El incremento anticipado de la demanda de los “metales tecnológicos”, que incluye elementos poco comunes de la tierra, litio, niobio y coltán, ha desatado feroces debates sobre el destino del desarrollo de algunos de los lugares más icónicos de América Latina. La remota Amazonía, la sierra boliviana y el desierto de Sonora en México son sitios ricos en cultura y biodiversidad, y además se destacan por sus dotaciones geológicas. Algunas estimaciones calculan a las reservas combinadas de estos elementos en América Latina en unas 50 millones de toneladas, o bien, concentran aproximadamente el 40% del suministro mundial conocido hasta ahora. La tecnología minera de los metales plantea un enigma: ¿el sacrificio de los entornos locales y los medios de subsistencia constituye el precio justo a pagar por la proliferación de las tecnologías de energía limpia?
Los metales tecnológicos se llaman así porque son esenciales para la tecnología moderna tal como la conocemos, y son indispensables para cambio a la tecnología de la energía limpia. Las prácticas de las compañías mineras son tan diversas como los paisajes que excavan. Las empresas mineras de todo el mundo aceleraron la extracción de litio en Argentina, Chile, Bolivia y México con el fin de desarrollar la producción de las baterías esenciales destinadas a automóviles eléctricos, turbinas eólicas y otras tecnologías. Durante varias décadas, la mina de niobio certificada en Brasil en el estado interior de Minas Gerais ha suministrado al mundo la mayoría de los vehículos en el uso eficientes de energía, estructuras de acero y aviones con estas súper aleaciones. El coltán, extraído de manera informal en Colombia, es un insumo crucial para los teléfonos móviles, mientras que varias cooperativas mineras de pequeña escala tienen grandes esperanzas sobre los elementos poco comunes de la tierra que se considera que pueden encontrarse en los depósitos de arcilla aluvial de la Amazonía brasileña.
En muchos casos, los componentes de las tecnologías que potenciarán nuestras transiciones a la energía limpia se han producido por fuera de la región, en lugares como China. Esto significa que los materiales primarios o mínimamente procesados se extrajeron de los subsuelos de América Latina, se enviaron a fábricas operadas por empresas extranjeras en el este de Asia y luego se exportaron en forma de baterías, paneles solares, imanes y tecnologías de la información. En algunos casos, estos componentes realizan paradas intermedias en instalaciones de ensamblaje en el sudeste asiático, como los gestionados por Interplex Holdings en Singapur, el cual le vende componentes electromecánicos al fabricante de vehículos eléctricos Tesla, antes de arribar a los mercados de consumo más ricos del mercado a nivel global, incluyendo las principales metrópolis de América Latina. La posición de América Latina como exportador de materias primas e importador de tecnologías terminadas provoca una trampa sobre estas economías en el marco de una dinámica de términos de intercambio decrecientes, donde el valor de sus exportaciones es consistentemente menor que el valor de sus importaciones.
Este contexto es importante. Aunque la demanda directa de los metales de tecnología de América del Sur por parte de China acapara los titulares, se encuentra en realidad impulsada por la demanda mundial de energía limpia y tecnologías de la información. Esto significa que el ciclo de vida de nuestras tecnologías lejos está de ser limpio. Esto no debe interpretarse como un argumento en contra del despliegue generalizado de tecnologías de energía limpia, hecho que debería haber ocurrido hace dos décadas atrás. Estos elementos también se utilizan para refinar petróleo, estabilizar reactores nucleares y generar energía hidroeléctrica.
Garantizar que la generación de energía limpia sea verdaderamente limpia requiere un cambio en el status quo de la extracción de recursos. Debe estar liderado por sociedades en donde se realiza la extracción y deben contar con el apoyo de la comunidad internacional. Esta es una tarea difícil, entre otras razones por la circulación de distintos mitos como el de la conquista de El Dorado, pero en pleno siglo XXI, mitos que siguen siendo sorprendentemente generalizados entre las empresas internacionales, los funcionarios electos, las principales instituciones financieras y buscadores informales en pequeña escala. Es significativo que a menudo se comparen los metales tecnológicos con el oro: oro blanco, oro nuevo u oro del siglo XXI, porque refleja una mentalidad de hacerse rico rápidamente en la cual sólo los más audaces capturarán las riquezas más incalculables situadas por debajo de los más importantes e icónicos entornos del mundo. La rápida explotación es vista como la solución a tantos problemas como: el desarrollo nacional, la crisis climática global, la estabilidad regional, por solo nombrar algunos.
