“Durante diez minutos debemos estar muy silenciosos. Vendrá a nosotros sólo si no nos movemos ni hacemos ruido”.
La orden que da, en voz baja, el ornitólogo César Arredondo es traducida al inglés y luego al chino. Obediente, un grupo de fotógrafos chinos se sienta a esperar detrás de trípodes y cámaras que, por su tamaño, más parecen telescopios instalados en medio de un bosque húmedo.
De repente, aparece un destello de color naranja eléctrico. Un ave pequeña, con cresta en forma de media luna y tamaño de un cuervo, se posa sobre una rama y un instante después desvanece: es el gallito de la roca guyanés (Rupicola rupicola), una escurridiza especie que solo habita en los países de la cuenca amazónica de Sudamérica.
Los lentes giran velozmente, intentando enfocarlo entre el denso matorral. Aunque el silencio es absoluto, el nerviosismo de sus dueños es palpable. “No se muevan por favor que él vuelve. Quédense muy quietos”, les suplica Arredondo.
Unos minutos después, el gallito reaparece en la escena y se acomoda sobre una rama frente a ellos. Una ráfaga de obturadores se desata en el bosque, como el tamborileo de un ejército de máquinas de escribir tecleando furiosamente al tiempo. Durante más de una hora, esta usualmente huidiza ave salta de árbol en árbol, exhibiéndose con fotogenia y posando para sus cámaras Canon de último modelo. Les está ‘dando percha’, en el lenguaje de los observadores de aves.
Medio mundo por un ave
“Invertimos mucho dinero y tiempo en venir hasta aquí, incluyendo un vuelo de 18 horas e incontables horas de carretera. Todo este esfuerzo nos trajo hasta aquí y se pagó en el momento en que lo vimos”, cuenta con emoción Liu Yi, una fotógrafa aficionada de 54 años de Jinan, vestida de la cabeza a los pies en camuflado militar azulado. Hasta el teleobjetivo de su cámara está forrado con un patrón camuflado de hojas marrones.
Desde hace 23 días, ella y otros cinco entusiastas chinos vienen recorriendo media Colombia, en un tour especializado de avistamiento de aves que comenzó en Bogotá y los llevó por siete departamentos colombianos en busca de aves como el colibrí picoespada y la tangara multicolor. Su periplo terminó en este bosque del Guaviare, una exuberante región donde las selvas de la Amazonia colombiana se encuentran con las extensas llanuras en las faldas de los Andes.
Aunque en el camino han hallado más de un centenar de aves distintas, su objetivo central era uno: las dos especies existentes de gallito de la roca.
“Es como si nos hubiera estado esperando”, dice Ling Zi Chuan, un diseñador gráfico de 43 años de Xian, mientras pasa revista a los cientos de imágenes que le tomó en todas las posturas posibles. Esta vez tuvieron suerte: hace dos semanas, cuando visitaron una finca en las cercanías del Parque Nacional Farallones de Cali, no pudieron inmortalizar al gallito de la roca andino (Rupicola peruvianus). En medio de la llovizna alcanzaron a avistar la otra especie de gallito de lejos, pero nunca estuvieron en posición de siquiera sacarle una foto. En Guaviare, en la tranquilidad de su lek –o sitio de cortejo- un macho se pavoneó orgulloso en medio del diminuto ring de boxeo que limpian para pelearse con otras aves y atraer a las hembras, de plumaje menos vistoso color café.
El gallito no fue su único hallazgo en Guaviare. En una laguna, vieron a una pava hedionda -o hoatzin- dándole comida en la boca a sus dos polluelos. En la copa de un árbol vecino divisaron el sedoso plumaje de la cotinga frutera. En un humedal se toparon con un grupo de buitres de ciénaga, con su chirrido estridente como el de un burro. Uno tras otro, vieron al torito coronado, al águila caracolera, la esbelta garzita del sol y al veloz jamacar orejiblanco.
Biodiversidad inigualable, oportunidades sin precedentes
Con 1.912 especies de aves, Colombia es un paraíso para los fanáticos de las aves. Pero a pesar de ser el país con más aves en el mundo y de tener una gran diversidad de paisajes y ecosistemas, hasta ahora está dando los primeros pasos en el rentable mercado turístico del avistamiento de aves.
