La diatriba y la pugnacidad interna de Venezuela arrojan sombras sobre los acuerdos que la nación suramericana mantiene con China. Pero la realidad encaja perfectamente en el dicho “mucho ruido y pocas nueces”, porque el futuro del petróleo venezolano está en el lejano Oriente. Los flujos de ida y vuelta son parte de una relación estratégica de largo plazo. ‘Peculiaridades’, esa es la palabra clave para entender las relaciones de China con el resto del mundo. China no hace juicios de valor sobre la forma en que otras naciones organizan su vida política interna y espera que las demás naciones hagan lo propio. Su interés primordial es mantener las mejores relaciones con otros países, con el foco puesto en los vínculos financieros y comerciales. Al igual que China, Venezuela también tienen sus ‘peculiaridades’ y a partir de esta comprensión mutua de la política internacional, ambos países mantienen una relación estratégica que empezó a forjarse a mediados de la década de 2000. Pero este hecho no impide que el papel de China sea objeto de críticas y se convierta en uno de los temas clave para la oposición que adversa al gobierno de Nicolás Maduro, y que ya dio los primeros pasos hacia un referéndum revocatorio en contra de él. Se habla de la “vocación imperial china”, y de una invasión de productos “made in China”. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja, aunque la pesada bruma de la polarización que exacerba los ánimos, apenas deje espacio para un análisis racional y comedido. El pivote de la relación comercial ha sido el petróleo, principal y casi único producto de exportación de la economía venezolana. Mientras los Estados Unidos pierden importancia y se convierten en un mercado en declive con respecto al petróleo venezolano, China viene en ascenso al igual que la India. Esto se debe no tanto a la producción de petróleo de esquistos en Estados Unidos, sino por el cambio de la matriz energética en ese país. El futuro del petróleo venezolano está en el lejano oriente. Y esta idea está metida entre ceja y ceja de los expertos petroleros, así como de la clase política. La presunción que apunta al fortalecimiento de los vínculos entre China y Venezuela es pues una cuestión de ‘Realpolitik’ y es ahí donde los ánimos se apaciguan y la cabeza fría apela al pragmatismo. El volumen de la deuda Recientemente, un equipo de economistas venezolanos, capitaneados por Ricardo Hausmann, profesor de Desarrollo Económico en la Escuela Kennedy de la Universidad de Harvard, presentó “Las bases para el diseño de un programa de reconstrucción nacional”. La secuencia de las láminas allí incluidas ofrece un panorama más que ajustado al desempeño de la economía venezolana en los últimos años. La economía venezolana está fuera de control en muchas de sus variables (colapso de las importaciones, caída de la producción petrolera y de bienes transables, déficit fiscal y financiamiento monetario, la inflación de tres dígitos) y grandes distorsiones de precios —aguda escasez de productos, especialmente de alimentos y medicinas— desplome del PIB, mientras la deuda externa del país se multiplicó por cinco). Varias de esas láminas refieren al endeudamiento de Venezuela con China (reflejadas en el balance del Bandes, banco de desarrollo creado por el gobierno del extinto presidente Chávez). El monto global de la deuda externa venezolana es de 160.000 millones de dólares, mientras el saldo de la deuda con China se calcula en 25.512 millones de dólares*. El servicio de esta deuda ya está consumiendo entre 5.500 y 6.000 millones de dólares anuales. El problema para Venezuela es que PDVSA, la corporación estatal de petróleo, ha disminuido su producción en 120.000 barriles diarios, según el informe más reciente difundido (el pasado 13 de junio), por la OPEP. El cambio de modelo de negocios, enfocada en la extracción de crudo extra pesado, ha incidido negativamente al no contar el país con diluyente para operar las plantas refinadoras. * Esta cifra sólo refleja las operaciones de los acuerdos gobierno a gobierno entre China y Venezuela. No incluye la deuda comercial privada de importadores venezolanos, ya sean empresas locales o empresas mixtas (de capital chino y venezolano) con proveedores privados o públicos de China, cuyo monto es difícil de cuantificar porque corresponde a las liquidaciones que tendrían que haber hecho organismos como Cadivi y Cencoex, encargados de la administración de divisas, luego de la aplicación del control de cambio en 2002. El esquema de los compromisos Venezuela tiene dos tipos de financiamiento con China. Uno, el fondo de gran volumen y a largo plazo, cuyo monto se estableció en 20.000 millones de dólares (la mitad en moneda estadounidense y la otra mitad en moneda china, orientado a potenciar la exportaciones de capacidades tecnológicas y empresariales de China en Venezuela). Dos, El llamado fondo chino (por completo en dólares, 4.000 millones primero y actualmente de 5.000 millones), cuya disponibilidad y empleo compete exclusivamente al gobierno venezolano. Sobre este esquema de financiamiento, diseñado en dos modalidades, hay varias observaciones y algunas críticas de peso. Ciertamente, el colapso de los precios del petróleo, a comienzos de este año, encendió las alarmas. Inicialmente, PDVSA debía enviar alrededor de 400.000 barriles por día a China a un precio calculado en 50 dólares por barril para repagar los dos fondos, que además tienen reglas diferentes. Pero como