Este video nació de la conexión espiritual del pueblo Wayuu con la mar. Como joven wayuu, comparto este vínculo. Ella no es solo agua; es un ser sagrado y cosmogónico que emana de nuestra relación con el mundo espiritual. Sus olas representan el baño que nos limpia y nos sana, del mismo modo que lo hacen nuestras abuelas.
Pero hoy en día, este ciclo ha sido roto por la intervención humana, la expansión industrial y el extractivismo, lo que provoca un desbalance en nuestro territorio.
Nota editorial
Este artículo forma parte del programa de becas Voces Indígenas de Dialogue Earth. Los ocho becarios son periodistas y narradores indígenas de todo el Sur Global. El objetivo del programa es poner de relieve no solo las temáticas indígenas, sino también la narrativa, el trabajo periodístico y las perspectivas de los propios comunicadores indígenas.
Para la comunidad de Clarena Fonseca Uriana, cerca de la ciudad de Riohacha, en el departamento colombiano de La Guajira, este desequilibrio se está viviendo de manera muy real. En este cortometraje, ella comparte, desde una mirada femenina, la relación sagrada que los wayuu mantenemos con la naturaleza, y cómo interpretamos estos cambios como parte de un ciclo ancestral de equilibrio y desbalance.
Durante años, la comunidad de Clarena ha visto cómo la mar ha ido devorando su territorio. Una causa inmediata son los seis espolones construidos en 2007 para proteger a Riohacha de la erosión, que han cambiado las corrientes y la sedimentación en la costa. Pero, como ella explica, para los wayuu es mucho más que eso. La mar está enfadada, dice, “por lo que le están haciendo”.
La Guajira ha sufrido a menudo los efectos de largas sequías, que se están volviendo más extremas debido al cambio climático. Sin embargo, a lo largo de las costas de la mar Caribe, los wayuu del mar, los apalaanchi, están sufriendo un efecto de la sequía del que no se habla: la erosión costera. Al reducirse con frecuencia el caudal de los ríos, se transportan menos sedimentos al mar, lo que deja la costa menos protegida. Las familias wayuu se enfrentan hoy en día al desplazamiento. En la comunidad de Clarena, cinco familias ya se han visto obligadas a marcharse. La mar también ha arrasado un cementerio y una zona de desembarque para barcos pesqueros.
Consideramos que esto es una consecuencia directa del extractivismo que ya sufrimos en tierra debido a la minería del carbón y al uso excesivo del agua, concretamente en Cerrejón, una de las minas de carbón a cielo abierto más grandes del mundo, y en la represa de Cercado, situada río arriba del río Ranchería, que finalmente llega a nuestra costa. Este enfoque extractivo, liderado por el Estado y las empresas multinacionales, se está extendiendo ahora hacia nuestra abuela, la Mar, y amenaza directamente los ecosistemas marinos que nos sostienen.
En los últimos años, la región se ha convertido también en un foco de atención para la extracción de energía renovable. El desarrollo de megaproyectos como el offshore OFW Astrolabio, compuesto por 55 aerogeneradores de 15 MW a tan solo 2,4 km de la costa guajira, amenaza con alterar los entornos marinos, los hábitats y las dinámicas espirituales que nuestro pueblo reconoce en la mar.
Aunque se presentan bajo el discurso de la transición energética, estos proyectos no buscan llevar energía a las comunidades locales, sino producir hidrógeno verde y sus derivados, como el amoníaco, para la exportación. Además, desconocen el carácter sagrado de la mar, mercantilizando lo que para nosotros es vida, equilibrio y memoria espiritual.
Como wayuu, me resulta irónico que el mundo y el Estado tracen tantas rutas de acción sobre nuestro territorio con el argumento del “beneficio global”, mientras La Guajira sigue siendo uno de los departamentos con los índices de pobreza más altos del país. Aquí, entre 2008 y 2015, alrededor de 5.000 niños han muerto por desnutrición y sed, una situación que un tribunal colombiano dictaminó en 2017 como una violación de sus derechos constitucionales. Muchos años después de ese fallo, esta triste situación persiste. Esta paradoja revela la distancia entre los discursos del desarrollo y la realidad cotidiana de un pueblo que ha sido sistemáticamente despojado.
Ahora, la erosión costera nos está despojando de nuevo. Según el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (INVEMAR), de los 789 km de línea de costa que tiene La Guajira, el 21 % (aproximadamente 168 km) ya está afectado por procesos erosivos. Este dato refleja la magnitud de una crisis ambiental y social que pone en riesgo la vida de los wayuu del mar, perpetuando la vulneración de nuestros derechos humanos. No solo se están arrasando hogares y negocios, sino que la erosión también amenaza la seguridad alimentaria al dañar los ecosistemas costeros, como los pastos marinos y los manglares, que son esenciales para la reproducción de las poblaciones de peces. Esto dificulta a los apalaanchi ganarse la vida y educar a sus hijos.
Pero es más que eso. Cada pedazo de costa que se pierde no es solo arena: es territorio, historia y protección espiritual. En la cosmovisión wayuu, cuando la tierra se hunde en la mar, también se desdibuja una parte de nuestra memoria colectiva y de la armonía que equilibra el mundo. La erosión es, entonces, una herida abierta. Una consecuencia visible de decisiones que priorizan el beneficio económico sobre el respeto a los ciclos naturales.
Si no se detiene esta lógica extractiva, la Mar, nuestra abuela, nuestra fuente de vida, podría volverse irreconocible, y con ella también nuestro modo de entender el mundo.
Ante esta emergencia, la comunidad de Clarena se ha movilizado para dar la voz de alarma. En 2023, presentaron una demanda judicial contra el gobierno colombiano, alegando que se estaban violando sus derechos humanos. El proceso sigue en curso. Unos meses más tarde, en febrero de 2024, Clarena presentó su caso en una audiencia pública sobre migración climática ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
La Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres de Colombia (UNGRD) está llevando a cabo un estudio para encontrar formas de mitigar la situación. Una de las respuestas hasta ahora ha sido sugerir la reubicación. Pero esta medida ignora nuestras raíces culturales y favorece al sistema colonialista, al invisibilizar la problemática. Como explicó Clarena durante el tiempo que pasamos filmando con ella, la reubicación afectaría “nuestra supervivencia, nuestra autoestima, nuestro crecimiento, nuestras memorias”.
“No va a ser igual”, afirmó.
Créditos:
Dirección, guión y producción por Luzbeidy Monterrosa Atencio, eirüku (clan) Wayuu Siijono
Producción en campo por Lucinda Monterrosa
Dirección de fotografía y cámara por Valentina Reyes Arias
Montaje por Valentina Reyes Arias, Manuel Campos Benítez
Grabación de sonido y dron por Cesar Ipuana
Postproducción de color y sonido por Manuel Campos Benítez
Animaciones por Carolina Hernández Parra
Texto animado por Luis Fuenmayor, eirüku (clan) Wayuu Epieyuu
Agradecimientos a Clarena Fonseca Uriana, a su familia y a toda la comunidad de La Cachaca III
Música:
“Sunrise on Mars”, de Jason Shaw, CC BY
“Beginning”, de Jason Shaw, CC BY
Música original del pueblo Wayuu, grabada por Luzbeidy Monterrosa Atencio
Aviso sobre derechos de autor:
Este video se publica bajo la licencia Atribución/Reconocimiento-NoComercial. Para obtener una copia del archivo de video, escribir a [email protected]. También se puede solicitar un clip reel con las imágenes originales.