Las relaciones de Brasil con China no deben alterarse aunque se lleve a cabo la destitución del cargo de la presidenta Dilma Rousseff para ser juzgada por delito de responsabilidad fiscal. Según determina la Constitución, el senado brasileño, al aceptar el pedido de apertura del juicio político realizado por tres juristas independientes por el cual la presidenta es apartada de su cargo por un período de hasta 180 días, deberá analizar la acusación. Durante dicho período, quien asume la Presidencia de la República es el vicepresidente Michel Temer. “Las relaciones entre Brasil y China son relaciones de Estado, no de Gobierno. No importa cuál es el gobierno que está en el Poder”, afirmó a Diálogo Chino el presidente del Consejo Empresarial Brasil-China (CEBC) Luiz Augusto de Castro Neves. Embajador de Brasil en Pekín desde 2004 hasta 2008, Castro Neves fue enfático al afirmar que no existe ninguna razón para que haya un cambio en dicha alianza. “Brasil es el aliado comercial más importante de China en América Latina. Los volúmenes de las operaciones comerciales entre Brasil y China superan los volúmenes comerciados entre todo el continente sudamericano y China”, agregó el ex-embajador. Desde 2009 China es el principal socio comercial de Brasil. El volumen de comercio alcanzado en 2015 entre ambos países fue de U$S 66.300 millones. Brasil exportó U$S 35.600 millones hacia China, e importó U$S 30.700 millones. Los chinos vienen realizando fuertes inversiones en Brasil, principalmente en los sectores de energía, minería, siderurgia y agroindustria. Según datos del Ministerio de Relaciones Exteriores, también se está registrando una diversificación en las áreas de inversión, tales como telecomunicaciones, automóviles, maquinarias, servicios bancarios e infraestructura. El economista José Roberto Mendonça de Barros, de la consultora MB Asociados, es hasta más optimista que el ex embajador. “A partir de la disminución del riesgo del escenario económico y considerando el nivel de depreciación de los activos brasileños, el país se tornará más atractivo para el capital internacional, escenario en el cual China aumentará su interés por Brasil”, afirmó a Diálogo Chino el ex secretario de política económica del Ministerio de Hacienda. Cambio cauteloso A pesar de estar de acuerdo en que la crisis brasileña puede ser una oportunidad para los inversores chinos, José Francisco de Lima Gonçalves, jefe de economistas del Banco Fator, opina que ante un eventual gobierno de Temer habría un “cambio cauteloso” en las relaciones de Brasil con China. “A pesar de que la intensificación de los contactos políticos, comerciales y financieros sea inevitable, la postura debe ser menos pragmática y más alineada con las relaciones Norte-Sur”, entiende Lima Gonçalves, que también es profesor de Historia Económica de la Universidad de San Pablo (USP). “Debería darse un realineamiento de las alianzas preferenciales, lo que significa una nueva postura, más abierta, en relación a los Estados Unidos y Europa, tanto en lo relativo al comercio como en lo relacionado a las inversiones”, afirmó en una entrevista concedida a Diálogo Chino. “La política externa de un eventual gobierno de Temer debería estar pautada por la búsqueda de acuerdos bilaterales y regionales, manteniendo y aprovechando los aliados importantes, como es el caso de China”, afirmó Mendonça de Barros. El ex embajador insistió en recordar que Michel Temer preside la Comisión Sino-Brasileña de Alto Nivel, “la instancia permanente más alta de diálogo y cooperación bilateral”, que se ocupa de las “relaciones económicas, financieras políticas; de la agricultura; de las áreas de energía y minería; de los sectores de cooperación científica, tecnológica y espacial y del intercambio cultural y educativo”, según el Itamaraty. Los tres economistas creen que Brasil seguirá exportando commodities hacia China, especialmente commodities agrícolas. “Parece quedar claro que, a lo largo del tiempo, China decidió aumentar sus importaciones de alimentos. Nuestra expectativa no es solamente dar continuidad a su fuerte demanda de soja, sino también a la demanda de maíz y carnes”, comentó Mendonça de Barros. “Aunque China esté comprando a un ritmo más lento, nuestras exportaciones hacia el país