el precio cayó a 20 dólares en enero, PDVSA debía bombear más petróleo con destino a China (casi 800.000 barriles). “Eso no ocurrió”, dijo el economista Francisco Monaldi, profesor visitante del Baker Institute de la Universidad de Rice (Houston, Texas) y director del Centro Internacional de Energía y Ambiente del Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA). Por tanto, de facto, PDVSA estaba en default, pero eso se formalizó, porque China aceptó flexibilizar los pagos. Los detalles de ese arreglo se desconocen y dudo que vayan a ser revelados”. Mientras la estela de la bonanza fluyó efervescente, (con precios por encima de 140 dólares el barril), el mecanismo funcionó sobre ruedas. Otro asunto es la aplicación de los fondos y la pregunta implícita que conlleva el esquema de financiamiento (¿Para qué Venezuela se está endeudando?) “No creo que el defecto sea especialmente un matiz político, que la cosa sea chimba (de dudosa calidad) porque la hizo Chávez”, dijo Temir Porras, quien presidió el Bandes. “De alguna manera (tanto China como Venezuela), se aseguran un flujo en los dos sentidos. A mí, conceptualmente, eso me parece correctísimo”. Miguel Ángel Santos, economista que coordinó el informe Bases para el diseño de un programa de reconstrucción nacional dijo que las operaciones del acuerdo China-Venezuela “son totalmente opacas” dado que ninguna pasó por la Asamblea Nacional. El esquema de financiamiento no se corresponde con la naturaleza de algunos proyectos. Santos mencionó el caso del ferrocarril que unirá a Caracas con el principal puerto venezolano, ubicado en la localidad de Puerto Cabello (centro occidente del país), “reportará beneficios dentro de 30 ó 40 años, pero el fondo Chino está diseñado para que Venezuela amortice en un plazo de cuatro años con envíos de petróleo.” Son puntos sin soldadura que quedan expuestos en la ejecución de los proyectos. “Los chinos, en más de una oportunidad, han planteado lo siguiente. ¿Cuál va hacer la aplicación de los fondos? ¿Se van a emplear para el desarrollo de capacidades tecnológicas e industriales? Mientras los venezolanos insisten en obtener liquidez, sin subordinarse a ningún condicionamiento. Son dos posturas legítimas,” dijo Porras. Otra cosa es la visión del sector privado. “Si sumas (del lado chino) empresarios agresivos más empresarios “desordenados”, que pudieran estar pensando en cómo construirse una nueva casa en Miami (del lado venezolano), pues tienes que aplicar mecanismos de transparencia y verificación para asegurar resultados. De lo contrario, estarías abriendo las puertas a la corrupción. Pero la verdad sea dicha. Ni en el sector público, ni en el sector privado, ni en la sociedad en general, los venezolanos estamos acostumbrados a la transparencia”, agregó el ex presidente del Bandes. La sombra del conflicto político A partir del triunfo electoral de la oposición venezolana, en las elecciones legislativas del pasado 6 de diciembre de 2015, la pugnacidad y la polarización política han copado la esfera de lo público en Venezuela. El conflicto se ha escalado, mediante una serie de episodios, cuyos protagonistas han sido los poderes públicos, hasta un peligroso nivel que ha mutado, tal como lo anticipó el abogado constitucionalista, Jesús María Casal, en una “crisis constitucional”. Como parte de la secuencia del conflicto, el presidente Maduro emitió, a el pasado 16 de mayo, el Decreto de Estado de Excepción y Emergencia Económica, que lo faculta, entre otras cosas, a “realizar operaciones con cargo al Tesoro Nacional”, que, en opinión de voceros de la oposición y especialistas en derecho, deberían contar con la aprobación del parlamento. De inmediato llegó la respuesta de la Asamblea Nacional por intermedio de su presidente, Henry Ramos Allup, quien advirtió a los países que mantienen relaciones con Venezuela que cualquier operación de crédito, que no cuente con la aprobación del legislativo, pudiera ser declarada ilegal. “Claramente ha enviado el mensaje a los chinos,” dijo Monaldi. “Yo pienso que es un tema delicado que tendría que ser evaluado con detenimiento, entre otras cosas, porque China será —ya lo es— una de las principales opciones de financiamiento futuro para Venezuela.” La mención a China no es casual. De acuerdo al informe presentado por el economista Miguel Angel Santos, “a Venezuela se le cerraron las puertas del financiamiento internacional a partir de 2014”. ¿Una tormenta en un vaso de agua? Por su parte, Porras adscribe la declaración de Ramos Allup al escenario pugnaz de la política domestica. “Mi opinión es que la relación con China, en el esquema descrito, no es un endeudamiento soberano de tal naturaleza que exija la aprobación de la Asamblea Nacional”. Y explica por qué. “Para Venezuela, el mecanismo financiero significa un pago adelantado de petróleo. El pasivo que esa operación genera debería ser enterado al Bandes que para eso tiene un patrimonio. De alguna manera hay un convenio entre el banco y PDVSA y es PDVSA la que paga en lugar del banco, con los envíos de petróleo a China, cuyo monto equivalente (sea en dólares o en yuanes) el banco va descontando. No digo que ese mecanismo no necesite supervisión y esquemas de transparencia por parte de la Asamblea Nacional y de la sociedad venezolana, pero insisto, no creo que sea una operación de endeudamiento soberano”. Sin duda, el mutismo de China obedece a que entiende cabalmente cuáles son las ‘peculiaridades’ de Venezuela.