El sistema eléctrico de Colombia se ha sostenido gracias a un delicado equilibrio entre las centrales hidroeléctricas y térmicas. Pero la ciencia es inequívoca: la quema de combustibles fósiles —carbón, gas y petróleo— para generar electricidad y calor es la principal fuente de gases de efecto invernadero a nivel mundial, ya que representó casi el 33% de las emisiones totales en 2022.
Por lo tanto, para garantizar un futuro más limpio y seguro, es lógico que Colombia avance en su emancipación del carbón y el gas para la generación de electricidad. Esto no significa que el camino vaya a ser fácil o inmediato. El carbón, el petróleo y el gas seguían representando casi el 36% de la generación del país en 2024, debido en gran medida a la menor disponibilidad de energía hidroeléctrica como consecuencia del fenómeno de El Niño.
Un reciente análisis realizado por Transforma, el centro de pensamiento y acción latinoamericano que dirijo, muestra que, por razones económicas, ambientales e internacionales, la eliminación gradual de las centrales eléctricas de carbón y gas en Colombia es ineludible. Sin embargo, si no se toman medidas adicionales, este proceso conlleva el riesgo de un déficit de energía “firme”. Se trata de la cantidad que un generador puede suministrar de forma fiable y constante en condiciones adversas, como sequías, picos de demanda o emergencias del sistema.
La pregunta ya no es si debemos dejar atrás el carbón y el gas, sino cómo acelerar la transición hacia las energías renovables de una manera ordenada y justa. El estudio de Transforma evaluó cuatro escenarios para la eliminación gradual de las centrales térmicas en Colombia. Se concluyó que, en términos de energía promedio —la cantidad promedio de energía eléctrica que el sistema nacional puede generar y suministrar en condiciones normales de operación—, Colombia podría mantener un balance positivo para el periodo 2025-2038, incluso en escenarios que implican el retiro de las centrales eléctricas de gas y carbón. Esto se debe a que su generación se vería compensada por la energía prevista de los nuevos proyectos que se prevé que entren en funcionamiento.
Sin embargo, en lo que respecta a la energía firme —la capacidad del sistema para responder en condiciones adversas—, los balances energéticos muestran una vulnerabilidad crítica ante una eliminación acelerada de las centrales térmicas de carbón y gas.
En los cuatro escenarios de cierre de centrales térmicas analizados, el déficit energético firme comienza entre 2028 y 2034, dependiendo del tipo de eliminación gradual: si las centrales de carbón y gas se eliminan al mismo tiempo, el déficit alcanza el 37,9% en 2038. Si la eliminación es secuencial —primero el carbón y luego el gas—, el déficit es similar (37,9% en 2038), pero aparece más tarde, alrededor de 2033. Si solo se eliminan las centrales de gas, el déficit alcanza el 26,7%; y si solo se eliminan las centrales de carbón, el déficit es menor, del 10,1%.
En resumen, aunque la transición permitiría mantener una energía suficiente en promedio, la pérdida de respaldo térmico amenaza la confiabilidad del sistema eléctrico colombiano en eventos críticos.
¿Significa esto que debemos fortalecer el carbón y el gas? A primera vista podría parecer prudente, pero no son más que cantos de sirena.
En los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la mayoría de los cuales se consideran desarrollados, la generación de energía a partir del carbón se ha reducido a la mitad desde 2007. Ha sido sustituida principalmente por la energía solar y eólica, cada vez más respaldadas por sistemas de almacenamiento. Este giro no es menor: demuestra que las alternativas renovables ya no son una promesa futurista, sino una realidad económica y tecnológica. De hecho, al menos un tercio de los 38 países de la OCDE ya han eliminado el carbón de su matriz de generación de energía.
Incluso en Estados Unidos, donde algunos sectores políticos han intentado reactivar el carbón, la tendencia es clara: las propias empresas generadoras han anunciado planes de retiro masivo. Para 2030 la capacidad de generación eléctrica a partir de carbón se habrá reducido en un 63,8% respecto del máximo histórico, impulsada por el costo decreciente de las renovables y por la necesidad de cumplir regulaciones ambientales cada vez más estrictas. En otras palabras, ni siquiera las economías más dependientes del carbón logran sostenerlo frente a la evidencia económica y climática.