Estas son las variantes contemporáneas del mito de El Dorado. Los funcionarios electos invocan la importancia de satisfacer la demanda de recursos de China como la solución para obtener una mayor prosperidad. Los métodos propuestos se asemejan inmensamente a los proyectos de minería verde del siglo XX, en los cuales los bosques deben ser derribados, los estanques agotados y los indígenas retirados de sus tierras ancestrales para obtener los bienes. Desde Brasil hasta Bolivia y México, los defensores más extremos de la minería destructiva despliegan un particular giro nacionalista: cualquier causa que intente detener la destrucción total de entornos vitales es una afrenta al derecho soberano del desarrollo de la nación. Los mineros a pequeña escala han capitalizado este sentimiento, posicionándose en la primera línea del progreso nacional como los aventureros más riesgosos y preparados para penetrar en nuevos lugares y encontrar nuevos recursos para impulsar el desarrollo nacional. Junto con la creciente demanda de metales tecnológicos para combatir el cambio climático, el mito contemporáneo de El Dorado continúa siendo tan poderoso como siempre.
Con demasiada frecuencia, esto se presenta como un conflicto inevitable: los loables movimientos globales hacia un desarrollo tecnológico más limpio pagan el desafortunado costo de literalmente socavar los medios de vida rurales e indígenas que se desarrollan sobre los depósitos de tecnología de metales. Este marco común de David y Goliat acepta tácitamente que algunos entornos tendrán que ser destruidos para proporcionar las materias primas requeridas para una tecnología de energía más limpia para sostener el clima y al mismo tiempo dejar a la deriva a las comunidades más vulnerables. Sin embargo, un creciente grupo de investigación exhibe que la interrupción del negocio, como suele suceder, no solo concentra el interés de los medios de vida locales, sino también de un bienestar planetario más amplio. Los ecosistemas que sustentan (y son sostenidos por) las comunidades rurales e indígenas son vitales para mantener sistemas globales más amplios de estabilidad climática.
Esto nos planeta un enigma: si la estabilidad climática es el objetivo final, y las tecnologías limpias son el medio para ese fin, entonces la tecnología de los metales es indispensable. La proliferación de tecnologías más limpias y la protección de entornos remotos son esenciales para la mitigación y la adaptación climáticas. Pero si los costos sociales y ambientales de su abastecimiento agravan el cambio climático, entonces ¿qué se debe hacer?
Afortunadamente, los emocionantes avances en la extracción flexible – la práctica que consiste en fundir los residuos que contienen metales con los minerales “tradicionales”-, la reprocesamiento de relaves y el reciclaje y la recuperación de metales tecnológicos a partir de desechos electrónicos prometen un futuro para la minería que deja la violencia social y ambiental del negocio en el pasado. Los investigadores y las empresas en América del Sur fueron pioneros en estos desarrollos, a veces de forma independiente y en otras oportunidades en asociación con investigadores de América del Norte, Europa y China. Los metales tecnológicos se encuentran en abundancia en los desechos mineros existentes que esparcen al continente de épocas anteriores como en la extracción de hierro, aluminio, oro, plata, niobio y fosfato. El reprocesamiento de estos desechos tendría la triple ventaja de reducir las fuentes de contaminación existentes y proteger las áreas sensibles ante las nuevas operaciones mineras que al mismo tiempo que satisface la creciente demanda mundial.
Las entidades públicas y privadas en América del Sur deben liderar estos procesos, y las economías consumidoras en el resto del mundo deben apoyarlas. La mala noticia es que existe una considerable resistencia a un modelo más justo y sostenible en la extracción de recursos y que los intereses extractivos existentes son difíciles de desalojar. Esto en parte se debe a que la minería a gran escala tiene intereses geopolíticos más amplios, en parte debido a la falta de alternativas para los mineros de pequeña escala y a las persistentes señales de un mercado que solo acepta el precio más bajo, independientemente de los impactos ambientales. Todo esto genera en el presente dinámicas de la era colonial y del siglo XX, en las cuales las élites globales satisfacen sus necesidades de recursos y tecnología a costa de los paisajes y las vidas de América Latina.
La buena noticia es que los modelos alternativos ya se están desarrollando. Lo que necesitan es una serie de políticas de soporte. Todos tienen un rol a llevar adelante en la coordinación de intereses en el espacio global para “ecologizar” todo el ciclo de vida de las tecnologías de energía limpia. Las economías de América Latina pueden apoyar y expandir prácticas de recuperación de vanguardia, sancionar a los mineros de pequeña y gran escala que dañen paisajes y vidas vitales e invertir en el procesamiento de valor agregado para generar más ingresos a nivel local. Para China, esto significa compartir la experiencia en la remediación ambiental para evitar la recurrencia de desastres ambientales en sus fronteras mineras en América Latina. Para los principales actores del mercado global, incluidas las empresas de tecnología y sus redes de subcontratación, esto significa responsabilizar a sus proveedores de prácticas sociales y ambientalmente racionales.
Garantizar que la tecnología limpia sea verdaderamente limpia a lo largo de todo su ciclo de vida es esencial para construir un futuro sostenible.
Avery Hall contribuyó en este artículo.