Cuando era adolescente, en 1970, Patricio Robles Gil y su familia viajaron de México a Tanzania, donde le disparó a un elefante y obtuvo sus colmillos como trofeo. Recuerda haber seguido las huellas del animal durante horas antes de verlo. “Imagínate la emoción que puede causar este proceso a un chico de 16 años”, dice. “Es un ritual que no tiene comparación”.
Fue una experiencia que cambió la vida de Robles Gil, que hoy en día solo fotografía animales salvajes. Su transformación de cazador a conservacionista, fotógrafo y artista le ha dado una perspectiva única sobre los debates polarizados en torno a la caza.
Dado que las poblaciones de animales salvajes de todo el mundo están experimentando un declive sin precedentes como consecuencia de diversas actividades humanas, en lo que algunos ecologistas han denominado una “aniquilación biológica“, estos debates se han vuelto cada vez más acalorados, sobre todo en torno a una pregunta: ¿es válido matar para conservar?
¿Una idea contradictoria?
La caza legal puede dividirse en tres categorías: “caza de subsistencia” para consumo personal, “caza comercial” para vender productos animales, y “caza recreativa”, en la que los cazadores persiguen y matan animales principalmente por ocio. Los defensores de la caza recreativa de trofeos afirman que puede crear puestos de trabajo, beneficiar a las comunidades locales y conservar la naturaleza. Pero los detractores señalan las dificultades de regular la actividad, o plantean dudas éticas sobre lo que significa sacrificar un animal por puro entretenimiento.
Robles Gil tiene una visión más amplia. Dice que la caza fue clave para el éxito de nuestra especie, y que los cazadores del pasado ayudaron a conservar grandes áreas y muchas especies en todo el mundo. Pone el ejemplo de los maharajás indios, argumentando que su afición a cazar tigres había protegido, irónicamente, a la especie. Pero sus opiniones sobre las prácticas modernas son más matizadas. Aunque se ha manifestado en contra de la caza insostenible de especies amenazadas, también afirma que, en casos concretos, la caza puede contribuir a la conservación.
Esta idea puede parecer contradictoria, pero la lógica subyacente es sencilla en teoría, explica Adam Hart, zoólogo y coautor del libro Trophy Hunting. “La gente que caza paga por el privilegio de cazar, paga tasas por licencias y trofeos, y ese dinero se destina a gestionar la zona y a ofrecer incentivos para mantener la vida salvaje”, explica a Dialogue Earth.
Por su parte, Nikolaj Bichel, coautor del libro junto a Hart, destacó que los investigadores han documentado el éxito de este enfoque en la conservación de especies como los osos polares en Canadá, los rinocerontes en Sudáfrica y las cabras markhor en Pakistán.
También en México hay historias de éxito.
Robles Gil menciona el emblemático ejemplo del borrego cimarrón (Ovis canadensis) de México. En toda América del Norte, la población de esta especie se desplomó de alrededor de 1 millón en 1800 a menos de 25.000 en 1950, pero desde entonces se ha recuperado y hoy hay entre 60.000 y 80.000 individuos, según un informe de 2019 de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) de México. En este país, el borrego cimarrón fue extirpado de grandes zonas del país en el siglo XX debido a la pérdida de hábitat, enfermedades del ganado y la caza ilegal. Pero la caza controlada, junto con la cría intensiva y los programas de reintroducción, han permitido que la especie se recupere de la extinción local.
Según la CITES, desde el inicio de la caza de trofeos autorizada, los números han crecido constantemente en México, con el estado de Sonora como el mejor ejemplo: entre 2006 y 2016, su población silvestre habría aumentado en un 40%, con 2.500 ejemplares adicionales en instalaciones de cría en cautiverio.
Los cazadores pagan entre 35.000 y 65.000 dólares por cazar y matar un borrego cimarrón, explica a Dialogue Earth Alejandro Juárez Reina, director de la consultora de gestión de la fauna salvaje Aljure Consultores. Dice que cuando los propietarios de las tierras se den cuenta de cuánto valen los animales, los cuidarán y se registrarán en el gobierno para que la gente pueda cazarlos.
Gestión de la fauna en México
Los cazadores en México pueden cazar 51 especies de aves y 28 especies de mamíferos, durante las temporadas de caza establecidas en la Ley General de Vida Silvestre. La regulación de la caza depende de un mecanismo creado en 1997 para permitir el aprovechamiento económico de la fauna silvestre en las zonas que se registren como Unidades de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre (UMA). La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales regula y vigila la forma en que las UMA venden los permisos de caza a los cazadores que utilizan sus terrenos.
