“Un día salí a caballo con los técnicos encargados de monitorear a los animales y de pronto vimos a Mariua, una hembra de jaguar, que volvía de cazar junto a sus dos cachorros. Iba cruzando un pastizal y cuando nos descubrió se quedó mirándonos mientras los cachorros corrían a buscar refugio. Es imposible no emocionarse al verlos caminando por Iberá”.
A Pascual Pérez se le agrieta la voz al recordar aquel encuentro fugaz. Nacido en Mburucuyá, una pequeña ciudad de la provincia argentina de Corrientes, es el coordinador del portal Carambola, uno de los puntos de ingreso al Parque Nacional Iberá, que junto a su homónimo provincial componen el mayor humedal del país. Hace setenta años el jaguar (Panthera onca) fue declarado extinto en esta región, pero ahora la especie está regresando.
La reintroducción comenzó en 2015, cuando llegó la primera hembra a los corrales que la Fundación Rewilding Argentina (FRA) posee en el interior del parque. Desde enero de 2021 hasta la fecha, la población de ejemplares de yaguareté, como se conoce al jaguar en América del Sur, que camina por Iberá ha crecido de manera exponencial, ya sea por liberación tras su período de crecimiento y aclimatación en el Centro de Reintroducción que la fundación posee, o porque ya han nacido silvestres entre los esteros y bañados de unas tierras generalmente gobernadas por el agua, aunque este año sufre una sequía de niveles pocas veces vistos.
“Ahora mismo hay 16 individuos libres, aunque podrían ser 21 porque hay hembras que están en edad de haber sido madres pero todavía no hemos podido confirmar si tuvieron cachorros”, informa Sebastián Di Martino, Director de Conservación de FRA. Agustín Paviolo, coordinador del Proyecto Yaguareté, que se ocupa de estudiar los cambios que el retorno del jaguar produce en el ecosistema, coincide: “La densidad de jaguares en la isla debe ser la más alta del mundo. No tardarán mucho en comenzar a dispersarse por el resto del parque nacional”.
Los jaguares en Argentina
Argentina es el punto más al sur en la distribución del tigre americano. Originalmente, su presencia se extendía hasta el norte de la Patagonia. “Los registros históricos indican que había jaguares en las provincias de Buenos Aires, La Pampa, San Luis y en todo Córdoba”, señala Verónica Quiroga, bióloga de la Universidad de Córdoba. Pero la realidad es hoy muy distinta.
Al margen del Iberá, la especie sólo se encuentra en tres áreas del norte del país, inmersas en ecosistemas muy distintos entre sí. De este a oeste, el bosque atlántico que comparten dos parques nacionales de Brasil y la provincia de Misiones; el Chaco seco limítrofe con Paraguay; y el tramo sur de las yungas, selvas de montaña que se prolongan desde Bolivia. De acuerdo con la Dirección de Fauna Silvestre y Conservación de la Biodiversidad, la cifra total de ejemplares no superaría los 300, enfrentados a múltiples amenazas que difieren según el punto del mapa que se mire y obligan a multiplicar y diversificar los esfuerzos de conservación.
“El yaguareté es para nosotros un parque nacional andante y nuestra responsabilidad es protegerlo incluso fuera de lo que conocemos como áreas protegidas”, enfatiza Federico Granato, presidente de la Administración de Parques Nacionales, organismo dependiente del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible. La tarea está plagada de dificultades, más allá de las noticias positivas que cada tanto permiten dibujar una sonrisa.
El último relevamiento llevado a cabo en el llamado Corredor Verde que incluye Misiones y los parques brasileños de Iguaçú y Turvo fue dado a conocer en julio y determinó que la población de jaguares en esa área se mantiene estable en torno a los 90 individuos desde hace seis años.
“No estoy decepcionado”, dice Paviolo, uno de los investigadores a cargo del estudio. “Es cierto que en función de la capacidad de carga de la región [cantidad de ejemplares que puede soportar un ecosistema en función a las necesidades de una especie] esa cifra podría duplicarse, pero resulta evidente que hemos llegado a un punto de equilibrio entre las presiones humanas, las áreas de conservación y la productividad del animal”.
