Energía

El auge de la energía solar genera disputas con las comunidades de la Caatinga brasileña

El crecimiento de los parques solares en el nordeste del país ha generado críticas de las comunidades tradicionales por su impacto en el paisaje y el agua en este bioma semiárido
<p>Vista de una de las 28 centrales del complejo solar de Santa Luzia, en la árida región del Seridó, en el estado de Paraíba, Brasil. En 2027 el complejo podría deforestar 1.500 hectáreas para instalar más de 2,6 millones de paneles fotovoltaicos y alcanzar 1,4 gigavatios de potencia instalada (Imagen: Yasmin Formiga)</p>

Vista de una de las 28 centrales del complejo solar de Santa Luzia, en la árida región del Seridó, en el estado de Paraíba, Brasil. En 2027 el complejo podría deforestar 1.500 hectáreas para instalar más de 2,6 millones de paneles fotovoltaicos y alcanzar 1,4 gigavatios de potencia instalada (Imagen: Yasmin Formiga)

La rápida expansión de las centrales solares en una región semiárida del nordeste de Brasil está destruyendo el medioambiente y afectando a la agricultura, según la población local. Comunidades rurales de dos estados del Seridó, región que alberga un geoparque reconocido por la Unesco, afirman haber tenido problemas desde que comenzó el desarrollo de las centrales.

Tres comunidades quilombolas ―aquellas formadas por descendientes de africanos esclavizados― y una aldea rural del estado de Paraíba afirman que su modo de vida tradicional se está viendo afectado. Al norte, en Rio Grande do Norte, los grupos quilombolas afirman estar sufriendo la deforestación de la Caatinga, un gran bioma de matorral semiárido.

La Caatinga, que posee la mayor biodiversidad de todas las regiones semiáridas del mundo, es uno de los ecosistemas menos resistentes al cambio climático de Brasil. Se calcula que el 10% de su territorio está en proceso de desertificación. En algunos pueblos, los ríos se han secado y las casas han sido abandonadas.

El análisis realizado por Dialogue Earth de los datos publicados por la plataforma Terra Brasilis del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe) muestra que solo el 8,8% de la Caatinga está protegida en áreas de conservación. En los dos últimos años, se han deforestado unas 1.000 hectáreas del bioma en el estado de Paraíba para construir centrales de energía renovable, según datos de la plataforma MapBiomas. En Rio Grande do Norte, la deforestación con el mismo fin habría alcanzado las 1.600 hectáreas en el mismo periodo.

Mapa que muestra centrales solares en el bioma de la Caatinga en Brasil
(Fuente de datos: Global Energy Monitor – Mapa: Dialogue Earth)

Impacto de los parques solares

En el norte de Paraíba, la empresa Rio Alto, con sede en São Paulo, explota el complejo solar de Santa Luzia, un proyecto que constará de 28 centrales y que linda con la comunidad quilombola de Pitombeira, donde viven unas 70 familias.

Cuando empezó a construirse en 2022, el gobierno estatal calificó el proyecto como la mayor instalación solar del país. La primera planta entró en funcionamiento en septiembre, y las demás deberán empezar a funcionar en 2027, con un total de  más de 2,6 millones de paneles fotovoltaicos y 1,4 gigavatios de capacidad instalada. Para lograrlo, podrían ser deforestadas hasta 1.500 hectáreas, dijo Rio Alto.

Pero los habitantes de la comunidad de Pitombeira afirman que las explosiones de dinamita durante la construcción han provocado grietas en las cisternas y en las paredes de varias casas, y que el proyecto ya ha enturbiado sus ríos.

una cisterna gris con rajaduras
Cisterna agrietada en la comunidad quilombola de Pitombeira, al norte de Paraíba, que los residentes atribuyen a las explosiones de dinamita de la construcción del cercano complejo solar de Santa Luzia (Imagen: Yasmin Formiga)

“El agua del río Sabugi era clara y ahora está turbia. Donde se pescaba, ya no se pesca”, afirma José Amaro da Silva, presidente de la Coordinadora Estatal de Comunidades Negras y Quilombolas.

Rio Alto afirma que sus actividades no tienen ningún impacto en el río Sabugi y que el año pasado analizó las aguas de otro curso de agua cercano, el Riacho do Rolo, pero no encontró cambios.

“Se demostró que las obras no influían en la calidad del agua”, explica a Dialogue Earth Renata Vilela, responsable de medioambiente del grupo empresarial. También dijo que la empresa promueve actividades de educación ambiental en el quilombo, con el que mantiene una buena relación.

