América Latina ha tenido una relación tormentosa con la minería. Las primeras hostilidades se produjeron con la llegada de los conquistadores, que saquearon el oro y la plata para enriquecer y sostener a la corona española.
Cuando llegó la independencia, las primeras oleadas de capital extranjero y las nuevas tecnologías trajeron nuevos actores a la saga minera, algunos de los cuales acabarían destruyendo los ecosistemas y las comunidades de la región: mercurio, cianuración, dinamita y dragado de ríos.
Esta segunda etapa de la minería latinoamericana ha perdurado durante dos siglos, a pesar de las múltiples crisis. ¿Y qué nos ha aportado? Sin duda inversiones, regalías y algunas infraestructuras. Pero después de tanto tiempo, es inevitable que la minería se haya llevado mucho más de lo que ha aportado a la región.
Ahora América Latina se enfrenta a una tercera oportunidad ―quizá la última― de reconciliar la minería con la humanidad y el planeta.
Esto viene en forma de minerales de transición, aquellos que son indispensables tanto para la generación de energía renovable como para el funcionamiento de una economía baja en carbono: cobre, litio, níquel, cobalto, grafito, tierras raras, por nombrar algunos. Sin estos minerales, no hay electrificación posible: no más paneles solares, no más turbinas eólicas, no más vehículos eléctricos.
Pero los minerales de transición se concentran en muy pocos lugares del planeta. ¿Adivina dónde?
América Latina concentra gran parte de los minerales necesarios para la transición económica y energética no sólo de la región, sino de todo el mundo: el 38% de las reservas mundiales de cobre, el 52% de litio, 22% de grafito y níquel, y el 17% de zinc, entre otros metales. Estos son especialmente abundantes en Chile, Bolivia, Argentina, Brasil, México y Perú.
Sin embargo, se corre el riesgo de repetir la historia y volver al eterno ciclo del extractivismo: se extraen minerales sin tener en cuenta los costos sociales y medioambientales, se exportan en bruto a países que saben procesarlos y transformarlos, y el país exportador recibe ingresos que no mejoran las condiciones de vida de sus territorios.
Para transformar su historia, la región dispone de múltiples ventanas de oportunidad que no pueden pasarse por alto.
Si los países se toman en serio el cumplimiento del Acuerdo de París sobre el cambio climático, el suministro actual de minerales de transición no bastará para electrificar las economías mundiales. En 2040, las tecnologías de energías limpias podrían representar más del 90% de la demanda total de litio, frente al menos de un tercio de 2020. La cuota de estas tecnologías en la demanda de cobre podría duplicarse hasta superar el 40%, y alcanzar el 60-70% de la demanda de cobalto y níquel, frente al 15% y el 8%, respectivamente, de 2020. En otras palabras, América Latina es indispensable para el abastecimiento mundial y la seguridad de la cadena de suministro.
La región es geopolíticamente benévola y no representa ninguna amenaza para las potencias mundiales: ni terrorismo religioso, ni tensiones nucleares, ni conflictos de soberanía impredecibles. Por tanto, se encuentra en una posición privilegiada para entablar relaciones comerciales sanas con todos los países ávidos de minerales de transición y mitigar las disputas geopolíticas que pudieran interrumpir su suministro.
América Latina tiene capacidad manufacturera en el sector del automóvil ―en Brasil, México, Argentina, Colombia y Costa Rica, entre otros― y en el procesamiento de algunos minerales. Chile y Argentina, por ejemplo, procesan respectivamente el 29% y el 10% del litio mundial. Este potencial puede aprovecharse mediante la cooperación regional para ampliar las inversiones, aumentar la capacidad industrial y tecnológica y diversificar la cadena de valor de los minerales de transición.
Este valor añadido debe ir acompañado de salvaguardas sociales que garanticen la legitimidad de la extracción de minerales de transición. Se necesitarán empleos locales formalizados, decentemente remunerados y diversos: en la extracción minera, el manejo de maquinaria de refinado y el ensamblaje de baterías o vehículos eléctricos, entre otros. En segundo lugar, el reparto de beneficios tendrá que ir más allá del factor salarial y traducirse en inversiones en infraestructuras sociales y productivas a nivel local.
Los minerales de transición no están exentos de emisiones, conflictos o estragos medioambientales. Por ejemplo, el litio abunda en zonas áridas, como los salares de Chile y Bolivia, y como requiere abundante agua para su extracción y procesamiento, puede generar un estrés hídrico considerable . De ahí la importancia de nuevas y mejores salvaguardas medioambientales, mucho más sólidas que las aplicadas en el pasado para la minería tradicional. Este reto es gigantesco, pero la región no parte de cero: el Acuerdo de Escazú, considerado el primer tratado ambiental regional de América Latina, es una plataforma política y jurídica para proteger la biodiversidad, así como a las comunidades que la defienden.
Ningún país latinoamericano posee por sí solo los minerales, el músculo financiero o la tecnología para ser una potencia en la transición energética. Sin embargo, colectivamente, sus reservas acumuladas, su situación geopolítica, su potencial de diversificación industrial y tecnológica y su capacidad para desarrollar salvaguardas socioambientales constituyen una ventana de oportunidad para transformar su desarrollo y el de todo el planeta.