Brasil se encuentra en pleno auge de la construcción de represas en la cuenca del Amazonas, la cual está cambiando la faz de la región de bosques tropicales más grandes del mundo. Un boom impulsado por los más grandes intereses agrícolas nacionales, realizándose con escasa consideración sobre los impactos en los pueblos indígenas y el medio ambiente, y llevándose a cabo con un mínimo esfuerzo para capitalizar el vasto potencial de energía renovable de la nación, ya frecuentemente signada por la corrupción.
El ejemplo más notable es la enorme represa de Belo Monte, el cuarto proyecto hidroeléctrico más grande del mundo. Esta represa en si misma ya ha bloqueado el río Xingu, de 1.000 millas, un importante afluente del Amazonas. El embalse de Belo Monte, que se encontraba al tope de su capacidad a finales de 2015, inundó 260 millas cuadradas de tierras bajas y bosques, desplazó a más de 20.000 personas y causó extensos daños a un ecosistema fluvial que contiene más de 500 especies de peces y muchas de ellas se encuentran exclusivamente allí. Cuando se complete la instalación de turbinas, el 80 por ciento del caudal del río será desviado de su cauce natural y – entre otros impactos – generará que tres grupos indígenas se queden sin los peces y las tortugas de los cuales dependen.
Ahora, el gobierno brasileño ha hecho foco en el río Tapajós, otro importante afluente del río Amazonas que drena un área mayor a la de California y el cual se extiende desde los campos de soja de Mato Grosso hacia el norte, a través de la selva amazónica en el vasto estado de Pará antes uniéndose al Amazonas en Santarém. Las represas planificadas para la Cuenca del Tapajós se contabilizan en un total de 43, con al menos 30 megavatios de capacidad instalada, y muchos más con una menor capacidad. De los 43, dos ya han llenado sus reservorios, otros dos están acercándose a esta etapa, y varios de los grandes proyectos están ahora en la lista de planes futuros.
Si en Brasil continúa la construcción de represas sin restricciones y al ritmo actual, esencialmente este país ocupará todos los afluentes más importantes del Amazonas al este del río Madeira – en efecto, la mitad de la cuenca amazónica – y los convertirá en continuas cadenas de embalses. Esto significaría expulsar a todos los residentes originarios de los dos tercios de la Amazonia brasileña.
La construcción de estos proyectos hidroeléctricos se está produciendo en un momento en el cual Brasil está vulnerando sus leyes y reglamentos ambientales y haciendo caso omiso de la legislación existente. En un caso clave – la presa de São Luiz do Tapajós – el estudio de impacto ambiental fue “archivado” en 2016 por el IBAMA, organismo responsable del otorgamiento de licencias del Ministerio de Medio Ambiente. Sin embargo, esta represa altamente controvertida, que inundaría tierras indígenas, continúa en los planes del Ministerio de Minería y Energía y podría ser “desarchivada” en el futuro.
La frecuente rotación de ministros del área de medio ambiente y jefes del IBAMA, más la historia de presión política que obliga a la aprobación de las represas por sobre las objeciones del personal técnico (como en el caso de las presas del río Madeira y Belo Monte), significa un claro antecedente para la otorgación de la licencia de la represa de São Luiz do Tapajós en el futuro. Además, el rápido avance de los proyectos de ley y una enmienda constitucional a través del Congreso Nacional suprimirían en su totalidad las licencias ambientales.
Los proyectos de las represas de Tapajós y Belo Monte comparten numerosos paralelismos, incluyendo segundas intenciones para otorgarle a estas represas una extraordinaria prioridad. En el caso de Belo Monte, se trata de un caso de corrupción con pruebas concretas, incluyendo declaraciones juradas presentadas por algunas personas que participan en la construcción de represas, afirmando que hicieron tanto “donaciones” legales como ilegales para financiar las campañas presidenciales de 2010 y 2014 del victorioso Partido de los Trabajadores a cambio de contratos lucrativos. Belo Monte fue financiado en un 80 por ciento por el banco del gobierno de Brasil con un interés anual del 4 por ciento, mientras que el gobierno se financió simultáneamente pidiendo dinero prestado al 10 por ciento de interés anual. En el caso de Tapajós, un poderoso motivo oculto es la planificación de una vía fluvial destinada al transporte soja para los poderosos intereses agroindustriales del país.
Tanto los proyectos de Tapajós como el de Belo Monte proyectaron la construcción de sus represas extraordinariamente dañinas las cuales inundarían tierras indígenas, pero los planes para la ejecución de estas represas desaparecieron del discurso oficial a pesar de los múltiples indicios que señalaban la clara intención del gobierno de continuar con ellas. Tanto la represa de Belo Monte como la de Tapajós involucran intereses chinos, a partir de negociaciones en curso para la adquisición por parte de China de una fracción de Belo Monte y con la ya consumada compra china sobre el control de la represa de São Manoel, adyacente a una zona indígena en la Cuenca del Tapajós. Tanto Belo Monte como São Manoel tuvieron sus licencias de operación aprobadas por el director del IBAMA, ignorando las indicaciones formales del personal técnico de la agencia, cada una con cientos de páginas de explicación argumentado las razones por las cuales estas licencias no debían ser aprobadas.