La UMA Santa Cruz Achichipilco, en el estado central de Puebla, es un ejemplo de éxito. Según una investigación publicada en 2015, la caza del venado cola blanca (Odocoileus virginianus mexicanus) y otras especies en la UMA generó unos ingresos de entre 20.000 y 30.000 dólares durante los tres meses de caza de cada año. Se afirma que el uso controlado de los recursos cinegéticos ha reportado beneficios tanto ambientales como sociales: la población de venados cola blanca ha aumentado y su hábitat ha mejorado gracias a los esfuerzos de gestión sostenible; económicamente, se han creado puestos de trabajo y la zona ha recibido ingresos directos; y socialmente, al parecer ha aumentado la concientización sobre la conservación y se ha formado a los residentes locales en la gestión de la UMA.
En el estado suroriental de Campeche, la caza controlada y estacional en UMA ha beneficiado al parecer a los pavos ocelados (Meleagris ocellata), una especie cuyo número había disminuido considerablemente debido a la pérdida de hábitat y la sobreexplotación. Marie Palma Irizarry, presidenta de Bio Animal Wild International, explica a Dialogue Earth que las poblaciones de estas aves se recuperaron porque la caza generó toda una economía y ofreció a las comunidades menonitas inmigrantes una alternativa a la tala de tierras boscosas para la agricultura que fomentó la conservación.
¿Representan estos casos un triunfo para la conservación? Nikolaj Bichel afirma que los críticos podrían decir que la caza regulada “ha conducido a una gestión de la fauna silvestre que favorece excesivamente a los cazadores y a las especies cazadas, en lugar de a la salud general de los ecosistemas, lo que a veces es un argumento muy justo”.
Muchos retos
A pesar de los aspectos positivos de la caza recreativa, también existen numerosos desafíos biológicos, económicos e institucionales.
Aunque la caza parece haber beneficiado a las poblaciones de borrego cimarrón en México, una investigación realizada en Canadá ha revelado un curioso efecto secundario. Un estudio de 30 años de duración sobre una población salvaje demostró que la caza había contribuido a reducir el peso corporal y el tamaño de los cuernos de los borregos cimarrones machos, porque los cazadores se fijaron en los que tenían cuernos más grandes. Como consecuencia, los animales con genes de crecimiento más lento de los cuernos tenían más probabilidades de sobrevivir y reproducirse, alterando con el tiempo los rasgos de la población.
En México, la caza también se ha relacionado con impactos negativos en las estructuras sociales de los pecaríes de labios blancos (Tayassu pecari) en Calakmul, en el estado de Campeche, observándose que los animales viven en grupos de menor tamaño que pueden hacerlos más vulnerables a la depredación, un cambio directamente relacionado con la presión de la caza en la zona. En otros lugares, los investigadores han advertido que algunas UMA han intentado diversificar su oferta a los cazadores introduciendo especies exóticas, que pueden potencialmente dañar los ecosistemas locales.
Otro problema destacado por los investigadores es que muchas UMA se centran exclusivamente en la caza, lo que las hace vulnerables a las fluctuaciones del mercado cinegético y les hace perder oportunidades de adoptar actividades más sostenibles, como el ecoturismo. Los expertos también señalaron a Dialogue Earth que la complejidad de los ecosistemas y la falta de profesionales formados en la gestión integrada de la fauna salvaje dificultan a las UMA la aplicación de planes de gestión adecuados.
Para Alejandro Juárez Reina, los dos principales retos son garantizar que los ingresos generados por la caza lleguen a las comunidades locales y que exista una regulación y vigilancia adecuadas por parte de las autoridades.
“Todo el mundo habla de conservación”, dice, “pero si vas a una comunidad y dices: ‘No lo mates’ o ‘No lo toques’, y no hay ningún beneficio económico… la comunidad tiene que comer. Lo principal es generar ingresos económicos para la comunidad. Entonces, todos cuidarán de los animales”.
Los expertos también explicaron a Dialogue Earth cómo una regulación y supervisión débiles pueden dar lugar a prácticas ilegales como la caza de hembras, crías o especies protegidas. La corrupción y la falta de transparencia en la gestión de las UMA también pueden conducir a la sobreexplotación de la fauna salvaje y a la degradación del hábitat.
Pero según Arturo Berlanga, director de la organización de defensa de los derechos de los animales AnimaNaturalis México, los controles reglamentarios son prácticamente imposibles de aplicar. Señala que la Dirección General de Vida Silvestre, organismo dependiente de la Secretaría de Medio Ambiente, supervisa a más de 11.000 UMA y pequeñas o medianas empresas. Cada UMA debe presentar anualmente un plan de manejo ambiental y de vida silvestre, reportar la muerte de animales con un certificado médico veterinario y también reportar la venta o reproducción de animales.
“¿Tiene el gobierno capacidad para verificarlo?”, pregunta Berlanga. “No”.