También ha habido buenas noticias en otras regiones. “En las yungas, las cámaras-trampa nos informan que la distribución de la especie se está extendiendo hacia lugares donde no se había registrado antes”, sostiene Granato. A su vez, en el Chaco –el punto donde la situación del tigre americano es más crítica, ya que se estima que no sobreviven más de 20 individuos– en los últimos dos años se ha confirmado la presencia de tres machos, hecho que hace muchos años no se producía. Sin embargo, cada caso tiene también su cara oscura y ninguno está a salvo de nuevos y fatales contratiempos.
En su sector argentino, las yungas ocupan zonas de las provincias de Jujuy, Salta, Tucumán y Catamarca. Los jaguares, que alguna vez podían encontrarse en cualquiera de ellas, hoy sólo se distribuyen por el 22% de ese territorio, exclusivamente en Salta y Jujuy. Aun así, se trata de la mayor población en la Argentina, entre 150 y 200 individuos según una estimación que ya cumplió más de una década y está a la espera de una actualización que no todos observan con optimismo: “La cifra real podría ser menor. Los últimos dos estudios específicos con cámaras-trampa, uno de 2013 y otro de 2021, dieron densidades preocupantemente bajas”, subraya Soledad de Bustos, directora del área silvestre protegida El Pantanoso, perteneciente a la Fundación Biodiversidad y ubicada junto al Parque Nacional Calilegua.
Verónica Quiroga muestra también su escepticismo respecto a lo que ocurre en el Chaco: “Seguimos recibiendo avisos de huellas o avistajes, pero esto ni mucho menos significa que la población de yaguaretés se esté recuperando”. En buena parte, fue la tarea por ella liderada hace algunos años lo que permitió concluir que el número de ejemplares no superaba la veintena, “una cantidad que ecológicamente equivale a la extinción”, según todos los especialistas consultados.
Los desafíos para el jaguar
Desde ya, el cambio de conducta no es unánime. El asesinato el 19 de diciembre pasado de un macho de gran tamaño en Clorinda, en la provincia de Formosa, limítrofe con Paraguay, causó un enorme impacto en todo el país. El seguimiento iniciado por la Fundación Red Yaguareté a través de las filmaciones que el propio cazador subió a su cuenta de Facebook permitió identificarlo y atraparlo, aunque hasta el momento no se le determinó ninguna sanción.
La caza continúa siendo uno de los principales problemas que ponen en peligro la supervivencia de la especie en Argentina. “En los pueblos y las ciudades pequeñas de Misiones es un esparcimiento de fin de semana que sigue muy arraigado”, asegura Paviolo, y algo semejante ocurre en Formosa y Chaco. “En las yungas el yaguareté depreda el ganado vacuno, que ocupa prácticamente todo el espacio. Entonces el dueño de esas vacas sale a matarlo, incluso por prevención, en cuanto detecta huellas en su campo”, explica de Bustos.
Nacido y criado en Iberá, Omar Rojas vive en un campo lindero a la isla San Alonso por donde ahora los jaguares caminan en libertad. “Si cuando se empezó a hablar de la vuelta del tigre le preguntabas la opinión a los vecinos te contestaban que iban a matarlo”, dice, y aunque afirma que “ahora van sabiendo que es mejor avisar para que lo retiren”, también alerta que “si algún bicho ataca una vaca puede haber problemas con los ganaderos”.
Frenar la caza furtiva atrae muchas de las iniciativas para disminuir el descenso en la cifra de individuos. Se promueven campañas de educación ambiental, se instalan luces para disuadir a los felinos de que se acerquen a los sitios de pernocta del ganado, al igual que grabadores para detectar disparos en puntos “calientes” de acceso de cazadores. Un reciente estudio efectuado durante siete meses en 90 de estos sitios a través de más de 9.500 kilómetros cuadrados del Corredor Verde de Misiones y Brasil detectó disparos en 43 de ellos.