Apostar por carbón y gas en Colombia sería pan para hoy y hambre para mañana
El gas, presentado durante años como una solución de largo aliento, enfrenta un panorama igual de complejo. En Colombia las reservas probadas han caído a niveles críticos: apenas 5,9 años de autosuficiencia. Los recientes descubrimientos de gas en alta mar en el Caribe, como los yacimientos de Gorgón y Uchuva, han sido promocionados como salvavidas energéticos por la principal empresa petrolera de Colombia, Ecopetrol, y por ciertos sectores de la industria y el gobierno. Pero estos proyectos en realidad presentan costos de producción elevados, incertidumbre sobre las reservas y un riesgo financiero considerable. Estudios del Instituto Internacional para el Desarrollo Sostenible concluyen que ambos campos tendrían valores netos presentes negativos bajo la mayoría de los escenarios de precios del gas, convirtiéndolos en inversiones altamente riesgosas.
La incertidumbre se ve agravada por un contexto internacional de altísima volatilidad. Según la Agencia Internacional de Energía, los precios del gas en Europa fueron en 2024 un 50% más volátiles que el promedio de la década pasada, un recordatorio de lo incierto y frágil que resulta depender de este combustible. A esto se suma el impacto climático: el metano emitido por la cadena de valor del gas tiene un potencial de calentamiento global 80 veces mayor al del CO₂ en un horizonte de 20 años y 28 veces mayor en 100 años.
En conclusión, apostar por carbón y gas en Colombia sería pan para hoy y hambre para mañana: son fuentes en declive global, más costosas y riesgosas financieramente, contaminantes, nocivas para la salud y sin porvenir a mediano y largo plazo.
La alternativa existe y es alcanzable. Según el análisis realizado por Transforma, Colombia necesita incorporar entre 10,8 y 40,8 gigavatios adicionales de energías renovables más allá de los proyectos ya programados, y maximizar la firmeza del sistema con una combinación equilibrada de energía solar, eólica y pequeñas centrales hidroeléctricas (PCH). Asimismo, el sistema eléctrico debe complementarse con almacenamiento y flexibilidad, a través de sistemas de almacenamiento de energía en baterías (BESS, por sus siglas en inglés), hibridación de fuentes y mecanismos de respuesta de la demanda que cubran las horas críticas.
Además de la oferta, es indispensable gestionar la demanda. Esto implica reducir la presión sobre el sistema mediante la eficiencia energética, la expansión de comunidades energéticas y otros modelos descentralizados. Finalmente, tanto la entrada de renovables como la gestión de la demanda deben ir acompañadas de condiciones habilitantes, incluyendo la resolución de conflictos socioambientales, la optimización de los procesos de consulta previa y la modernización de las redes de transmisión.
No son acciones sencillas, pero sí viables si se alinean voluntad política, visión estratégica y cooperación público-privada. El reto no es técnico sino de determinación: evitar sucumbir a los cantos de sirena fósiles y apostar por un futuro eléctrico confiable, sostenible y justo para Colombia.
Por último, la escena internacional está enviando señales cada vez más claras sobre el declive real y gradual de los combustibles fósiles en la generación de electricidad, a favor de un futuro claramente renovable. Por ejemplo, según el grupo de expertos Ember, durante la primera mitad de 2025 las energías renovables superaron al carbón por primera vez en la historia como principal fuente de electricidad en el mundo.
Este hito representa un punto de inflexión, no solo en términos de energía, sino también en términos de liderazgo mundial: son China e India, y no Estados Unidos ni la Unión Europea, los que encabezan esta transformación. Si a estos gigantes energéticos sumamos la fuerza numérica de las pequeñas y medianas contribuciones solares y eólicas de países de América Latina, África, el sudeste asiático y el sur de Asia, vemos cómo encajan las piezas de un gran rompecabezas. Una transición energética “hecha en el Sur Global”. Que este hito sirva a Colombia, exponente regional de la ambición climática, así como a Brasil, líder de la COP30, y a toda América Latina para perseverar en una transición que, aunque incierta y desafiante, nos está llevando por el camino correcto.