Trofeos del triunfo
Más allá de los retos que plantea la aplicación de políticas públicas y de las cuestiones sobre el impacto ecológico, también existen preocupaciones éticas sobre la caza, especialmente en lo que respecta a la caza de trofeos. Esta práctica, en la que los cazadores conservan partes del animal ―como la cornamenta del ciervo o los cuernos del borrego cimarrón― como símbolos de su triunfo, genera debates especialmente acalorados.
Javier Sánchez, un hombre de 43 años que caza con su padre y sus hijos, dice que atesora cada momento con los trofeos que guarda en su casa de Puebla. Considera la caza como una forma de contribuir a la conservación pero, sobre todo, como una manera de encontrarse y apreciar la naturaleza con amigos y familiares. El trofeo, dice a Dialogue Earth, es solo “la cereza del pastel”.
Pero un vistazo a casi cualquier cuenta de redes sociales en la que los cazadores exhiben sus trofeos puede revelar una sólida oposición pública. Los investigadores también han sugerido que esto es especialmente cierto en el caso de los cazadores adinerados que persiguen grandes mamíferos como leones y elefantes, lo que refuerza un discurso machista, antropocéntrico y chovinista.
Los amantes de los animales nunca entenderán a los cazadores. Y los cazadores nunca entenderán a los amantes de los animalesPatricio Robles Gil, conservacionista y fotógrafo
Para Ramón Pérez Gil, presidente del Comité Mexicano de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) hay que oponerse a los “malos cazadores” y a los “gatillos alegres”, pero reconoce el potencial de la caza bien gestionada para apoyar los esfuerzos de conservación, creando un equilibrio entre las necesidades humanas y la preservación ecológica.
En una entrevista para EarthxTV, el cazador mexicano Óscar Garzón afirmó que le diría a cualquiera que le criticara por matar a un animal que está “aprovechando todo, desde la piel y la carne… todo. Cuando le das valor al animal, lo cuidas”. El objetivo, dijo, “no es venir a matar, a diestro y siniestro, lo que salga. Por el contrario, si los estudios y las autoridades te dicen que en un rancho puedes aprovechar cinco animales, te limitarás a tres, para que sea una actividad sostenible”.
Pero para Arturo Berlanga, esta forma de pensar es resultado de la Ley General de Vida Silvestre de México, que califica como “obtusa, arcaica y obsoleta” por priorizar la explotación y comercialización de los animales sobre su conservación y bienestar. Argumenta que esta ley permite que los animales salvajes sean tratados “como meros objetos y no como seres vivos con derechos”.
Berlanga cita la Declaración de Cambridge de 2012, en la que neurocientíficos concluyeron que mamíferos, aves y otros animales tienen los mismos sustratos neurológicos necesarios para generar conciencia que los humanos. La palabra “respeto” surge en su argumentación contra la caza. Pregunta a los cazadores: “¿Quién eres tú para privar de la vida a otro ser vivo?”.
El zoólogo Adam Hart afirma que algunas personas preferirían ver extinguirse especies antes que cazarlas. “Si estás éticamente en contra de la matanza de animales, incluida la caza como parte de las herramientas de conservación, entonces no importa lo grandes que sean los beneficios, nunca funcionará para ti”.
Patricio Robles Gil está de acuerdo: “Los amantes de los animales nunca entenderán a los cazadores. Y los cazadores nunca entenderán a los amantes de los animales”.
Pero, como se ha demostrado, los cazadores pueden cambiar.
Tras la pista del jaguar
Hace más de 50 años que Robles Gil, siendo un adolescente, disparó al elefante. Por aquel entonces, la caza furtiva de marfil y la conservación de los elefantes no eran temas públicos tan destacados, y dice que no se arrepiente de haber participado en la cacería.
“Ese momento cambió mi vida”, afirma. “Fue un momento de mi vida que contribuyó a una serie de cosas. Quizá contribuyó a dar forma a quien soy, un conservacionista, más respetuoso con la naturaleza”.
Describe que comenzó un “proceso gradual” en el que decidió cambiar su rifle por una cámara para, en lugar de disparar, promover la conservación de la naturaleza a través de imágenes. En 1984 publicó su primer libro de fotografía de vida silvestre. En 1992, ya había fundado dos organizaciones de conservación en México, animando a empresas privadas a comprar tierras y asegurarlas a perpetuidad para la vida silvestre.
El punto álgido de su carrera como fotógrafo de naturaleza ocurrió a orillas de los ríos Cuiabá y Piquiri, en Mato Grosso, Brasil. Llegó allí en 2010 tras 40 años intentando ver un jaguar salvaje. En su cabeza resonaban las palabras de su admirado hermano mayor, que le había dicho: “Si quieres ser un hombre, tienes que matar un jaguar con una lanza, como hacen los verdaderos cazadores en Mato Grosso”.
Durante cinco meses, Robles Gil tuvo 180 encuentros con 40 jaguares diferentes y captó algunas de las imágenes más bellas y significativas de esta especie en libertad.
No los mató. Los inmortalizó.