“Oro blanco”, “petróleo del siglo XXI” y “mineral estrella”. Esos son algunos de los nombres con los cuales se denominó al litio en América del Sur desde el lanzamiento de las baterías fabricadas con el recurso, en 1991, hasta nuestros días.
Presente en la alimentación de aparatos de uso cotidiano como los celulares y las notebooks, las baterías de litio están llamadas a ocupar un lugar clave en los sistemas de transporte basados en vehículos eléctricos, de inexorable imposición debido al progresivo agotamiento de los hidrocarburos y de las peligrosas consecuencias ambientales que produce su quema.
68%
de las reservas globales de litio se encuentran en el "triángulo del litio" en Argentina, Bolivia y Chile
Sin embargo, pensar en una definición para el carácter del litio desde Sudamérica, lejos de ser un mero divertimento retórico, posee una urgencia acuciante debido a dos motivos yuxtapuestos.
El primero, desprendido de un dato elocuente: los países que componen el llamado “triángulo del litio” –Argentina, Bolivia y Chile- en América del Sur poseen el 68% de los reservorios globales del mineral en forma de salmueras, de más práctico procesamiento y mayor rentabilidad de extracción. El segundo motivo, radica en la importancia estratégica creciente que las compañías de los países centrales le otorgan a la apropiación del mineral y, por lo tanto, a las riquezas de nuestra región.
Frente a ese panorama, Sudamérica se coloca nuevamente de cara a la histórica disyuntiva estructural en torno a qué hacer con sus abundantes recursos naturales. ¿Representará el litio otro de los ciclos de auge primario-exportadores sudamericanos o bien fungirá como trampolín para romper con esa dinámica y explorar novedosas vías de (pos)desarrollo?
La definición de este difícil problema, empero, exige una revisión exhaustiva en torno a la realidad, proyecciones y contradicciones que atraviesan al litio sudamericano. Desde una vocación multidimensional, a esa tarea se aboca Litio en Sudamérica. Geopolítica, energía y territorios (Editorial El Colectivo, 2019), segundo libro del Grupo de Estudios en Geopolítica y Bienes Comunes (GyBC) del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la Universidad de Buenos Aires coordinado por Bruno Fornillo.
Un prisma privilegiado para comenzar a observar la importancia estratégica que actualmente posee el litio es el que otorga la revisión de los flujos de fondos para investigación y desarrollo de acumuladores, panorama que exhibe una representación a escala de las mutaciones contemporáneas de la gramática geopolítica.
En concreto, tanto a nivel de papers científicos publicados como también de patentes registradas y guarismos de producción de baterías en bruto, el eje Asia-Pacífico –con clara preponderancia de la República Popular China- parecería estar sacándole varios cuerpos de ventaja al mundo euroatlántico.
Incluso países como Alemania, cuna de la noción de “transición energética” y pionero en la innovación con fuentes renovables, se han vistos fuertemente superados en esas áreas en los últimos años por el “gigante asiático”, el cual parece decidido a dominar la carrera por la electromovilidad.
Llevando el análisis a los países del “triángulo”, es posible encontrar una serie de condicionalidades histórico-jurídicas y de políticas públicas que dificultan la industrialización soberana del litio e impactan en los modos de vida de las comunidades que habitan los salares de donde se extrae. Partiendo desde el nudo normativo,
Argentina se caracteriza por el dominio provincial de los recursos naturales introducido por la reforma constitucional de 1994, situación que favorece la explotación a gran escala -de hecho, hay mas de 40 proyectos de extracción en diferentes etapas en manos de empresas transnacionales-.
Bolivia, por su parte, exhibe una posesión estatal del litio, que busca crecer en la cadena de valor a partir de controlar el mineral. En Chile, en cambio, si bien el Estado central también hegemoniza los recursos, el mismo apuesta a ellos bajo una impronta mercantilista que prefiere concesionarlos a privados para su explotación.
En igual clave se puede estudiar los intentos de producción soberana de baterías. Allí, Bolivia se presenta como el único poseedor de una política industrializadora incipiente pero integral, la cual ejerce en colaboración de compañías alemanas y chinas. En Chile, pese a que existe alguna presión de parte del entramado científico nacional para el escalamiento en las cadenas globales de valor del litio, nuevamente prima la confianza estatal en los privados. En Argentina, por tanto, se visibiliza una carencia de propuestas integrales pese a disponer recursos humanos de primer nivel alojados en organismos científicos descentralizados como el CONICET y las Universidades Nacionales, aprovechados tan solo tangencialmente por la provincia de Jujuy.
En simultáneo, puede verse la fuerte organización de las comunidades de los salares en América del Sur contra la explotación del litio para proteger recursos vitales como el agua, lucha no exenta de dificultades y contradicciones internas. Un dato llamativo al respecto de las precauciones tomadas para la puesta en marcha de los emprendimientos litíferos del “triángulo” es que muchos de ellos fueron precedidos por estudios ambientales realizados por las propias empresas interesadas sin revisiones estatales cuidadosas, lo cual traza un manto de sospecha sobre el verdadero impacto de la actividad en el frágil equilibrio hidrológico y socioproductivo de los salares.
Aunque el grueso del litio en América del Sur se encuentra en el “triángulo”, debe marcarse que el mineral también existe en países como Brasil, aunque en forma de pegmatita o roca. Al igual que en el resto de la región, las contradicciones antes señaladas se reproducen en la nación verdeamarela, la cual está muy lejos de utilizar su propio litio para crecer en la elaboración de baterías en su propio territorio.
En resumen, salvo por Bolivia, la provincia argentina de Jujuy y algunos bolsones científicos chilenos, la región no exhibe proyectos que piensen al litio como un vehículo privilegiado para abrirse camino hacia un sendero de (pos)desarrollo, ecológicamente respetuoso y profundamente democrático.
En este sentido, las proyecciones para superar las limitaciones socioproductivas estructurales de Sudamérica no dejan de despertar una mirada sombría. Sin una aplicación urgente de medidas que reviertan lo acotado de la planificación estratégica en torno al mineral, la visión extractivista sobre éste volverá a colocar a la región en su rol histórico en el mercado mundial: el de periferia exportadora de naturaleza que es valorizada en países centrales.
En vistas de las condiciones contemporáneas vinculadas al impacto global del cambio ambiental y las dificultades y desigualdades que conlleva nuestra sociedad fósil, la concreción de un nuevo paradigma energético, de su capacidad industrial y científico-técnica, solo será viable si los recursos pasan a ser tratados como patrimonio y posibilidad para todas las regiones y países. De las decisiones que se tomen en los próximos años dependerá la definición de esta crítica coyuntura.