El 14 de mayo, el gobierno estadounidense anunció enormes aumentos de los tipos arancelarios sobre una serie de exportaciones chinas, la mayoría de las cuales son formas de tecnologías “verdes” o con bajas emisiones de carbono. Las medidas, que entrarán en vigor el 1 de agosto, incluyen un arancel del 100% sobre el valor de los vehículos eléctricos, del 25% sobre las baterías de iones de litio y del 50% sobre las células solares. Esto significa que los importadores de productos chinos de las categorías afectadas ―que también incluyen productos médicos, acero, aluminio y grúas para barcos― tendrán que pagar los porcentajes especificados al gobierno estadounidense en concepto de impuestos.
Los aranceles harán que estos productos dejen de ser competitivos, bloqueando de hecho su acceso al mercado estadounidense.
Además de representar un nuevo foco de tensión entre EE.UU. y China, la subida de aranceles tiene implicaciones para las transiciones energéticas mundiales, la diplomacia climática, las relaciones industriales y comerciales de América Latina y la propia naturaleza del progreso tecnológico en el siglo XXI.
Dialogue Earth habló con expertos de Europa, China y América Latina sobre estas y otras cuestiones.
Belinda Schäpe
Experta independiente y asesora sobre política climática china y las relaciones UE-China
Los recientes aranceles de EE.UU. a las tecnologías verdes marcan la siguiente etapa de una guerra comercial con China que podría ralentizar una transición energética ya retrasada en el país. Una carrera a la cabeza en la producción sería bienvenida, pero las políticas estadounidenses actuales podrían no tener el efecto previsto: las tecnologías verdes en EE.UU. probablemente se encarecerán debido a los nuevos aranceles, a pesar de las grandes subvenciones de la Ley de Reducción de la Inflación, obstaculizando los esfuerzos globales para hacer frente al cambio climático. La Unión Europea no debería transigir en sus objetivos climáticos y, en su lugar, encontrar su propia manera de hacer frente al dominio de China en el campo de las tecnologías verdes.
La UE debe equilibrar cuidadosamente sus objetivos de lograr cadenas de suministro resistentes y la resistencia climática. Eliminar precipitadamente a China de las cadenas de suministro de tecnologías verdes podría poner en peligro los objetivos climáticos de la UE. Para ello, es necesario analizar con pragmatismo la amenaza de las tecnologías verdes chinas: mientras que la dependencia de China para algunos productos puede crear riesgos económicos y estratégicos, puede no hacerlo para otros. Para garantizar una transición energética sin sobresaltos, puede ser inevitable cierta dependencia de China a corto y medio plazo, dado su dominio en las cadenas de suministro internacionales. La diversificación de estas cadenas de suministro requerirá asociaciones mundiales, en particular con los países del Sur Global, respaldadas por la potencia financiera y la innovación, en lugar de nuevos aranceles.
Con la escalada de tensiones entre EE.UU. y China, las relaciones UE-China desempeñan un papel fundamental para mantener la continuidad de los esfuerzos climáticos y el diálogo diplomático. Un inminente tira y afloja entre China y EE.UU. en materia de tecnologías verdes podría socavar la cooperación mundial sobre el clima. Bajo una segunda administración Trump, EE.UU. podría abandonar sus compromisos climáticos y, con ello, uno de sus pocos grupos de trabajo activos con China. Si el compromiso climático entre estos dos países se desmorona, recaerá en la UE la responsabilidad de colaborar más estrechamente con China para hacer avanzar los esfuerzos climáticos mundiales y hacer que el país asiático rinda cuentas de sus compromisos. La UE debe estar dispuesta a mantener su posición de liderazgo en materia climática, al tiempo que sortea con cuidado las tensiones comerciales.
Yao Zhe
Asesora de política mundial de Greenpeace Asia Oriental
Ante la proximidad de las elecciones, la decisión del presidente Biden de intensificar las disputas comerciales sobre los productos ecológicos chinos es una apuesta arriesgada. Ponerse duro con China puede ganarse a algunos votantes como beneficio político inmediato, pero podría perder la confianza de China para la cooperación climática. Se espera que China adopte contramedidas en respuesta a los nuevos aranceles, pero los diálogos sobre el clima entre Estados Unidos y China van a continuar. Sin embargo, si las disputas comerciales ecológicas siguen intensificándose, podrían impedir cualquier esfuerzo climático coordinado sustancial por parte de ambos países.
El compromiso climático entre Estados Unidos y China cuenta ahora con nuevos líderes. John Podesta, ahora el principal diplomático estadounidense para el clima, también está a cargo de la aplicación de la Ley de Reducción de la Inflación. Su doble cargo acercará inevitablemente las conversaciones sobre comercio y clima, lo que supondrá una dura prueba para la resistencia del compromiso bilateral climático.
El clima fue el vínculo especial que estabilizó las relaciones entre ambos países en tiempos difíciles. Pero las recientes medidas de EE.UU., como presionar a China con reclamos de “exceso de capacidad” y aumentar los aranceles sobre los vehículos eléctricos y los paneles solares chinos, están enviando señales contradictorias.
La competencia puede ser la base de las relaciones entre ambos países durante mucho tiempo. Pero eso no significa que tengan que competir en todos los frentes. En cuanto al clima, sigue habiendo buenas razones para cooperar, incluso en las industrias ecológicas.
Las compañías chinas están explorando oportunidades para crear empresas conjuntas y centros de fabricación en mercados extranjeros, incluido EE.UU. Esto ayudará a crear puestos de trabajo locales y crecimiento económico. Si las empresas chinas y estadounidenses desean trabajar juntas, la política no debería interponerse en su camino.
