En la reciente cumbre sobre el clima COP28 se produjeron varios momentos polémicos que preocuparon a algunos observadores. El más sorprendente fue quizás el comentario del presidente de la conferencia, Sultan Al Jaber, de Emiratos Árabes Unidos, sobre que la eliminación progresiva de los combustibles fósiles “devolvería al mundo a las cavernas“. Aunque sus dichos puedan resultar controvertidos, sigue habiendo un gran debate sobre cómo alcanzar las emisiones netas cero y, al mismo tiempo, promover el desarrollo económico de los países más pobres, dejados atrás por la era del crecimiento impulsado por los combustibles fósiles.
Pero, ¿qué pasaría si América Latina y el Caribe -una región con un nivel de desigualdad de ingresos más alto que cualquier otra del mundo- pudiera beneficiarse de alcanzar el nivel cero de emisiones netas? Nuestro nuevo estudio muestra que la región podría obtener 2,7 billones de dólares en beneficios potenciales durante los próximos 25 años, incluso contando los costos de la descarbonización.
Aunque los viejos modelos de desarrollo basados en el carbono pueden resultar familiares a los líderes regionales, no han demostrado ser especialmente eficaces o equitativos en América Latina y el Caribe. Estos caminos han conducido a una mala calidad del aire y del agua, a ciudades altamente congestionadas, a paisajes y ecosistemas dañados y a sociedades que sirven a los intereses de unos pocos a expensas de muchos. Cada vez se reconoce más que un camino mejor abarca ciudades habitables, preserva los ecosistemas, proporciona alimentos más sanos para todas las personas y, además, cumple los objetivos climáticos.
Nuestro estudio, fruto de la colaboración entre la plataforma 2050 Pathways, RAND Social and Economic Well-Being, Tecnológico de Monterrey y el Banco Interamericano de Desarrollo, es el primero en estimar la diferencia económica para América Latina y el Caribe entre un camino de desarrollo tradicional y otro que persigue emisiones netas cero en toda la economía. Consideramos un amplio abanico de acciones, desde la mejora de la eficiencia energética de las plantas industriales hasta la captura de biogás procedente de residuos y de la agricultura, pasando por el cambio de los patrones agrícolas hacia alimentos con menos emisiones de carbono.
Aunque hay muchos caminos específicos que los países de la región pueden seguir hacia el desarrollo económico, hay tres áreas de cambio que son críticas para cualquier vía de descarbonización: producir electricidad e hidrógeno a partir de energías renovables; electrificar el transporte; y convertir la tierra en un sumidero neto de carbono, protegiendo los bosques y cambiando las prácticas agrícolas para apoyar la forestación.
Con un planteo centrado en estas tres áreas, descubrimos que los beneficios podrían ascender a 4 billones de dólares: ahorro de costos energéticos en toda la economía, contaminación evitada, aumento de la productividad y la salud, servicios ecosistémicos y muchos otros beneficios. Los beneficios también eclipsarían los 1,3 billones de dólares de costos de inversión estimados, lo que supondría una ganancia neta de 2,7 billones de dólares. Y, lo que es más importante, estos beneficios económicos se mostraron sólidos frente a la incertidumbre. El 90% de los miles de escenarios de descarbonización analizados arrojó beneficios netos positivos, con una media de 1 billón de dólares.
A la vista de estos resultados, es lógico preguntarse por qué estas transformaciones no se están produciendo al ritmo que los enormes beneficios podrían justificar.
Por desgracia, una serie de barreras fiscales, normativas y de información, entre otras, se interponen en el camino de los cambios que conducirían a un desarrollo más ecológico. Estos obstáculos van desde las subvenciones a los combustibles fósiles hasta la falta de financiación, pasando por entornos urbanos que favorecen a los vehículos privados en detrimento de los desplazamientos a pie y en bicicleta. Además, muchos de los mayores costos los asumen por adelantado las personas que tienen que hacer los cambios -los propietarios de fábricas y explotaciones agrícolas, por ejemplo-, mientras que muchos de los beneficios, como el ahorro de costos de combustible, se obtienen con el tiempo o, como el aire y el agua más limpios, los disfruta de forma difusa la sociedad en general.
De nuestra investigación se desprende claramente que es necesario un debate diferente y más ambicioso que el que tuvo lugar en la COP28. Estos deben centrarse en cómo pueden los países derribar las barreras normativas, asegurar la financiación climática y comprometer a los líderes, las partes interesadas y los ciudadanos a todos los niveles para disipar la falsa elección entre un futuro más limpio y uno más próspero.