En la ciudad brasileña de Belém se están llevando a cabo los preparativos para acoger la COP30, la conferencia sobre el clima de las Naciones Unidas, una reunión crucial para el futuro del planeta y de una magnitud sin precedentes para este rincón del norte de la selva amazónica que se llevará a cabo en noviembre de 2025. Mientras los ojos del mundo se vuelven hacia esta ciudad, la atención se centra en su capacidad para recibir a tantas personas y en los desafíos estructurales a los que se enfrentan sus residentes.
El llamamiento para que la Amazonía fuera la sede del evento fue liderado por el entonces presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, durante su visita a la COP27 en Egipto en noviembre de 2022. “Creo que es muy importante que las personas que defienden la Amazonía y al clima conozcan de cerca esa región”, dijo Lula en la conferencia. La candidatura oficial de Belém se lanzó tras su toma de posesión en enero de 2023 y fue aceptada por la ONU a finales de año.
La elección de la ciudad apodada “la puerta de la Amazonía” como sede de la COP30 es un reconocimiento al papel central que la selva tropical desempeña en la geopolítica y la economía del planeta, según los expertos. “Es el momento de fomentar el protagonismo que solo nosotros, en la región, podemos tener”, afirma João Cláudio Tupinambá, profesor de la Universidad de la Amazonía en Belém, y quien representa a la institución en los preparativos de la COP30.
Sin embargo, la ciudad, capital del estado de Pará, en el norte del país, sigue luchando por garantizar un medioambiente sano y servicios básicos a muchos de sus 1,3 millones de habitantes, un panorama similar al de muchos municipios de la región amazónica de Brasil. En medio de la mayor cuenca fluvial del mundo, tanto en volumen como en superficie, el 23% de los habitantes de Belém carece de acceso al suministro de agua potable de la ciudad, mientras que el 83% no está conectado al sistema de alcantarillado.
“Por aquí se oyen muchas promesas, pero cuando se trata de obras concretas, la realidad es otra”, afirma Renata Corrêa, vecina de Belém que se gana la vida vendiendo tapioca.
Corrêa destaca los vertederos al aire libre, un centro histórico en ruinas y una capacidad hotelera limitada como retos importantes de cara a la COP30, a la que se espera que asistan más de 40.000 participantes. Tanto por tierra como por mar, conectando con las islas de la bahía de Guajará sobre las que se asienta la ciudad, el transporte público es precario, hasta a veces inexistente en las zonas más remotas. Aunque el parque automovilístico de Belém crece cada año ―a un ritmo superior al de la población―, sus carreteras siguen siendo estrechas y llenas de baches, lo que a menudo provoca un tráfico caótico.
Con menos de dos años por delante y muchos desafíos que afrontar, los habitantes de Belém afirmaron que el camino hacia la COP30 puede ser accidentado, aunque algunos mantienen la esperanza de un futuro y un legado mejores tras el evento.
Obras prometidas
Desde la confirmación de Belém como sede de la COP30, se han anunciado al menos cuatro grandes proyectos relacionados con el evento, que financiarán los gobiernos regional y nacional, así como el sector privado. Entre ellos figura la renovación de uno de los hitos de la ciudad, el mercado de Ver-o-Peso, el mayor mercado al aire libre de América Latina, que alberga la mayor cantidad de pescado, carne y açaí de la ciudad.
Fundado como puesto aduanero tras la llegada de los colonos europeos a Belém hace más de cuatro siglos, el complejo de 25.000 metros recibirá inversiones por el valor de 63 millones de reales (12,6 millones de dólares) del Instituto Nacional del Patrimonio Histórico y Artístico de Brasil. Sin embargo, persiste el escepticismo entre los comerciantes del mercado, que llevan más de 20 años sin ver obras de envergadura en el lugar.
Maria Cristina dos Anjos do Carmo, de 63 años, lleva más de 42 vendiendo en el mercado hierbas medicinales originarias de la Amazonía. Aprendió a hacer banho de cheiro ― “baños aromáticos” de hierbas y plantas mezcladas muy populares en los rituales locales― en su casa de Marajó, una gran isla y zona protegida situada frente a la bahía de Guajará, en Belém.
“Ver-o-Peso me ha dado todo lo que tengo hoy: aquí es donde me gano la vida, fue con el dinero de mi trabajo aquí con el que pude comprar mi casa, y quiero que más gente en el mundo conozca nuestras hierbas”, dice Carmo desde su puesto. “Pero nuestro espacio está completamente abandonado”.
En Ver-o-Peso, a finales de febrero, nuestros periodistas vieron los armazones de los puestos corroídos por la intemperie, lonas rasgadas con reparaciones improvisadas y unos pocos trabajadores públicos limpiando las calles históricas, llenas de basura y maleza que asomaba entre los adoquines.
En cambio, João Alexandre Trindade da Silva, de 61 años, que también vende hierbas medicinales, espera reforzar sus ventas y cree que los comerciantes del mercado tienen la oportunidad de mejorar sus conocimientos a medida que se acerca la cumbre: “Aún no sé cómo se hará, pero imagino, en el futuro, un Ver-o-Peso en el que todos hablaremos inglés y haremos buenos negocios”.
No tiene sentido dar un lavado de cara a la ciudad solo para la COP. O se hace un buen trabajo o no se haceFernando Souza, Souza, presidente del sindicato local de pescaderos
Fernando Souza, de 54 años, compra y revende los mariscos que los pescaderos del mercado adquieren en los alrededores de Belém, y es presidente del sindicato local de pescaderos. “Es un buen lugar para trabajar, pero necesita que los organismos competentes se ocupen mejor de él, ya que somos la mayor atracción de una postal de Belém”, afirma.