Alrededor del 75 por ciento de la electricidad en Brasil proviene de la energía hidroeléctrica, y el país es el segundo productor de hidroelectricidad a nivel mundial, detrás de China. El gobierno brasileño sostiene que la expansión de la energía hidroeléctrica en la cuenca del Amazonas ha posibilitado el crecimiento económico del país en las últimas décadas y también, ha ayudado a llevar energía a las regiones que carecen de electricidad. Además, el gobierno sostiene que la energía hidroeléctrica es una fuente de energía limpia que contribuye a combatir el cambio climático, y en el bosque lluvioso del Amazonas, las represas hidroeléctricas proporcionan una fuente constante de electricidad que no se encuentra atravesada por los problemas de intermitencia de la energía eólica y solar.
Todos estos argumentos han sido discutidos. Las represas no son económicamente atractivas si se consideran sus verdaderos costos ambientales y sociales, la cantidad de electricidad dedicada a la electrificación rural es minúscula en comparación con otros usos, la energía hidroeléctrica ya no es confiable y se proyecta que será aún más perjudicial a la luz del cambio climático y los cambios proyectados en los patrones de lluvia, y las represas también emiten cantidades significativas de metano, un gas de efecto invernadero, procedente de los depósitos de energía hidroeléctrica.
Pero las represas amazónicas tienen un arsenal de impactos sociales y ambientales que, si se les hubiera otorgado el peso correspondiente en la toma de decisiones, haría que el gobierno brasileño busque en su lugar otra de las grandes cantidades de alternativas energéticas que existen en el país para obtener beneficios de la electricidad. El desplazamiento de la población humana que habita en las zonas seleccionadas para las inundaciones es uno de los impactos inmediatos más evidentes. La situación de los desplazados o de los abandonados sin medios de subsistencia a causa del proyecto de Belo Monte es el ejemplo más dramático de la actualidad.
La instalación de estas futuras represas significará mucho más que el desalojo de grupos indígenas y no indígenas. Se espera que la represa de Marabá, en el río Tocantins, desplace a 40.000 personas, la mayoría de las cuales son habitantes tradicionales ribereños conocidos como “ribeirinhos”. En la cuenca del Tapajós, la destrucción de los rápidos de Sete Quedas, a partir de la construcción de la represa Teles Pires, en 2013, eliminó el lugar más sagrado para el pueblo Mundurukú, un lugar equivalente al cielo para los cristianos. La instalación de la represa de São Luiz do Tapajós destruiría el sitio donde se asegura que el venerado antepasado Mundurukú creó el río Tapajós a partir de cuatro semillas de la palma del tucumã. Los líderes de Mundurukú expresaron su preocupación por la destrucción de sus sitios sagrados, aún más de lo que significaría la pérdida de peces y otros recursos vitales, pero la pérdida de estos sitios ni siquiera es considerada como un impacto en las declaraciones de impacto ambiental realizadas por el gobierno en relación a estas represas.
Los efectos ambientales de las represas amazónicas son abrumadores. Estos impactos incluyen la pérdida de áreas sustanciales de bosques que hasta entonces están siendo generadas en mayor medida por las represas de Balbina, Tucuruí y Samuel. Las áreas de bosque perdidas por las inundaciones de los embalses alcanzaron las 1.200 millas cuadradas en Balbina, 744 millas cuadradas en Tucuruí, y 168 millas cuadradas en Samuel. En Balbina, prácticamente todo el bosque fue perturbado por habitantes no indígenas, mientras que parte del bosque en las otras dos represas ha estado expuesto a la tala. Estas pérdidas se ven empequeñecidas por el proyecto de energía hidroeléctrica de Babaquara / Altamira y otras represas previstas en el río Xingu, río arriba de Belo Monte. Babaquara / Altamira que inundaría más de 2.300 millas cuadradas de bosques tropicales prácticamente inalterados.
Las inundaciones de los embalses no son la única forma en las cual estas represas provocan la pérdida de bosques. Estos proyectos también generan la deforestación de la población desplazada y de la de quienes que son atraídos por el emplazamiento de la presa, por la ocupación e invasión de bosques a lo largo de las carreteras construidas en cada represa y a partir del estímulo de las actividades asociadas con el desarrollo, como por ejemplo las vías fluviales para el transporte de soja. Las represas constituyen una las causas de un proceso multifacético de deforestación – que involucra la tala, la agricultura, la ganadería y otros tipos de desarrollo – que está destruyendo la selva amazónica de Brasil, especialmente desde sus bordes orientales y meridionales.
