La música siempre ha sido un medio simbólico de intercambio entre los países. Esto también es cierto en el caso de China. Desde la visita de Isaac Stern a China, hasta la sutileza afectiva de las interpretaciones de Glenn Gould sobre Bach descriptas en la candidatura al premio Man Booker de 2016 “No digas que no tenemos nada” de Madeleine Thie, que gira en torno al Conservatorio de Música de Shangai durante el siglo XX, la relación de China con el resto del mundo ha sido a menudo explicada a través de la música.
No es de extrañar, pues, que haya sido el laureado pianista chino Lang Lang el elegido como embajador para representar la imagen del «Año de Intercambio Cultural entre China-América Latina y el Caribe 2016», culminado en la reciente gira del Presidente Xi Jinping en América Latina.
Sin embargo, Lang Lang también representa algo más. Él cuenta con el patrocinio del Banco Industrial y Comercial de China y el Banco Comercial de China, que financia la mina de cobre de El Mirador en Ecuador – un sitio que en la actualidad continúa con conflictos sociales y ambientales. Este hecho no se perdió de vista en el grupo de campaña de Yasunidos, que organizó una manifestación durante un concierto de Lang Lang en Múnich en abril de este año.
Este «Año de Intercambio Cultural» fue anunciado por primera vez por el Presidente Xi en julio de 2014, pero ha recibido escasa atención crítica más allá de las historias de éxito publicadas en chino y en algunos medios latinoamericanos. Lo que ha significado el año, sus objetivos, resultados e impactos sociales aún no fueron analizados.
El Grupo de Artes y Entretenimiento de China, una asociación estatal de gran escala supervisada por los Ministerios de Cultura y Finanzas, respondió a la iniciativa realizando actividades de apoyo a la diplomacia cultural de la nación. Basándose en la integración económica mundial de China, establecieron los proyectos «Incorporando y saliendo», que tenían como objetivo: «expandir la influencia cultural y la bondad de China en América Latina y establecer una nueva imagen de China como una nación abierta, democrática, armoniosa e innovadora».
El segundo «Libro en Blanco» de China sobre América Latina, publicado el 24 de noviembre y que significó la continuación de un primer documento publicado en 2008, enfatizó la importancia del aprendizaje cultural mutuo en los intercambios con América Latina. Entonces, el «Año de la Cultura» formó parte de los esfuerzos de Beijing por lograr estos objetivos y amplió la actual misión de los Institutos Confucio para proporcionar «una plataforma para los intercambios culturales entre China y el mundo, así como para trazar un puente que refuerce la amistad y la cooperación”, tal como se menciona en su sitio web. Según Hanban, hay 36 Institutos Confucio en América Latina y el Caribe.
Sin embargo, la manera en la cual los latinoamericanos han sentido las dimensiones simbólicas y culturales ante el peso creciente de China en la región en los últimos tiempos, no siempre ha sido en respuesta a los estímulos chinos. De hecho, el desarrollo de actividades culturales vinculadas a China creció gradualmente desde antes del «Año de la Cultura» y se extenderá más allá de sus parámetros. Este es el caso en toda América.
Si bien muchas de las expresiones artísticas y culturales del ámbito público y privado no han estado exentas de estereotipos, también encontramos lecturas complejas de la relación entre América Latina y China, independientemente de las iniciativas dirigidas por el Estado que cuestionan el eje en torno al cual se construye esta relación.
Por ejemplo, en agosto y septiembre de 2016 Beatrice Glow realizó su exposición “Aromérica Parfumeur” en una galería perteneciente al Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile. En 2011, el argentino Sebastián Borensztein exploró temas como la comunicación y la diferencia cultural en su película “Un cuento chino”. Asimismo, la artista chilena Bruna Truffa exploró el creciente peso de los objetos industriales, culturales y estéticos chinos en América Latina y el imaginario comunista que supone este intercambio en su exposición individual “Hecho en China” (Chile, 2007). En la literatura y otros medios, se han observado otras formas complejas de observar la relación entre América Latina y China, como “La casa del dolor ajeno” (2015), de Julián Herbert, una novela y una investigación acerca de la masacre de cientos de chinos, en 1911, en Torreón, México.
De diferentes maneras, estas obras exploran la alteridad, el neocolonialismo, el racismo histórico y duradero y el papel de China y de las comunidades chinas en América Latina. Generalmente, las exposiciones gubernamentales pasan esto por alto, haciendo bastante hincapié en las imágenes «tradicionales» de China con referencia a las dinastías pasadas o al arte que ha sido desvinculado de su contenido político. En este sentido, la influencia china parece ir más allá de las iniciativas gubernamentales.
Y sin embargo, como estas exposiciones también se destacan (intencionalmente o no), mientras que la iniciativa cultural china permite que el compromiso tenga lugar en diferentes niveles, la falta de un tipo de aprendizaje mutuo más profundo y con perspectivas más críticas sigue siendo sorprendente. China no sólo continúa siendo presentada como «un otro distante», sino que el conocimiento general sobre China en América Latina es restringido y con difícil disponibilidad. Este «Año de la Cultura» es revelador en cuanto al interés de China en América Latina y muestra que China piensa que la relación evoluciona y se profundiza, pero al mismo tiempo pone en evidencia brechas importantes.
Entonces, ¿qué significa realmente el Año de Intercambio Cultural de China y Latinoamérica? Confirma el interés de China en América Latina y de América Latina en China, pero al mismo tiempo revela la complejidad y los desafíos que las relaciones culturales significan, y que van mucho más allá de esta iniciativa. En este sentido, una cosa es llevar a artistas de gira; y otra muy distinta es promover el compromiso e intercambios que puedan desarrollarse entre una gama de diferentes actores en el futuro. De hecho, las comunidades chinas están más fuertemente arraigadas en las comunidades locales más de lo que las declaraciones gubernamentales oficiales parecen reconocer, por lo que las fronteras fijas sobre lo que es (o no) estrictamente chino o latinoamericano deben ser interrogadas. Los empresarios latinoamericanos, los políticos y las sociedades civiles, muchos de los cuales probablemente no sabían absolutamente nada del «Año de la Cultura», necesitan urgentemente aprender más sobre China. Pero la forma en la cual lo harán es menos clara.
La complejidad de las relaciones entre ambas regiones se refleja en la protesta del concierto de Lang Lang en Múnich. Manifestantes le pidieron a Lang Lang que le demande a los bancos que dejen de financiar a empresas chinas acusadas por la destrucción ambiental y social de la Cordillera del Cóndor, en Ecuador. Si bien su desempeño ambiental no es necesariamente peor que el de sus homólogos suizos o estadounidenses, las compañías y bancos chinos en Ecuador y otros países de la región se han enfrentado a severas críticas y, fundamentalmente, a problemas de comunicación con grupos locales e internacionales. Si bien los proyectos extractivos chinos, tanto públicos como privados, como El Mirador y Las Bambas, han experimentado una gran oposición por distintas razones, las actividades culturales y las personalidades diplomáticas han sido recibidas con críticas limitadas.
El Año de Intercambio Cultural entre China-América Latina y el Caribe 2016, es el eco de una reflexión cada vez más creciente y seria de una relación que ya ha surgido en la literatura y otras artes, así como en los círculos académicos y tiene el potencial para crecer. Si bien estas evaluaciones llevan la relación más allá de la participación económica y a lo estrictamente dirigido por el estado, también destacan el hecho sobre la necesidad de un entendimiento más amplio y además, todavía existen muchos desafíos.