente bien la deforestación – es parte de la “experiencia vivida” de la gente. Sin embargo, el impacto de la producción cárnica y láctea sobre el cambio climático está incluida en la agenda pública, al igual que en los demás países estudiados, el nivel de conocimiento del público es bajo y su confusión, elevada. Los grupos de sondeo forman parte de un nuevo informe, publicado hoy, que insta a los gobiernos a actuar para aumentar la conciencia pública sobre la importancia del cambio alimentario para reducir las emisiones mundiales de dióxido de carbono. El sector de la industria ganadera representa el 15 % de las emisiones globales, esto equivale a las emisiones de gases de los escapes de todos los tipos de transporte. Sin embargo, los gobiernos ponen muy poco énfasis en el cambio alimenticio cuando se refieren a las soluciones para el cambio climático, por miedo a la violenta reacción que puede tener la gente si le dicen qué comer. Sin embargo, un llamativo hallazgo del informe es que, aunque muchas personas se apegan a la idea de comer carne y recelan de la intervención gubernamental (especialmente cuando afecta los precios), en realidad colectivamente desean y esperan que sus líderes políticos los orienten (y no cambiarán su comportamiento a menos que reciban esa orientación). Muchos de los encuestados, incluidos los brasileños, dijeron que si los gobiernos introdujeran nuevas políticas para fomentar un cambio en la alimentación, la resistencia inicial decaería al igual que lo ha hecho después de otras intervenciones de salud pública, como las restricciones al cigarrillo. El consumo de carne mundial per cápita ya ha superado los niveles recomendados y se estima que aumentará el 76% para 2050. Esto es insostenible y amenaza a nuestra salud y nuestro planeta. En Brasil, la mayoría de la gente – tanto rica como pobre – come carnes rojas todos los días. Esto representa cerca del 11 % de la ingesta calórica para los grupos de menores ingresos y aproximadamente el 13 % para los de mayores ingresos. En promedio, los brasileños comen dos veces y media la cantidad que los expertos estiman saludable (se recomienda no superar los 70 g de carnes rojas o procesadas al día, aproximadamente el equivalente a una hamburguesa pequeña). El consumo excesivo está asociado con un aumento de las enfermedades no transmisibles, la obesidad y el agotamiento de los recursos naturales. La obesidad está creciendo en Brasil a una tasa cercana al 0,7 % anual, que representa unos dos millones de nuevos obesos al año. En once o doce años, se estima que los niveles de obesidad alcanzarán a los que actualmente existen en EE. UU., donde el consumo de carne per cápita es superior al triple de la cantidad recomendada. Vea también: Why the traditional Chinese diet offers lessons to a warming world Los efectos ambientales negativos de la producción ganadera en Brasil también son significativos. La tala de bosques para la ganadería impulsa la deforestación y la degradación del suelo, mientras que el uso de tierras cultivables para la producción de alimento animal, como la soja, está amenazando la biodiversidad de las zonas de pasturas en el Amazonas y la sabana (Cerrado). La producción intensiva de soja requiere el uso significativo de tierra, agua y energía. Los desechos de la ganadería y la agricultura, y del procesamiento en ambos sectores, contaminan la provisión de agua y emiten óxido nitroso, un gas de efecto invernadero especialmente potente. La importante – aunque desagradable – conclusión del informe es que limitar al cambio climático a valores sostenibles será imposible a menos que reduzcamos nuestro consumo de carne. Esto no significa que todo el mundo deba hacerse vegetariano, sino pasar a dietas saludables con una elevada proporción de alimentos vegetales y muy poco procesamiento; en gran medida alineadas con las nuevas pautas alimentarias brasileñas publicadas el año pasado. Las promesas actuales presentadas por los países antes de la conferencia de la ONU por el cambio climático en París pusieron al mundo camino a una suba mundial de la temperatura de al menos 2.7 grados para fines de este siglo, algo que amenazaría el futuro de nuestra especie. Un cambio en la alimentación podría dar lugar a un cuarto de las reducciones de emisiones necesarias para cerrar la brecha y mantener el calentamiento por debajo del peligroso umbral de los 2 grados. Los gobiernos deben romper la inercia y alentar a la gente a comer menos carne. Para ello, enfrentarán desafíos significativos y tendrán que implementar una gama de políticas que impulsen el cambio. Las campañas que alerten a la gente sobre los riesgos para la salud probablemente serán más eficaces que las campañas centradas en el medio ambiente, pero las políticas más intervencionistas (como las restricciones publicitarias y un impuesto a las emisiones de carbono sobre la carne) también serán necesarias… resultarán impopulares, pero eficaces. En última instancia, no hay justificación para suponer que un cambio de alimentación es algo demasiado difícil… y se trata de un supuesto peligroso. Actuar es más que posible, es una obligación.