Con el histórico Acuerdo de paz firmado por el Gobierno colombiano con la guerrilla marxista de las FARC en 2016, las condiciones de seguridad han mejorado notablemente en muchas regiones del país y le están dando un fuerte impulso al turismo. Guaviare, uno de los departamentos más biodiversos del país y también uno de los más pobres, fue durante años uno de los centros de operación de los 13.000 guerrilleros que dejaron sus armas en julio de 2017 y, como resultado, uno de los más golpeados por la violencia.
Con un sector privado virtualmente inexistente y una de las tasas más altas de deforestación en toda Colombia, Guaviare está buscando un cambio de chip que le permita traer oportunidades laborales al tiempo que conserva su riqueza natural. El turismo de naturaleza, incluyendo el avistamiento de aves, se están convirtiendo en poderosas alternativas. Al final de cuentas, allí se encuentran 550 especies distintas, o un cuarto del total nacional.
“No solo se está convirtiendo en un sector económico que beneficia a muchas familias –de campesinos propietarios de bosques, de conductores, de guías- sino que es el mejor aliado de la conservación”, explica Arredondo, que regresó a su región natal tras estudiar ornitología para fundar la primera agencia de viajes especializada en turismo de naturaleza, aptamente bautizada Biodiverso Travel.
Eso es crucial en un departamento que tiene una de las tasas más altas de deforestación en Colombia y donde se encuentra la Serranía de Chiribiquete, el parque nacional más grande de Surámerica que acaba de ser declarado Patrimonio de la Humanidad. El área alrededor de la capital regional de San José del Guaviare -donde se concentra el turismo- es considerado uno de los ocho puntos críticos de deforestación, a causa del comercio ilegal de madera, la expansión de la frontera agrícola y, sobre todo, la apropiación ilegal de tierras.
“Aunque hay pájaros hasta en los pedregales y desiertos, hay una clarísima relación entre las aves –en número y en diversidad- y los ecosistemas complejos como estos bosques. Y más cuando, como en Guaviare, están conectados con planicies, colinas, humedales, bosques inundables y afloramientos rocosos. Este tipo de turismo especializado es un estímulo positivo para mantener bosques sanos donde habiten especies emblemáticas como el gallito”, dice Rodrigo Botero, director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) que viene documentando el vertiginoso ritmo de la destrucción ambiental y una de las personas que mejor conoce la región.
Aún siendo un nicho pequeño, el impacto del aviturismo es doble: genera ingresos para las comunidades e incentivos para cambiar la mentalidad -imperante en muchas zonas de expansión de la frontera agrícola- de que la tierra vale más sin vegetación.
“Cuando el campesino ve que la gente paga por la experiencia de ver animales como el gallito de roca y que ayudarlos a lograrlo tiene un valor monetario, la piensa dos veces antes de talar el bosque. Ese incentivo, así como la educación ambiental y el orgullo local que está generando, son fundamentales en un departamento con tanta selva pero tanta deforestación”, añade Arredondo, que en su tiempo libre coescribió la primera guía de aves del Guaviare.
El potencial dividendo de paz de las aves es significativo: un estudio académico del Conservation Strategy Fund estimó –a partir de 2.000 encuestas con socios de la Sociedad Audubon estadounidense- que hasta 278.000 turistas podrían estar interesados en venir a ‘pajarear’ en Colombia a raíz del Acuerdo de paz, dejando ingresos en el orden de 46 millones de dólares y generando más de 7.000 empleos.
Su éxito y su sostenibilidad a largo plazo, en todo caso, depende de que haya una planeación conjunta entre el Gobierno nacional, las autoridades locales y las comunidades, que aún es precaria en Colombia.
“Hay muy buen potencial, pero el ecoturismo -que solo representa 5% del total de la economía global del turismo- no es una panacea y solo no puede mantener a las comunidades. Debe haber una cuidadosa deliberación sobre el futuro en la región, con proyecciones detalladas de los impactos económicos, sociales y ambientales de cada opción de desarrollo. Una decisión final debe ser basada en un equilibrio de todas esas opciones”, advierte Megan Epler Wood, profesora de la Universidad de Harvard y una de las personas que más han estudiado el turismo sostenible.
Epler Wood, conocida por su libro Turismo sostenible en un planeta finito, justamente visitó Guaviare el año pasado, ‘pajareó’ con Arredondo y habló con los locales sobre el potencial del avistamiento de fauna.
Un mercado en potencia
La mayoría de avistadores de aves, al menos en Guaviare, son británicos y estadounidenses. Los chinos, aunque han venido en números menores, están yéndose impresionados.