Souza teme que no haya tiempo suficiente para realizar proyectos de calidad que sirvan tanto para la COP30 como para la población: “No tiene sentido dar un lavado de cara a la ciudad solo para la COP. O se hace un buen trabajo o no se hace”.
Otro proyecto previsto es la transformación de un aeropuerto en desuso en un complejo de 50 hectáreas con centros culturales, teatros, salas de exposiciones, patios de comidas y mercados. Este proyecto y la ampliación de Porto Futuro, un complejo portuario a orillas de la bahía de Guajará, van a ser financiados por Vale, la multinacional minera responsable de los derrumbes de las presas de Mariana y Brumadinho, en el estado de Minas Gerais, uno de los peores desastres medioambientales de la historia de Brasil, con graves daños y casi 300 muertos. La empresa también ha sido acusada por pueblos indígenas, como los awá guajá, de violar sus derechos territoriales.
Más allá de las infraestructuras
João Cláudio Tupinambá afirma que la ciudad debe considerar algo más que un legado de nuevas infraestructuras a la hora de analizar las oportunidades que ofrece acoger la COP30. “No debemos limitar la COP a un mero evento o a negociaciones superficiales sobre inversiones”, afirma. “Esto es demasiado poco ante la oportunidad y lo que tenemos entre manos: la selva amazónica, la inteligencia existente en la región y el conocimiento que ya hemos producido aquí”. Tupinambá cree que es una oportunidad para poner de relieve el potencial de la Amazonía, y afirma que es esencial que los representantes locales consigan acuerdos para el evento y el futuro de la región que garanticen que los beneficios se queden allí: “No hay precedentes de que los actores económicos locales hayan participado en las decisiones estratégicas sobre el modelo de desarrollo de la Amazonía”.
La elección de Belém como sede brasileña de la COP30 se produce tras una fuerte campaña del gobernador del estado de Pará, Helder Barbalho, que en los últimos años ha intentado vender un paquete de soluciones ecológicas al mercado internacional. Ha anunciado planes centrados en impulsar la financiación climática, promover la bioeconomía y emprender acciones para reducir la deforestación; desde 2006, Pará ha sufrido más deforestación que cualquier otro estado de la Amazonía brasileña.
En agosto de 2023, la capital de Pará acogió otro gran acontecimiento: la Cumbre Amazónica, que reunió a líderes de los países sudamericanos que comparten la selva tropical, con el objetivo de impulsar la cooperación para su protección. El encuentro terminó con la frustración de los observadores ante la falta de objetivos concretos para frenar la deforestación del bioma. Se calcula que en 2021 se habrá perdido el 17% de su cubierta forestal original, lo que se acerca cada vez más a un “punto de inflexión” irreversible que podría conducir a la muerte progresiva de la selva y tener importantes consecuencias para el clima y la biodiversidad mundiales.
Comunidades ribereñas
Ilha do Combu es una de las 39 islas que rodean Belém, en la bahía de Guajará, y es una zona protegida desde el punto de vista medioambiental. Hay pocos registros oficiales, pero se cree que fue fundada en el siglo XIX por poblaciones indígenas y negras que huyeron a las islas para evitar los impactos de la urbanización de la ciudad. En la actualidad, sus habitantes viven de la pesca y la silvicultura, sobre todo de la recolección de palmeras de açaí, que se encuentran por toda la isla.
Edienif Eva Costa, de 21 años, nació en la isla y es hija de ribeirinhos, nombre que reciben las comunidades ribereñas tradicionales. Su familia se gana la vida pescando y cultivando açaí para alimentarse. Para ayudar con los ingresos familiares, también trabaja en un restaurante local. Ni siquiera había oído hablar de la COP30: “Me entero de este evento ahora, porque estás hablando de él”.
Se carece de cifras oficiales sobre la población de las islas, pero según el ayuntamiento, unas 2.500 personas viajan en ferry desde la isla a Belém de lunes a viernes, mientras que 15.000 lo hacen los fines de semana. Ilha do Combu se ha hecho un nombre como lugar de ecoturismo, en gran parte gracias a su entorno de selva amazónica aún preservada, aunque sus habitantes también deben hacer frente a la contaminación del agua y a un servicio de recolección de residuos insuficiente.
En un restaurante a orillas del agua, la camarera Suelane Costa, de 28 años, expresa sus dudas sobre la capacidad de la ciudad para acoger la COP30: “No dejo de imaginarme un acontecimiento de esta envergadura en Belém. Nuestra ciudad es hermosa, pero basta con mirar a nuestro alrededor para ver que está completamente en ruinas”.
Mário Carvalho, de 44 años, es el gerente de un negocio que goza de buena reputación entre los turistas de la isla: Casa do Chocolate Filha do Combu, que produce cacao orgánico amazónico para su chocolate. Dice que la empresa ya ha empezado a invertir para prepararse para el aumento de visitantes de la COP30, con la construcción de una cafetería, un aumento de la producción de chocolate y mejoras en el camino que lleva a su plantación de cacao.
Carvalho viaja regularmente de Belém a la isla. Por eso, dice, además del turismo, le gustaría que se resolvieran antiguas reivindicaciones, como la mejora de la calidad del transporte por ferry y del suministro de agua potable. Pero, advierte, “la COP30 no cambiará nuestra realidad cotidiana, porque cuando piensan en nosotros, nos miran a través de los ojos del turismo”.
De aquí a noviembre de 2025, Belém se enfrenta a una serie de retos, no solo para garantizar su éxito a la hora de recibir al mundo, sino, sobre todo, para crear oportunidades sostenibles y duraderas para sus habitantes, afirma Carvalho: “La COP30 es una oportunidad única, pero los resultados solo serán positivos para quienes viven y defienden la Amazonía si los recursos se aprovechan realmente bien”.