David Tyfield
Catedrático de transiciones sostenibles y economía política, Universidad de Lancaster
Los nuevos aranceles estadounidenses a los vehículos eléctricos (VE) chinos demuestran que cada vez hay voces más poderosas en Estados Unidos que entienden que con los vehículos eléctricos está en juego mucho más que una actualización menor de una tecnología establecida desde hace tiempo.
Estamos solo en el principio de la evolución sociotécnica de la movilidad eléctrica. Son cada vez más “superordenadores sobre ruedas“, en la era de la digitalización. En consecuencia, los VE no solo son fundamentales para la transformación de la movilidad y la competencia geopolítica en las industrias clave asociadas del siglo XXI, sino que también son la tecnología clave que configurará las formas de vida urbana, las visiones del (“buen”) futuro y, por lo tanto, el orden y el poder mundiales.
Dado el desfase fundamental entre las visiones del mundo de las superpotencias actuales y las emergentes, no es de extrañar que estemos asistiendo a una dinámica de creciente rivalidad y progresivo “desacoplamiento estratégico” en relación con los VE, en qué se convertirán y cómo, a su vez, configurarán el mundo a futuro.
La decidida presencia de EE.UU. en una auténtica “carrera mundial de la movilidad eléctrica” es bienvenida, no necesariamente por el ritmo cuantitativo de despliegue de los VE, ni porque la innovación estadounidense sea de algún modo “mejor”, sino porque al menos asegura una plataforma para una competencia significativa en lo que respecta al moldeado cualitativo de los VE. También garantiza que las trayectorias de esta tecnología crucial no se cedan por defecto a las exigencias del Partido Comunista Chino.
Pero el proteccionismo es una estrategia que corre el riesgo de ser contraproducente. Sin embargo, ahora es inevitable. Lo que claramente ya no está sobre la mesa es el “mejor escenario”, es decir, una estrategia de colaboración entre EE.UU. y China en la que todos salen ganando y con el menor riesgo.
Así, la forma en que este último movimiento afecte a la transición mundial hacia una movilidad sostenible dependerá de detalles complicados, y de cómo se desarrolle a medio plazo. Dado que EE.UU. y China ofrecen visiones cada vez más distintas y directamente opuestas de la movilidad eléctrica, el resto del mundo (cuyos mercados serán necesarios para ambos países) podría enfrentar a uno contra otro, lo que arrojaría un resultado global positivo. Pero también podría producirse el resultado opuesto, a medida que se agrave la división geopolítica y se frene la adopción de VE mediante ciclos de desconfianza que afecten negativamente a esta tecnología .
En resumen, los aranceles han anunciado una nueva era en la que la intensificación de la competencia mundial podría acelerar o ralentizar la adopción de los VE, pero sin duda la hará más turbulenta.
Jorge Heine
Profesor de investigación de la Pardee School of Global Studies y director interino del Pardee Center for the Study of the Longer-Range Future de la Universidad de Boston
Esto debería ser una llamada de atención para todos los países de la región, ya que puede ser el paso inicial de una escalada importante en la guerra comercial entre Estados Unidos y China. El candidato Trump ha anunciado que, como presidente, impondría un arancel del 10% a todos los bienes importados a Estados Unidos y un arancel del 60% a todos los productos chinos.
Desde los años 90, varios países latinoamericanos, entre ellos Chile, Colombia, Perú y Uruguay, han apostado por el libre comercio y por tener acceso tanto a EE.UU. como al mercado chino (cuyas economías representan el 40% del PBI mundial) para aumentar sus exportaciones y crecer. Esta apuesta les ha salido bien.
El mensaje que llega de Washington es que la era de la globalización y los mercados abiertos ha terminado. Ahora reina el proteccionismo. Para una región dotada de muchas de las materias primas clave para la transición a una economía verde, como el cobre y el litio, el objetivo no solo de los coches eléctricos, sino también de las baterías y otros productos de energía renovable como los paneles solares, es especialmente preocupante para América Latina.
Aprovechar y añadir valor a estas materias primas clave para la transición a una economía verde es, para muchos países latinoamericanos, la mejor opción para impulsar el crecimiento, tras otra “década perdida”. Los países de la región están dispuestos a trabajar tanto con Estados Unidos como con China para que esto ocurra, triangulando la relación, como ya lo hicieron en el momento álgido del auge de las materias primas.
El mensaje que llega de Washington, sin embargo, es que esto no es posible. EE.UU. da prioridad a su propio mercado interior y considera el cambio climático y la transición ecológica de la región meros daños colaterales.
Enrique Dussel
Coordinador del Centro de Estudios China-México de la Universidad Nacional Autónoma de México
En los últimos años hemos vivido un conflicto entre EE.UU. y China. Muchos hablan de “near-shoring”, “onshoring” y “offshoring” . Yo añadiría a la conversación el “security-shoring”, que sitúa la seguridad nacional estadounidense por encima del comercio y tiene un impacto directo en terceros países.
Últimamente, lo que se espera en EE.UU. es que terceros países apliquen la misma normativa contra China. Es la estrategia de “invertir, competir y alinearse” que EE.UU. ha adoptado contra China. “Alinear” afecta a terceros países, porque EE.UU. está buscando socios que se unan contra China. La expectativa es que México se alinee con la estrategia de deslocalización de seguridad en todas las áreas .
En el terreno electoral, tanto Biden como Trump coinciden en esto, y el juego es quién es más duro contra China.