“El gallito de la roca es el pájaro más hermoso del mundo, creo yo. Estoy seguro de que, cuando regresemos de nuestro viaje y mostremos nuestras fotos, más chinos vendrán”, dice Han Feng, un jubilado de Xuzhou, en la provincia de Jiangsu, que lo vio por primera vez en una revista y soñaba con encontrarlo en la vida real.
El número de turistas chinos en Colombia todavía es modesto (16.879 el año pasado, según las estadísticas de Migración Colombia). Pero está creciendo rápidamente, incrementándose cuatro veces desde que comenzaron los diálogos de paz en el país en 2012 y superando el último año a un país con condiciones similares como Costa Rica.
A medida que los chinos viajan al extranjero en números récord (145 millones de viajes el año pasado) y gastan (261 billones de dólares, según la Organización Mundial del Turismo), están buscando con mayor frecuencia experiencias en medio de la naturaleza como la fotografía y el avistamiento de animales. Entre los que vinieron a Guaviare varios habían buscado ya destinos similares a Colombia: Ling estuvo en Costa Rica a comienzos de año, Liu en Cuba el pasado. Ambos habían estado en Japón también, buscando especies preciadas entre los fotógrafos como el búho pescador de Blakiston o la grulla manchú.
“Es un mercado muy grande que Colombia está empezando a aprovechar, pero apenas estamos tocando la punta del iceberg. Gracias al voz a voz, se nos va a venir una ola de turistas chinos y tenemos que estar preparados como país y como sector”, dice el biólogo Christopher Calonje, que fundó la agencia Colombia Birdwatch y está constuyendo un ecohotel para observadores de aves en Dagua, cerca de Cali. Con éste, Colombia Birdwatch completa siete grupos de turistas chinos -casi todos fotógrafos- en el último año.
Lograrlo, sin embargo, implica entender el perfil y las particularidades de los avituristas chinos: suelen ser jubilados, prefieren viajar en primera clase y alojarse en hoteles cinco estrellas, van acompañados por un guía chino (dado que muchos no hablan inglés) y –en muchas ocasiones- privilegian comer en restaurantes chinos. El problema es que, aunque en Colombia existe infraestructura turística de lujo, por lo general está en las ciudades y no en los puntos donde están las aves como el Guaviare.
“Hay mucho espacio para mejorar: las condiciones de carreteras son malas y los estándares de hotel no lo suficientemente altos. Todo esto puede desarrollar la economía local”, dice Han Feng. Al final de cuentas, un paquete de tres semanas a Colombia cuesta alrededor de unos 70.000 renminbi (unos 10,200 dólares).
De hecho, esa lejanía les jugó una mala pasada en el final del viaje. Cuando se disponían a salir hacia Bogotá para tomar sus vuelos de regreso, una seguidilla de 17 derrumbes forzó el cierre total de la carretera, dejó a esa región del país incomunicada del todo y los obligó a modificar su itinerario. Por fortuna, iban a hacer una última parada a buscar el colorido saltarín cola de alambre y pudieron comprar billetes de avión desde la ciudad cercana de Yopal.
Esto refleja algunas de las dificultades que aún deben superarse para que siga creciendo el número de turistas chinos que vienen a Colombia. Por lo pronto, muchos turistas chinos escogen Costa Rica, que –aún teniendo la mitad de las especies de aves- lleva años de ventaja en ecoturismo, es más compacto y tiene una infraestructura bien desarrollada. A eso se suma que la percepción de Colombia apenas está empezando a cambiar.
“Muchos chinos aún tienen la idea salida de Hollywood de que Colombia es un lugar peligroso. Nosotros ya sabemos que es perfectamente seguro”, dice Ling Zi Chuan, que es uno de los fotógrafos de naturaleza patrocinados por Canon en China y enseña fotografía.
Sus favoritos hasta ahora han sido las decenas de especies de colibríes, que ha capturado desde haciendo piruetas aéreas hasta sacando el néctar de una flor. “No tenemos ninguna en China, acá las puedes ver en todas partes. Las aves vienen muy cerca de la gente. Eso significa que la gente es amigable con ellos”, dice, mientras muestra una de las imágenes que –firmada con su sobrenombre de Mr. Ling- sube en su cuenta de WeChat.
¿Creen ellos que vendrán más turistas chinos? “Sí, por este pájaro”, dice Liu Yi, mostrando una foto en primer plano del gallito, su copete naranja atravesado por un halo de luz.