Cuando pisé Belém por primera vez Belém, sede de la conferencia sobre cambio climático de Naciones Unidas, la COP30, en noviembre, no fueron los grandes logos azules de la ONU ni las interminables filas de delegados los que me dieron la bienvenida. Fue el aire. Ese aire húmedo que se enreda en la piel, espeso, tibio, cargado de olor a río, a hojas viejas, a tiempo detenido. Era un aire que reconocí como quien reconoce a un pariente lejano.
Nota editorial
Este artículo forma parte del programa de becas Voces Indígenas de Dialogue Earth. Los ocho becarios son periodistas y narradores indígenas de todo el Sur Global. El objetivo del programa es poner de relieve no solo las temáticas indígenas, sino también la narrativa, el trabajo periodístico y las perspectivas de los propios comunicadores indígenas.
Belém no solo huele a Amazonía. La transpira.
Y, sin embargo, aunque caminábamos físicamente en el corazón del bosque tropical más grande del planeta, no siempre sentí que la COP30 hablaba el idioma del territorio. Las palabras que inundaban los paneles —mitigación, adaptación, financiamiento, transición justa— parecían surgir de un mundo paralelo al que habitan las comunidades que dependen directamente del río, del bosque y de los ciclos del clima que se sienten no como conceptos, sino como vida.
Más de una vez, perdiéndome en los corredores de la conferencia, pensé en mi abuelo. Él decía siempre que el bosque es un ser vivo que escucha. Me pregunté qué pensaría si viera esta escena: miles de personas discutiendo cómo salvar la Amazonía, pero tan pocas que conocen el silencio del amanecer en el río o el sonido del monte cuando cae la tarde.
La COP, a veces, parece hablar de la Amazonía sin haberla escuchado realmente.
Ser comunicador indígena en la COP
Participar en la COP como comunicador indígena es caminar con cada pie en en un mundo distinto.
Por un lado, estás en salas climatizadas donde se discuten políticas globales; por otro, llevas contigo la memoria de tu territorio, la voz de tu comunidad, las historias de tus mayores, las preocupaciones de tus jóvenes. Para mí, ese es el territorio del pueblo Shuar y la comunidad de San Luis Ininkis en Ecuador.
Esa doble mirada —desde adentro y desde afuera— se convierte en una herramienta para leer la COP no solo como un espacio técnico, sino como un espacio político, simbólico y profundamente desigual.
Desde afuera, los pueblos indígenas seguimos siendo presentados como guardianes del bosque, como símbolos de una sabiduría que se respeta en el discurso, pero que raramente se integra en la toma de decisiones reales.
Desde adentro, descubrí algo que duele admitir: el sistema climático global no está diseñado para que los pueblos indígenas decidamos. Nos permiten hablar. No siempre nos permiten incidir.
Lo resumió con claridad Uyunkar Domingo Peas Nampichkai de Ecuador, un líder achuar, mientras caminábamos entre pabellones: “Nos invitan a hablar, pero no a decidir”.
Esa frase debería ser grabada en la entrada de cada COP.
Detrás de las transmisiones oficiales
Las transmisiones oficiales muestran sonrisas, discursos y ceremonias. Pero la realidad es muy diferente para los indígenas que asisten.
Vi líderes indígenas discutiendo cómo pagar su comida del día mientras afuera se hablaba de millones de dólares en fondos climáticos. Vi delegaciones sin hospedaje confirmado y jóvenes amazónicos transmitiendo desde celulares prestados para mantener informadas a sus comunidades.
Presencié cómo, en un panel, la palabra “territorio” fue traducida tres veces como “suelo disponible”. Para nosotros, el territorio no es un recurso: es cuerpo, memoria, espiritualidad, historia, río, monte, tiempo y vínculo.
Vine buscando acuerdos. Encontré discursosTony Chimbo, líder kichwa
Un grupo de mujeres Yanomami indígenas que habitan en la Amazonía brasileña, cerca de Belém, abrió un conversatorio con un canto ritual. La sala quedó en silencio. No era un espectáculo: era una forma de convocar a los espíritus del bosque, de pedir permiso, de ordenar la energía. Muchos no lo entendieron; quienes venimos del territorio sí.
En los pasillos de la sala de conferencias, escuché las voces de los líderes indígenas.
Carla Medrano Criollo, una lideresa siona que fue a Belém con la delegación de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (CONFENIAE), me dijo con honestidad: “Aquí nos escuchan solo si hablamos su idioma”.