La lideresa de la comunidad, Francisca Zuíla dos Santos, confirma que ha existido diálogo con la empresa, pero añade que “eso no significa que vayamos a hacer la vista gorda ante los daños causados”. Además, para ella, el análisis de la empresa “no mostraba la realidad”. 

Zuíla dos Santos afirmó que la deforestación y la compactación del suelo causadas por las obras habían provocado el vertido de barreiros, embalses tradicionales excavados en el suelo para almacenar agua de lluvia. Además, el agua del Riacho do Rolo, que antes estaba limpia, “se convirtió en un mar de lodo”. “Ni siquiera los animales quieren beberlo”, dice.

En Coremas, en el mismo estado, Rio Alto explota el complejo solar de Coremas, con una capacidad instalada de 365 MW. El proyecto, que ya está activo, ha provocado enfrentamientos con las comunidades quilombolas de Mãe D’Água y Santa Tereza, cuyos líderes acusan a la empresa de promesas incumplidas.

Según Damiana Tomaz, dirigente local y residente en Santa Tereza, la empresa prometió renovar la sede de la asociación comunitaria e instalar un centro de reciclaje, pero hasta ahora nada ha avanzado: solo se ha construido un pozo.

“Las empresas vienen con conversaciones difíciles que no entendemos”, dice. “Al principio, nos aseguraron que nos ayudarían. Luego, con el tiempo, empezamos a darnos cuenta de que la planta podría perjudicarnos”. 

Para proteger sus derechos, los habitantes de las tres comunidades quilombolas están elaborando el protocolo de Consentimiento Libre, Previo e Informado, de acuerdo con el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, que otorga a las comunidades indígenas derechos sobre los desarrollos en sus tierras.

Convenio 169 de la OIT

Brasil ha suscrito el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, que garantiza a los pueblos indígenas afectados por proyectos de infraestructura el derecho al consentimiento libre, previo e informado. El convenio fue ratificado en 2002 y entró en vigor al año siguiente.

Todas ellas están certificadas como comunidades quilombolas por el gobierno federal, primer paso de un proceso de reconocimiento de la propiedad de la tierra del que aún carecen muchos otros grupos quilombolas.

La trabajadora sanitaria Deuziene da Silva lleva más de dos décadas trabajando en la aldea rural de Pau de Leite, en Malta, en el interior de Paraíba. En 2018, los agricultores arrendaron sus tierras para la instalación de una planta de energía solar, expulsando a los pequeños propietarios que las venían utilizando. Como consecuencia, decenas de familias tuvieron que abandonar sus hogares y trasladarse a la ciudad.

“Son pequeños agricultores que vivían de la tierra y ahora viven de pequeños trabajos en las afueras”, dice Silva. “Recibieron una miseria en la rescisión del contrato con sus jefes y fueron desplazados”.

“Por si fuera poco, creemos que el herbicida utilizado para impedir que la maleza crezca bajo los paneles ha contaminado el embalse Engenheiro Arcoverde, que abastece a Malta”, añade.

Dialogue Earth se puso en contacto por correo electrónico y teléfono con Proton Energy, que explota el complejo de Angico y Malta, cerca del embalse Engenheiro Arcoverde, pero no recibió respuesta en el momento de la publicación.

Actualmente, según datos de la Agencia Nacional de Energía Eléctrica (Aneel), hay más de 90 plantas solares en construcción o en proyecto en Paraíba.

Deforestación de la Caatinga

En el municipio de Açu, en Rio Grande do Norte, la comunidad de Bela Vista da Lagoa do Piató ha sufrido las consecuencias de la deforestación de la Caatinga para la instalación del complejo solar Assú Sol, propiedad de Engie Brasil, filial de la empresa francesa del mismo nombre. Las familias denuncian que, sin la protección de la vegetación, las tormentas de arena son cada vez más frecuentes, sobre todo en los periodos más secos, lo que agrava la erosión y dificulta la plantación.

Una excavadora en un camino de tierra
Deforestación de la vegetación de la Caatinga cerca de la comunidad de Bela Vista da Lagoa do Piató, en Rio Grande do Norte, para la instalación del Complejo Assú Sol. Los residentes informaron que, sin la protección de la vegetación, las tormentas de arena son ahora más frecuentes, lo que agrava la erosión y dificulta el cultivo (Imagen: Dulce Bentes)

“La destrucción es desgarradora”, afirma el líder quilombola Edvan Costa, del Comité Estatal para la Igualdad Racial. “Las máquinas exterminan la vegetación para que no pueda volver a crecer. Abren una zanja y lo echan todo dentro sin dejar siquiera un corredor ecológico [un vínculo esencial entre distintas zonas de hábitat]”.