Las represas también bloquean las migraciones de peces, incluyendo especies comerciales icónicas como el “bagre gigante” del río Madeira. También frenan los flujos de sedimentos y nutrientes que sustentan la productividad de los peces en todo el Amazonas. Los depósitos carecen de oxígeno en su profundidad, generando que el mercurio presente en el suelo se transforme en la especie venenosa de metilo, el cual se concentra en cada eslabón de la cadena alimenticia, hasta llegar a los seres humanos. Las personas que viven alrededor del embalse de Tucuruí tienen en su cabello niveles de mercuriocuatro veces superior al de los mineros de oro salvajes (garimpeiros), los cuales se caracterizan por su uso del mercurio. Los peces del embalse tienen más del doble del nivel de mercurio permitido para el consumo humano establecido por las normas de la Organización Mundial de la Salud.
Y aunque los defensores de todas las represas aseguran que constituyen una fuente renovable de energía, las represas en la Amazonia y en otras partes emiten cantidades sustanciales de gases de efecto invernadero, especialmente de metano, que posee un impacto mucho mayor por tonelada de gas que el CO2 en el corto plazo. El impacto en el calentamiento global se está incrementando a partir de los créditos de carbono otorgados a represas como Teles Pires en la cuenca del Tapajós y Santo Antônioy Jirau en el río Madeira. Todas estas represas han sido construidas por razones que no tienen ningún vínculo con el combate del calentamiento global. Esto significa que los países europeos que adquieren créditos de carbono están autorizados a emitir millones de toneladas de carbono sobre la base de las represas, que se construirían de todos modos. Tales proyectos drenan el dinero “verde” que de otra manera podría ser utilizado para las medidas que realmente sirven para reducir emisiones globales, tales como proyectos de energía eólica y solar.
Brasil posee una enorme costa con el potencial suficiente para la generación de energía eólica marina y posee una vasta región semiárida con un potencial enorme para la energía solar, además de una gran capacidad sin explotar en todo el país. También podría utilizar mucha menos electricidad si abandonara la exportación de aluminio y otros productos electro intensivos, reduciendo pérdidas de residuos y de transmisión, y aumentando la eficiencia. Las proyecciones oficiales de Brasil para la demanda de energía son exageradas, basándose en la extrapolación del crecimiento exponencial al 5 por ciento anual, aunque las estimaciones más recientes se han visto obligadas a proyectar tasas de crecimiento más bajas a partir del reconocimiento de la recesión económica del país.
Contrariamente a las afirmaciones de la industria y del gobierno, la energía hidroeléctrica no es un tipo de energía barata. El costo de Belo Monte ya se ha elevado a más de 10 mil millones de dólares – más del doble de lo que se había estimado oficialmente cuando se tomó la decisión de construir la represa. Además, distintas encuestas realizadas entre cientos de grandes represas en todo el mundo exhibieron que la norma a nivel mundial es el exceso de costos y tiempos de construcción que fueron mucho más largos de lo esperado, haciendo que muchas represas sean económicamente inviables sin subsidios gubernamentales masivos.
También están previstas muchas represas en países amazónicos vecinos, especialmente en Perú y Bolivia, con importantes impactos sobre el medio ambiente y en los pueblos indígenas. Muchas de las represas previstas en el área amazónica de estos países son represas brasileñas, que serán financiadas por el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES). Serán construidas por contratistas brasileños y servirán principalmente para exportar electricidad a Brasil. Irónicamente, Brasil se dispara a si mismo con estas represas porque los flujos de sedimentos que bloquean reducirán los recursos pesqueros a lo largo de la porción brasileña del río Amazonas y en el “mar dulce” donde el río ingresa en el Océano Atlántico.
El actual sistema de toma de decisiones de Brasil se inclina hacia opciones como las represas, que maximizan los flujos de dinero a las compañías constructoras influyentes. Una reforma del sistema de la toma de decisiones para eliminar este sesgo subyacente debería ser una prioridad absoluta, – y no solamente luchar para detener cada represa altamente dañina que desea emplazarse.
Seguramente, Brasil sea uno de los países más afortunados del mundo al contar con alternativas mucho más amplias para satisfacer sus necesidades de electricidad que las represas, los combustibles fósiles o la energía nuclear. Sin embargo, opciones tales como la mejora de la eficiencia energética, la renuncia a las exportaciones con uso intensivo de electricidad y el aprovechamiento de los recursos solares y eólicos están totalmente ausentes de los planes gubernamentales o sólo reciben una consideración simbólica. De hecho, en enero de 2016, al considerarse la producción de electricidad a gran escala en el actual plan quinquenal de desarrollo, el presidente de Brasil vetó todas las alternativas no hidroeléctricas.
Ese artículo se publicó originalmente en Yale Environment 360