La promoción del turismo es otro factor empleado con el mismo objetivo. “La llegada de viajeros desalienta la presencia de cazadores”, sostiene Sebastián Di Martino: “Lo notamos en el Parque Nacional El Impenetrable [Chaco]. En el primer año de apertura del camping se pasó de casi ningún visitante a 3.000 y el aumento de circulación de gente por el río Bermejo tuvo como efecto la reducción en la cantidad de disparos detectados”.
“En [el Parque Nacional] Baritú, Parques Nacionales montó un corral comunitario que está construido de tal manera que impide la entrada de los yaguaretés y permite a los vecinos agrupar allí sus vacas sin que corran riesgos. Ya hemos comenzado a levantar un segundo corral y la idea es sumar otros más”, indica Granato.
Claro que el furtivismo no es la única amenaza. Los atropellos automovilísticos son frecuentes, sobre todo en las rutas que atraviesan su área de distribución en Misiones. Allí, además de radares de control de velocidad y carteles indicativos, se puso en marcha un sistema digital de patrullaje ―el SMART― que facilita la recolección, almacenamiento, evaluación y comunicación automática de datos sobre el tránsito en las carreteras provinciales.
Aunque ninguno de estos problemas supera en gravedad a la deforestación y la fragmentación del hábitat que necesita la especie para su normal desarrollo. Lo expresa Verónica Quiroga: “El cambio de percepción de la gente con relación a la caza no servirá de nada si los yaguaretés se quedan sin bosques donde vivir”. Los yaguaretés, animales solitarios y territoriales, son grandes caminantes. Pueden recorrer hasta 40 kilómetros diarios y controlar áreas que van de 5 a 500 kilómetros cuadrados sin admitir competencia en semejante espacio.
Sólo en el Chaco la extensión sin límite de la frontera agropecuaria hacia el norte del país ha arrasado con más de seis millones de hectáreas de bosque nativo desde los años 90, y aunque ha frenado su ritmo no deja de sumar kilómetros cuadrados. La tala indiscriminada ha cortado toda conexión entre las yungas y el Chaco, y amenaza con aislar las yungas bolivianas de su prolongación en Argentina, así como los dos sectores donde aún existe presencia de la especie en la provincia de Salta.
“Hemos estado trabajando en un informe sobre la conectividad Pantanal-Chaco con gente de Bolivia y Paraguay y nos damos cuenta de que nos estamos quedando sin corredores. Los grandes núcleos poblacionales de yaguaretés en Paraguay están cada vez más aislados, desconectados del Chaco argentino y el sur de Bolivia. Es un momento clave, y necesitamos que no haya un solo desmonte más porque en las actuales condiciones el jaguar no tendrá posibilidades de recuperarse”, alerta Quiroga.
Federico Granato, el presidente de Parques Nacionales, apunta a la fragmentación como principal inconveniente en Misiones: “La generación de islas donde sólo se reproduzcan entre sí ejemplares del mismo linaje puede generar a largo plazo trastornos genéticos que terminen exponiendo a esa población a diversas enfermedades”. En 2021, la institución que dirige recibió 60 millones de dólares a través de un convenio firmado con el Banco Mundial y decidió utilizar la mitad de ese ingreso en el fortalecimiento de corredores biológicos.
Pese a todo, en las cuatro áreas donde sobrevive el jaguar hay sitio para el optimismo. Pascual Pérez suma razones para ilusionarse en Iberá: “Aquí el tigre no tiene las amenazas que existen en otros lugares del país. Entre el parque nacional y el provincial son más de 750.000 hectáreas con mucha disponibilidad de presas y sin apenas riesgos, porque estamos lejos de cascos urbanos importantes. Es un lugar mágico para que la especie siga creciendo”. Agustín Paviolo también confía en el paso del tiempo: “Los cambios culturales respecto a la caza llegarán de manera indefectible”.
El yaguareté, definido como Monumento Natural Nacional de la Argentina, vive en estado crítico pero no está del todo perdido. Los próximos diez años determinarán el éxito o el fracaso de la voluntad de salvarlo.