Jorge Bodanzky es un cineasta que trabaja actualmente en una película documental sobre los efectos del garimpo [minería informal a pequeña escala en portugués] en la Amazonía brasileña, titulada La Amazonía: ¿un nuevo Minamata? Uno de los protagonistas de la película es Erik Jennings, neurocirujano del hospital público de Santarém, en el estado amazónico de Pará. Jennings trabaja para SESAI, la agencia de salud indígena de Brasil, y ha realizado numerosos trabajos entre las comunidades indígenas de la cuenca del río Tapajós.
Nota del editor
Este artículo es un extracto del libro The Heart of our Earth: Community resistance to mining in Latin America, del escritor británico Tom Gatehouse. Su compra estará disponible desde el 24 de marzo a través de Practical Action Publishing (sólo en inglés).
“El Dr. Erik y sus colegas estaban preocupados por el aumento significativo del número de solicitudes de sillas de ruedas para niños en edad escolar de la zona. Se trataba de niños con problemas neurológicos y de movimiento y coordinación”, explica Bodanzky. “También había indicios de una tasa muy alta de fracaso escolar y de alumnos con problemas en los estudios muy por encima de la tasa media de la región”.
¿La hipótesis de Jennings? Envenenamiento por mercurio.
El mercurio —una de las diez sustancias químicas identificadas como un grave problema de salud pública por la Organización Mundial de la Salud— se ha utilizado durante siglos como una forma barata de refinar el oro. Es indestructible y puede ser transportado cientos de kilómetros a través del agua y el viento, lo que significa que una vez liberado en el medioambiente es casi imposible de contener.
En el garimpo, el mercurio actúa como un imán, uniéndose a las partículas de oro y facilitando su separación del mineral circundante. A continuación, esta amalgama se lava para separar los residuos restantes, que luego se vierten al río. La Policía Federal brasileña calcula que los garimpeiros [mineros informales en portugués] arrojan al río Tapajós unas siete millones de toneladas de sedimentos al año, muchos de los cuales contienen mercurio.
El metilmercurio ataca el sistema nervioso central, provocando síntomas como pérdida de memoria, letargo y problemas de concentración, síntomas que pueden ser leves al principio y que a menudo se diagnostican de manera errónea. Con el tiempo —en algunos casos años después— pueden aparecer complicaciones más graves: temblores, problemas de audición y habla, deterioro cognitivo grave; en los casos más extremos, parálisis, coma y muerte. Los daños son irreversibles.
También puede atravesar la placenta y tener graves efectos tóxicos en el cerebro y el sistema nervioso durante el desarrollo embrionario. Los fetos son especialmente sensibles al metilmercurio y pueden verse afectados aunque la madre no muestre signos de intoxicación.
La película de Bodanzky establece un paralelismo con la catástrofe de Minamata en Japón, en la que miles de personas resultaron intoxicadas tras consumir pescado y mariscos contaminados con mercurio procedente de la bahía de Minamata. Se identificó como culpable a una fábrica propiedad de la Corporación Chisso, que vertió aguas residuales en la bahía durante décadas, y siguió haciéndolo incluso después de que se hubiera establecido la relación entre su contaminación y la llamada “enfermedad de Minamata”.
“Todo lo que ocurrió en Minamata ha empezado a ocurrir en la Amazonía”, afirma Bodanzky. “A otra escala, pero podemos ver lo que puede pasar si no se hace nada al respecto”.
‘Nos están matando’
El problema es especialmente grave en las comunidades que viven a orillas de los ríos, entre ellas los Munduruku, uno de los mayores grupos indígenas de Brasil. En los últimos años, se han visto sometidos a una presión cada vez mayor por parte de diversos sectores, como los madereros ilegales, los acaparadores de tierras, la agroindustria y la generación de energía hidroeléctrica.
Sin embargo, el garimpo —que ha sido una amenaza para los Munduruku de forma intermitente desde la década de 1970— explotó durante la presidencia de Jair Bolsonaro entre 2019 y 2022. Una investigación del Instituto Socioambiental descubrió que el área del Territorio Indígena Munduruku degradada por el garimpo aumentó un 363% entre enero de 2019 y mayo de 2021. El impacto en el Río Tapajós —del que dependen los Munduruku para pescar, alimentar al ganado, bañarse y transportarse— ha sido especialmente devastador.
“Sabemos que estamos enfermos, que tenemos niveles de mercurio en el cuerpo. Pero es la única fuente de alimento que tenemos”, afirma la dirigente Alessandra Munduruku. “No podemos dejar de comer pescado porque esté contaminado con mercurio. Si lo hiciéramos, todos moriríamos de hambre porque dependemos del río, dependemos del pescado para sobrevivir”.
El nivel de intoxicación por mercurio entre los Munduruku superó incluso las peores expectativas de Erik Jennings y su equipo, que han seguido de cerca la situación en los últimos años.
“Nuestra investigación [en la que participaron 109 residentes de la región del Alto Tapajós] muestra que el 99% de la población analizada tiene niveles de mercurio en la sangre que superan el umbral considerado seguro por la Organización Mundial de la Salud”, declaró Jennings a Repórter Brasil. “Algunos de ellos superan 15 veces el límite. Es extremadamente preocupante”.
“Tiene que haber algún castigo, porque nos están matando”, dice Alessandra Munduruku. “No cabe duda de que el garimpo tendrá mayores consecuencias. Actualmente los peces están muriendo por la contaminación. Las mujeres están siendo envenenadas. Ahora tenemos pruebas”.
A finales de 2020, Jennings intentó regresar a las aldeas del Alto Tapajós con el productor y el camarógrafo de Bodanzky para llevar a cabo la entrega de estos resultados a los Munduruku. Sin embargo, cuando detuvieron el avión para cargar combustible en Jacareacanga, una de las poblaciones limítrofes con el territorio indígena, fueron atacados por un grupo de indígenas pro-garimpo.
“Pensaron que nuestro equipo era de Greenpeace y se inició una fuerte discusión que se puso bastante fea”, explica Bodanzky. “Una de las indígenas empezó a pintar al equipo de rojo, signo de guerra. Nuestra productora Juliana terminó toda pintada y se asustaron mucho por lo que pudiera llegar a pasar”.
Jennings y el equipo escaparon, consiguiendo arrancar de nuevo el avión y despegar en medio de una lluvia de piedras. Milagrosamente, nadie resultó herido.