Esta semana el Banco Mundial llevará a cabo su reunión anual en Lima, Perú. Es la primera vez que tiene lugar en Sudamérica desde 1967. La idea original, planificada con mucha antelación, era celebrar la vuelta de la región al crecimiento económico, pero ahora Latinoamérica tiene pocos motivos para festejar, ya que la bonanza de sus productos básicos impulsada por China ha alcanzado un límite y la región enfrenta la reducción de su crecimiento y el aumento de los conflictos sociales y ambientales.
Gracias a la bonanza de los productos básicos impulsada por China entre 2003 y 2013, los países latinoamericanos crecieron más que durante cualquier otro período desde las décadas de 1960 y 1970, cuando el crecimiento también fue elevado. Por ello, durante el boom, muchos países de la región lograron borrar el aumento de la desigualdad resultante del período del Consenso de Washington –de bajo crecimiento y plagado de crisis– entre la década de 1980 y 2002, un período asociado con los impopulares programas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Simultáneamente, China está experimentando una accidentada transición hacia una economía más basada en el consumo y ya no es la fuente del boom mundial de los productos básicos. La caída de la demanda china de materias primas explica, en parte, por qué se prevé que América Latina solo crecerá el 0,5 % en 2015.
Aunque se debe dar crédito a los líderes latinoamericanos por usar parte de los beneficios obtenidos durante el boom chino para reducir la pobreza y la desigualdad, esos mismos líderes invirtieron una magra proporción de los beneficios para diversificar la economía y aumentar la participación de actividades de servicios y manufactureras que podrían haber compensado las pérdidas, ahora que los precios de los productos básicos se han estabilizado e incluso han comenzado a caer.
Pero esta baja ofrece al Banco Mundial una segunda oportunidad en Latinoamérica: una forma en que el Banco Mundial podría ayudar a revertir la situación sería invertir más en el área de infraestructura de la región. La Organización de las Naciones Unidas estima que la región presenta una enorme brecha en su infraestructura, del 6,2 % del PBI: eso habría que invertir anualmente para cubrir sus necesidades económicas y mejorar la economía. Cerrar esta brecha generaría beneficios económicos mayores que los de otras opciones.
Un estudio reciente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) muestra que una reducción en los costos de transporte del 1 % aumentaría las exportaciones en un 4 % para México y un 7,9 % para Colombia. El FMI dice que cada dólar que se destina a infraestructura genera 1,6 dólares de producción y crecimiento en el sector privado.
De acuerdo con los recientes Objetivos de Desarrollo Sostenible, el Banco Mundial podría dar el ejemplo, en palabras de los Objetivos, ocupándose de “desarrollar infraestructuras fiables, sostenibles, resilientes y de calidad, incluidas infraestructuras regionales y transfronterizas, para apoyar el desarrollo económico y el bienestar humano, con especial hincapié en el acceso equitativo y asequible para todos”.
La demanda china de los productos básicos latinoamericanos puede estar estancándose, pero China ha ingresado en una nueva fase en su relación con Latinoamérica, liderando los avances en el financiamiento de la infraestructura. Desde la crisis financiera, los dos bancos de desarrollo chinos –el Banco de Desarrollo de China y el Banco de Exportaciones e Importaciones de China– han otorgado cuatro veces más financiamiento a los gobiernos latinoamericanos que el Banco Mundial.
Sin embargo, China ha comenzado a experimentar numerosos obstáculos en sus proyectos de infraestructura para Latinoamérica. Las dificultades debidas a la burocracia gubernamental y los conflictos sociales y ambientales en la región –incluida una protesta en Perú este mes, durante la cual la policía abrió fuego y mató a manifestantes en una mina china– han demorado o detenido numerosos proyectos. La polémica planta hidroeléctrica de Belo Monte en Brasil –financiada en parte por el Banco de Desarrollo Nacional del Brasil y una gran empresa energética china– está resultando costosa: cada día de protestas y demoras puede costarle al proyecto 1,4 millones de USD.
Según un nuevo informe coordinado por la Iniciativa para la Gobernanza Económica Mundial de la Universidad de Boston (que codirijo), los nuevos proyectos planificados por China serán aún más desafiantes. El Ferrocarril Bioceánico, para unir el Pacífico (Perú) con el Atlántico (Brasil), pasa a través de partes de los Andes y la selva amazónica: dos de los lugares más importantes del mundo desde el punto de vista ambiental, que además contienen algunas de las mayores concentraciones de pueblos indígenas.
Como informamos, la buena noticia es que los bancos y las empresas chinos a menudo se ponen a la altura de las circunstancias para cumplir o superar las normas sociales y ambientales cuando se ven presionados por los gobiernos o la sociedad civil. Desafortunadamente, en vez de controlar a los bancos y las empresas, los gobiernos latinoamericanos han aumentado la vigilancia sobre la sociedad civil para asegurarse de que no se oponga a sus nuevos benefactores.
El Banco Mundial ya aprendió a fuerza de golpes que involucrar a las comunidades locales y mitigar los impactos ambientales negativos de los grandes proyectos de infraestructura no solo es importante para la imagen de un banco, sino que también ayuda a identificar los riesgos y a proteger su rentabilidad.
En vez de ayudar a los gobiernos a aprender de estas duras lecciones para crear una nueva oleada de infraestructura en los países en vías de desarrollo, las organizaciones de la sociedad civil se están organizando en Lima para protestar contra lo que, según ellas, son esfuerzos del Banco Mundial para atenuar sus propias políticas y así competir con la arquitectura del nuevo banco de desarrollo.
Como el Banco Mundial no puede (y no debe) derrotar a los chinos, debe unirse a la arquitectura del banco de desarrollo emergente para financiar la infraestructura ecológica de manera socialmente inclusiva y ambientalmente sostenible. A pesar de que su discurso ha incluido intenciones de trabajar con China, el Banco Mundial no ha tendido demasiado su mano.
En 2013, el apoyo financiero chino al BID creó un Fondo de Cofinanciamiento Chino para América Latina y el Caribe de 2 mil millones de USD, que rápidamente logró poner en marcha dos parques eólicos en Uruguay. El proyecto representa una prometedora combinación del capital y el conocimiento sobre infraestructura de China, y la experiencia del BID sobre la región y las salvaguardas sociales y ambientales. A diferencia de los requisitos de salvaguarda del Banco Mundial, que forman parte de un proceso de ciclos del proyecto de 14 a 16 meses y pueden implicar un costo significativo para los países prestatarios, los proyectos del BID solo necesitan la mitad de tiempo para comenzar y sus salvaguardas tienen poco impacto sobre la duración y los costos en los ciclos de proyecto.
El BID considera que América Latina debe duplicar su infraestructura energética y capacidad instalada para 2030, con un costo de al menos 430 miles de millones de USD. También estima que Latinoamérica podría generar más de seis veces la capacidad mundial –ni que hablar de la latinoamericana– gracias a la energía solar, eólica, marina, geotérmica y de biomasa sin explotar en la región. La demanda existe, al igual que la oferta, pero no el financiamiento.
Dada la falta de visión de los gobiernos latinoamericanos, la ausencia de incentivos para el sector privado y la nueva visión de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, los bancos de desarrollo –incluido el Banco Mundial– deben ponerse a la altura de las circunstancias para dar el puntapié inicial al financiamiento de un crecimiento ecológico e inclusivo. Trabajar junto con los gobiernos y la sociedad civil daría al Banco Mundial una segunda oportunidad en Latinoamérica.
Este artículo se publico primero en LatinAmericaGoesGlobal.