 “Además, cuando llueve, el agua no se filtra porque los árboles han sido talados, y el barro de las carreteras obstaculiza el tráfico”, añade.

Costa también asegura que los residentes han empezado a sufrir mordeduras de jararacas. Con la pérdida de su hábitat, las serpientes venenosas han aparecido cerca de sus casas. La comunidad también está certificada por el gobierno federal, pero aún no tiene el título de propiedad.

“Incluso las contrapartidas prometidas por Engie están tardando mucho”, añade Costa. “El depósito de agua y la escuela aún no han empezado a construirse”.

En un comunicado, la empresa, que opera el complejo de forma remota desde Florianópolis, en el sur del país, dijo que está trabajando con los organismos federales para reforestar la zona y cuenta con equipos para las acciones de rescate.

El inicio de la explotación parcial del complejo solar Assú Sol, con una capacidad instalada de 752 MW, está previsto para este mes, según la empresa. Engie Brasil dijo también que había donado equipos agrícolas y ofrecido formación a la comunidad quilombola.

La comunidad está situada a unos 100 kilómetros del Geoparque Seridó, uno de los seis que existen en Brasil. Reconocido por la Unesco como patrimonio de importancia internacional, la zona se considera única por su diversidad geológica. La Aneel ha autorizado una veintena de proyectos solares en municipios que forman parte del geoparque, en la región de Rio Grande do Norte. “Los geoparques son ricos en minerales como la scheelita, fuente de wolframio, rocas volcánicas recientes, fósiles y pinturas rupestres antiguas”, explica Marcos Nascimento, coordinador científico del territorio. “Antes entraban con fuerza los parques eólicos. Ahora empieza a llegar la energía la solar. Estamos atentos, porque si se va a instalar una central renovable en la zona, debe hacerse dentro de los más altos estándares de sostenibilidad”.

pinturas rupestres sobre una pared de piedra gris
Pinturas rupestres en el Geoparque del Seridó, Rio Grande do Norte, zona reconocida por la Unesco como patrimonio de importancia internacional. Se han autorizado unos 20 proyectos solares en municipios que forman parte del geoparque (Imagen: Marcos Nascimento)

Auge de la energía solar en el nordeste

El auge de la energía solar en Brasil se concentra sobre todo en la región Nordeste del país, donde los índices de energía procedente del sol son más elevados. En conjunto, la generación centralizada y distribuida de energía solar allí suma 7,9 GW de capacidad instalada, equivalente a más de la mitad de la potencia de la central hidroeléctrica de Itaipú, la mayor represa de Brasil.

Según el nuevo plan de transición energética del país, lanzado en agosto, se espera que la generación solar se duplique con creces en los próximos cuatro años para satisfacer la creciente demanda de electricidad de Brasil.

El mayor fabricante mundial de equipos solares, China, está suministrando módulos, inversores y otros componentes, además de financiar grandes proyectos de generación en las regiones Nordeste, Sudeste y, más recientemente, Centro-Oeste. Así lo afirma la Asociación Brasileña de Energía Solar Fotovoltaica (Absolar), principal agrupación del sector que reúne a 800 empresas nacionales y extranjeras activas en el país.

Es raro encontrar un proyecto solar en Brasil que no cuente con tecnología procedente de China. La empresa Rio Alto, por ejemplo, mantiene una colaboración con la china Huawei para implantar inteligencia artificial en las plantas de Coremas. Rio Alto también utiliza seguidores solares suministrados por Trina Solar, otra empresa china líder en el sector fotovoltaico, en sus proyectos en Brasil, como el complejo junto a la comunidad quilombola de Pitombeira en Santa Luzia.

“Hay un creciente interés de los empresarios chinos por las oportunidades brasileñas, incluido el desarrollo de baterías de almacenamiento estacionario. La asociación es bienvenida y ayudará a acelerar la transición energética”, afirma Rodrigo Sauaia, CEO de Absolar.

El país asiático entró en el sector eléctrico brasileño en 2005, y sus empresas se convirtieron en actores principales y explotan grandes centrales hidroeléctricas. Según datos del China Global Investment Tracker, las inversiones en proyectos y contratos energéticos de gigantes chinos como China Three Gorges y State Grid ya suman 60.000 millones de dólares en Brasil.