Liz Chicaje Churay es de la etnia bora. Vive en la comunidad nativa de Paucarquillo, a dos días en bote de Iquitos, la ciudad en la Amazonía peruana más cercana a su casa. En este alejado lugar, nació, creció, y saca adelante a toda su familia. Tiene 38 años, cinco hijos, y trabaja desde los diez. Prácticamente desde que tiene uso de razón ha cuidado a otros niños, lavado ropa ajena, y limpiado casas de sus vecinos.
En sus tiempos libres, se iba a la quebrada cerca de su casa para pescar con un cordel y semillas, y se perdía en el bosque soñando con ayudar a su familia. Cuando terminó la escuela primaria, trabajar era la única opción posible. Ser la quinta de once hermanos, no es un privilegio en la selva, sino una responsabilidad. Desde los once, junto a cuatro hermanas, se embarcaba todos los años en un bote para surcar el río Amazonas por dos días hasta llegar a Leticia, en la triple frontera con Colombia y Brasil. Ahí las esperaba una familia colombiana con la que se quedaban tres o cuatro meses como empleadas del hogar. Por aquellos días, no se imaginaba que pronto estaría formando su propia familia, ni que se convertiría en la defensora del bosque.
Cuando apenas tenía 15 años, se enamoró de Edwin, un vecino bora una década mayor que ella. Al poco tiempo tuvieron a Diego. Y tampoco tuvo otra alternativa que cuidar a su familia. Luego vendrían Zinedine, Matías, Job y Liz. Esta última, su inseparable compañera de viaje y reuniones.
Liz quiere ser un buen ejemplo para sus hijos. Cuando Diego entró a la secundaria, ella decidió retomar la escuela y compartir carpeta con él. Fue así que madre e hijo estudiaron los cinco últimos años del colegio en Paucarquillo juntos, volviéndose más amigos que nunca. Desde ese momento, se dio cuenta que podría lograr todo lo que se propusiera.
Una Liz esperanzadora
Chicaje apenas supera el metro y medio de altura, tiene una voz suave y una risa fácil. También es profesora en la iglesia cristiana donde se congrega y acaba de empezar sus estudios para ser maestra de inicial. Entre 2014 y 2017 fue presidenta de la Federación de Comunidades Nativas de Ampiyacu (Fecona), una organización que representa a 14 comunidades bora, huitoto, yagua y ocaina del norte de la Amazonía peruana, donde viven unas 10.000 personas.
Cuando poseía este cargo, tuvo el encargo de viajar por las cuencas de los ríos Napo, Putumayo y Amazonas, para comunicar sobre la necesidad del reconocimiento del Parque Nacional Yaguas. Tenía que coordinar y lograr acuerdos no solo con las comunidades, sino también con el Ministerio del Ambiente de Perú y organizaciones indígenas como la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (Aidesep) y la Organización Regional de los Pueblos Indígenas del Oriente (Orpio). Un trabajo nada fácil para una joven mujer que se enfrentaba a un mundo tradicionalmente gobernado por hombres.
A pesar de su frágil figura se ha ganado el respeto de todos los pueblos indígenas. Los que la han visto intervenir en las diversas reuniones, rodeada de líderes hombres, se sorprenden por su capacidad para captar la atención de los demás y silenciar salas enteras. No tiene necesidad de levantar la voz ni molestarse.
“Ni con nuestros hijos se molesta”, se ríe su esposo Edwin, que acaba de finalizar sus cursos para ser profesor bilingüe y es un gran apoyo para Chicaje, que también es profesora en la iglesia cristiana donde se congregan, y acaba de empezar sus estudios para ser docente de inicial. Esta pareja ve en la educación la mejor vía para fortalecer su cultura y buscar el desarrollo.
“Nadie llega a mi comunidad. Estamos abandonados, somos invisibles para el Estado. Por eso cuando veo estas últimas elecciones para presidente nos damos cuenta que nadie busca el bien del país, cada uno busca su conveniencia. No hay compañerismo, no hay buena fe”, reflexiona Liz Chicaje, que prefiere mantenerse alejada de la política. “Me gusta ayudar a la gente y la política me brinda esa oportunidad. Pero también puede ser muy sucia, como vemos ahora. Por eso prefiero trabajar desde mi comunidad y ayudar a que los jóvenes tengan un mejor futuro”, declaró Chicaje Churay a Diálogo Chino.
Premio de vida
La entrega de Liz Chicaje no ha pasado desapercibida. Acaba de ganar el Premio Goldman, el nobel para los ambientalistas, y hasta ahora no lo puede creer.
El jurado reconoció su buen trabajo y la estrategia que siguió para lograr la protección de este bosque para siempre. “Recibí una llamada. La voz no la entendía mucho, era un español masticado, como de otro país. Le iba a cortar, pero felizmente no lo hice”, bromea esta mujer sobre el momento en el que se enteró de este galardón, que años atrás también ganaron en Perú las lideresas Ruth Buendía y Máxima Acuña, además de Julio Cusurichi, actual presidente de la Federación Nativa del Río Madre de Dios y Afluentes (Fenamad).
Este no es el primer reconocimiento que recibe por su esfuerzo. En el 2019, recibió el Premio Franco-Alemán de Derechos Humanos y Estado de Derecho, también por su lucha en busca del reconocimiento del Parque Nacional Yaguas, el único bosque tropical en todo el planeta cuyo principal río nace y muere en el mismo territorio.