Tony Chimbo, un joven líder kichwa de la Amazonía, en su primera COP, me confesó: “Vine buscando acuerdos. Encontré discursos. Igual volveré. Si no estamos, otros deciden por nosotros”.
Juan Bay, presidente de la nacionalidad Waorani, sentado en un foro donde hablaban de cambio climático, me lanzó una pregunta que aún resuena: “¿Por qué hablan de futuro si no protegen el presente?”
Esas voces —frases sueltas, miradas, silencios— construyen un mapa emocional y político de la COP que ningún documento oficial recoge.
Ecuador en la COP30
Ecuador tuvo una participación clave entre las delegaciones amazónicas. Las intervenciones del prefecto de la provincia de Morona Santiago, Tiyua Uyunkar, y del presidente de la CONFENIAE, José Esach, marcaron un precedente en el discurso indígena amazónico a escala internacional.
En una mesa redonda, Uyunkar presentó una visión en la que abogaba por la financiación directa de las nacionalidades indígenas, sin intermediarios. También pidió que se reforzara el liderazgo subnacional, se promovieran nuevas economías forestales basadas en la bioeconomía y los servicios ecosistémicos, y se fomentara la soberanía digital indígena como herramienta para la autonomía tecnológica.
Su intervención destacó algo fundamental: los territorios amazónicos no deben ser beneficiarios pasivos, sino actores centrales de la gobernanza climática global.
Por su parte, Esach fue directo en su intervención en otro evento: “La Amazonía ha sido protegida por los pueblos indígenas por milenios, pero seguimos fuera de las decisiones que definen nuestro futuro”.
Su pedido es que las comunidades indígenas no solo sean consultadas, sino también empoderadas, para que formen parte realmente de los debates y la toma de decisiones. Esta es una parte novedosa de la narrativa amazónica, una parte que la comunidad internacional debe aceptar.
Hacia resultados concretos
Esta pregunta incómoda es la que debería guiar cualquier evaluación honesta después de una COP. En Belém se escucharon conceptos poderosos: justicia climática, financiamiento directo para los pueblos indígenas, derechos territoriales, soberanía comunitaria. Las palabras circularon con soltura en paneles, discursos y conversaciones diplomáticas. Pero, al final, ninguna de estas ideas se transformó en compromisos vinculantes. Hubo avances en el lenguaje, sí, pero fueron avances discursivos, más cercanos al deseo que a la garantía. La brecha entre lo que se dice en los escenarios y lo que ocurre en los territorios sigue siendo profunda, casi intacta.
Los resultados reales no vendrán de lo que ocurrió en Belém, sino del trabajo que vendrá después: seguimiento, articulación territorial y presión política. El cambio real requerirá una coordinación genuina entre las autoridades indígenas, los gobiernos locales y el Estado. Los procesos internacionales avanzan a un ritmo que contrasta con la urgencia de la situación en los territorios. Las ganancias pueden perderse en medio de estas largas negociaciones.
A través de sus acciones en la COP30, los representantes amazónicos han consolidado una presencia más sólida en el debate global. La nuestra es una fuerza que incomoda, cuestiona y reordena. Sin embargo, ocupar espacio no es lo mismo que ejercer poder. La adaptación climática se sigue diseñando desde fuera de nuestros territorios y, aunque la comunidad internacional ha demostrado estar dispuesta a escuchar, aún no está dispuesta a ceder el control que le permitiría cambiar verdaderamente el rumbo de las decisiones climáticas.
Si se incluyen plenamente las voces indígenas, los frutos se sentirán con el tiempo, de forma gradual y concreta. Pero si la voluntad política se disipa y las decisiones quedan atrapadas en la burocracia global, esta COP acabará siendo recordada como una oportunidad perdida para escuchar al bosque y a quienes lo habitan.
Nuestra voz, en la COP y más allá
Belém me dejó con una profunda certeza: la lucha climática no se define en las salas diplomáticas, sino en los territorios. El futuro de la Amazonía se decide en los ríos, en las comunidades, en los bosques que aún respiran y resisten.
Los pueblos amazónicos seguiremos asistiendo, no porque confiemos plenamente en el sistema, sino porque retirarnos significaría que otros narren la historia de la Amazonía por nosotros. Y cuando otros la cuentan, el bosque deja ser vivo y se convierte en recurso.
Nuestra voz, la voz de los pueblos que habitamos el bosque, no solo debe estar presente en la COP, sino que debe ser la que marque el rumbo.