asiático son muy importantes para la corrección de las cuentas externas y para dar sustento en alguna medida a la actividad doméstica”, afirmó Lima Gonçalves. “Brasil es candidato a ser un proveedor muy importante de alimentos para China. Los chinos van a depender cada vez más de la importación de alimentos. Brasil tal vez sea el país más habilitado para proveer alimentos hacia China con bases duraderas”, dijo Castro Neves. Lo que ninguno de ellos cree es que China vaya a transformarse en un acreedor de Brasil. “El gobierno brasileño no padece de escasez de dólares, como sucede en Argentina o Venezuela. Los movimientos financieros chinos se asocian en mayor medida a proyectos de inversión o financiamiento de empresas, como se da en el caso de Petrobras”, afirmó Mendonça de Barros. “Los chinos están interesados en activos que tengan la capacidad de producir energía, minerales y alimentos. No les interesan los reales, ni los dólares. Ser acreedor significaría decir que el gobierno chino compró títulos emitidos por el gobierno brasileño. No veo por qué lo harían”, afirmó Lima Gonçalves. Las crisis Brasil está atravesando una de las peores crisis político-económicas de su historia. Por segunda vez en 24 años, se realiza un juicio político. En 1992, el entonces presidente Fernando Collor de Mello fue apartado de sus funciones debido a acusaciones de corrupción. Actualmente la presidenta Dilma Rousseff está a punto de correr la misma suerte, acusada de una maniobra fiscal: el Tesoro Nacional habría atrasado en forma proposital el envío de dinero a los bancos con el objetivo de ocultar gastos públicos. A pesar de ser un régimen presidencialista, el gobierno brasileño tradicionalmente ha funcionado con el apoyo parlamentario. Con 513 diputados federales y 81 senadores, el Congreso Nacional actualmente está compuesto por 35 partidos políticos. Electa para su segundo mandato en octubre de 2014, la presidenta Dilma Rousseff logró apenas 130 de los 513 votos de la Cámara de Diputados cuando se votó la admisibilidad de la apertura del juicio político. Reacia al contacto con los políticos, Rousseff -quien fue detenida por la dictadura militar brasileña tampoco cuenta con el apoyo de la población: sólo un 10% de los brasileños apruebam su gestión. Luego de 12 años en el poder, el Partido de los Trabajadores (PT), que eligió y reeligió al operario metalúrgico Luís Inácio Lula da Silva como Presidente de la República, está atrapado en denuncias de corrupción. Varios de sus dirigentes están involucrados – y algunos presos – debido al escándalo por el desvío de dinero público más importante de la historia del país, conocido como Lava Jato. De común acuerdo con políticos y funcionarios públicos, las empresas contratistas “ganaban” licitaciones, sobrefacturando obras para Petrobras, la petrolera más grande del país, y le transferían la diferencia a los primeros, alimentando de este modo el esquema de corrupción en Brasil. Contrariamente a Lula, su antecesor, Rousseff no tuvo la suerte de contar con un escenario económico internacional extremadamente favorable. Séptima economía del mundo, Brasil atraviesa un proceso de recesión que redujo en un 3,8% su Producto Bruto Interno (PBI) de USD 1,7 billones, el año pasado, y la inflación de 2015 fue de un 10,7%. Según el Instituto Brasileño de Estadística (IBGE), el desempleo alcanzó un 10,9% durante el primer trimestre del año, lo que representa casi un 40% del registrado durante el mismo período del año anterior. A pesar del leve aumento de un 0.4% experimentado por la producción nacional en enero, en los siete meses anteriores se acumularon pérdidas que alcanzaron el 8,7%. Esto se reflejó en el comercio minorista brasileño, que registró la peor tasa de los últimos 14 años con una caída del 4,3% durante el año pasado. Sumado a lo dicho anteriormente, el elector enfrenta además altas tasas de interés y, por lo tanto, escasez de crédito y una caída en sus ingresos debido a la inflación. Como resultado, el humor público no es de los mejores, no solamente para con Rousseff, sino con todos los políticos en general. Los últimos sondeos indican que el 62% de la población lo que quería realmente era que se realizaran nuevas elecciones, que en realidad se encuentran programadas para 2018.