El Parque Nacional Yaguas es único. “Un área equivalente a un campo de fútbol en el Parque Nacional de Yaguas contiene más biodiversidad arbórea que todos los bosques de Estados Unidos”, dijo Fernando León, ex viceministro de Desarrollo Estratégico de Recursos Naturales. Nigel Pitman, ecologista y conservacionista del Field Museum de Chicago, centrado en la ecología arbórea de la Amazonia, confirmó lo dicho por León y también declaró a Diálogo Chino que “la biodiversidad de Yaguas es impresionante. Hemos realizado más de 20 expediciones en Sudamérica y no hay ningún lugar como éste. Más de la mitad de las especies de peces de agua dulce de Perú se encuentran aquí”.
868,927
hectáreas es el tamaño del PN Yaguas, el equivalente a París y Nueva York juntos
“Cuando sobrevolé Yaguas, me emocioné, no podía creer lo hermoso que era”, cuenta Liz. Si bien actualmente no existen personas viviendo dentro de esta Área Natural Protegida, hay 29 comunidades indígenas que se benefician de este espacio que siempre fue su hogar.
“En 2005 empezamos a notar la presencia de personas que venían de afuera para tumbar el bosque. Mineros y taladores ilegales. Nos engañaban y nosotros no sabíamos cómo protegernos”, cuenta Liz, que cuando tomó la presidencia de Fecona, se capacitó sobre leyes y derechos, para terminar con la ilegalidad que ponía en peligro su hogar y su vida. A pesar de que solo en el 2020 han asesinado a 10 defensores ambientales en Perú, ella nunca sintió miedo.
Este es un reconocimiento que le pertenece a todos los pueblos indígenas. Lograr el Parque Nacional Yaguas ha sido un trabajo muy intenso en el que participamos muchos líderes
“No parábamos nunca, fueron días de mucho aprendizaje y sacrificio. A veces las personas no se dan cuenta de todo lo que uno deja de hacer para ayudar a los demás. Piensan que uno gana plata, pero nada. Todo lo hago por ayudar. A veces duelen los malos comentarios, porque estar alejada de tu familia no es fácil”, cuenta Liz, que al mismo tiempo recuerda a su maestro Benjamín Rodríguez, presidente de la Federación de Comunidades Nativas Fronterizas del Putumayo (Feconafropu), que lamentablemente falleció el año pasado de COVID-19.
29
comunidades nativas se benefician y protegen el Parque Nacional Yaguas
“Este es un reconocimiento que le pertenece a todos los pueblos indígenas. Lograr el Parque Nacional Yaguas ha sido un trabajo muy intenso en el que participamos muchos líderes. Quiero recordar a Benjamín Rodríguez, que me enseñó mucho. Él fue un gran líder que supo guiarnos para la creación de Yaguas”, se emociona cuando recuerda a su amigo, con quien viajó hasta Bonn en Alemania, para participar en la COP 23, y mostrar al mundo la urgencia e importancia de proteger el bosque de Yaguas.
Su misión
Sus padres vivían del bosque. Cazaban para sobrevivir, para “conseguir la economía”, como cuenta Liz. “En esas épocas había abundancia. Sachavaca, sajino, majaz, carachupa, monos, todo había. Ahora hay, pero menos. Cuando nos comenzaron a invadir, empezamos a sufrir de escasez. No es fácil vivir en el bosque, es hermoso, pero no es fácil”, dice Liz, que ama su comunidad, pero le gustaría que algún día tengan agua potable, energía eléctrica, señal de teléfono, Internet, posta médica con medicinas, y demás comodidades que en las ciudades se dan por descontadas.
Lejos de la política actual, Liz Chicaje se ha propuesto seguir fortaleciendo su comunidad. En especial a las mujeres. “Ahora estoy enfocada en sacar adelante el emprendimiento Productores y Procesadores hijos de la yuca de la cuenca del Ampiyacu. Lamentablemente por la pandemia se nos cayó el negocio, pero ahora queremos retomar”, cuenta Liz, que busca promover la venta de los derivados de la yuca, como el almidón, la fariña, la tapioca, o el ají negro. Sin embargo, ella no se confía y busca distintas maneras de mejorar la economía de sus hermanas indígenas. Por esa razón, prepara a la asociación de artesanas de Paucarquillo en la producción de manualidades hechas con chambira, una palmera amazónica.
El bosque no es solo su hogar, sino también la cuna de sus saberes ancestrales, de su medicina, de su alimentación. Es por ello, que Liz siente que su misión es seguir promoviendo la conservación y mostrar más alternativas económicas a sus hermanos bora para que se mantengan firmes en la protección de este prístino rincón del mundo.
“Tenemos que proteger nuestras costumbres, nuestra lengua. Los chicos ya no hablan nuestro idioma, los menores ya no se expresan. Eso me preocupa. Por ejemplo, la medicina también ha cambiado. Todos quieren paracetamol o aspirina. Se dejó de buscar las plantas en el bosque. Vivimos con mucha precariedad y sin dinero no podemos educar a nuestros hijos, ni mucho menos salir adelante. Uno de mis sueños es realizar talleres de capacitación con la juventud para fortalecer el conocimiento ancestral”, afirma Liz que desde todos los frentes, y con una gigante sonrisa, trata de ayudar a la protección del bosque y de su cultura.