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Colombia se enfrenta a retos para mantener la sostenibilidad de su aceite de palma

La producción de palma aceitera de Colombia está alcanzando máximos históricos con un buen historial de sostenibilidad, pero la agroindustria local se enfrenta a desafíos únicos en medio de la expansión
<p>Una plantación de palma aceitera en el departamento de Meta, Colombia. Tras un importante crecimiento de la industria en las últimas décadas, el país se ha convertido en el cuarto productor y exportador mundial de aceite de palma, y casi un tercio de su producción cumple con la certificación de sostenibilidad. Pero se enfrenta a retos para mantener y aumentar este porcentaje. (Imagen: Florian Kopp / Alamy)</p>
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Una plantación de palma aceitera en el departamento de Meta, Colombia. Tras un importante crecimiento de la industria en las últimas décadas, el país se ha convertido en el cuarto productor y exportador mundial de aceite de palma, y casi un tercio de su producción cumple con la certificación de sostenibilidad. Pero se enfrenta a retos para mantener y aumentar este porcentaje. (Imagen: Florian Kopp / Alamy)

 

La palma aceitera se plantó por primera vez en Colombia en la década de 1930, y desde que los cultivos comerciales empezaron a despuntar a mediados de siglo, el país se ha convertido en el cuarto productor y exportador mundial de aceite de palma, y el primero de América. 

Pero, al igual que en otros países líderes, como los principales productores Indonesia y Malasia, la expansión del cultivo ha venido acompañada a menudo de controversias y de costes sociales y medioambientales. En Colombia, estos impactos pueden agravar los problemas existentes de infraestructuras inadecuadas, deforestación y acaparamiento de tierras, así como la inseguridad debida a la presencia de grupos armados y cultivos ilícitos de drogas.

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de la palma aceitera producida en Colombia en 2020 tuvo alguna certificación en estándares internacionales de calidad, como el que otorga la Mesa Redonda de Aceite de Palma Sostenible (RSPO).

Lo paradójico es que mientras Colombia se enfrenta a sus propios retos endémicos, también ha conseguido crear una situación en la que gran parte de su palma aceitera crece de forma sostenible, lo que le ha permitido hacer fuertes incursiones en mercados con una gran demanda de aceite de palma sostenible, como la Unión Europea, destino del 61% de la producción del país sudamericano en 2020. Ha sido un éxito aparentemente improbable, pero a medida que la producción sigue creciendo, la industria y las autoridades se enfrentan a una serie de retos que deben gestionarse cuidadosamente para garantizar la sostenibilidad. 

¿Un éxito improbable?

Colombia ha vivido más de 50 años de complejos y violentos conflictos entre el Estado, los grupos paramilitares de derecha, las bandas criminales y las guerrillas revolucionarias, como las desmovilizadas FARC -cuyos grupos disidentes aún operan- y el Ejército de Liberación Nacional, la última guerrilla reconocida. A pesar de las dificultades que atraviesa el campo colombiano en medio de este conflicto, la producción de aceite de palma se ha expandido ofreciendo alguna respuesta a la pregunta global de cómo cultivar de forma sostenible.


Alrededor del
28% de la producción colombiana cumple con algún tipo de norma de certificación (como las de la Mesa Redonda sobre Aceite de Palma Sostenible o Rainforest Alliance), lo que convierte a Colombia en el primer exportador de palma de aceite sostenible de América Latina.

Una de las particularidades que juega a favor de Colombia es el uso histórico de la tierra. En el país, gran parte de la palma aceitera se ha plantado en zonas que ya habían sido deforestadas durante muchos años, evitando así una mayor conversión de la tierra, una de las principales preocupaciones en torno al impacto medioambietal de la expansión del cultivo.

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de la deforestación está vinculada a la palma aceitera en Colombia, según el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam).

“La palma aceitera ha sustituido muchos pastos para el ganado, por lo que su impacto en los ecosistemas ha sido mínimo. De todas formas, lo que había antes no era bueno para la biodiversidad”, afirma Natalia Ocampo-Peñuela, ecologista conservacionista e investigadora de la ETH de Zúrich, una universidad pública suiza.

La disponibilidad de estas tierras ha favorecido la expansión sostenible de la industria, a lo que ha contribuido el aumento de los esfuerzos en la última década para contrarrestar y vigilar los cultivos de palma y su vínculo con la deforestación, como los mapas de la palma elaborados por el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM). El insituto proporciona mapas anuales de deforestación y un inventario de los cultivos legales e ilegales, con la ayuda del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, cartógrafo oficial del país.

Otra institución que vigila el cultivo en Colombia es Fedepalma: una federación que agrupa a la mayoría de los palmicultores del país, un gremio potente creado en 1962 que ofrece apoyo técnico, tecnológico y financiero a los cultivadores, y les ayuda a conseguir certificaciones internacionales. En 2017, Fedepalma firmó un acuerdo de deforestación cero con varios ministerios del gobierno, un compromiso que desde entonces ha ratificado.

Aunque Fedepalma ha sido criticada por pasar por alto a los agricultores más pequeños, involucrarse en conflictos legales por la tierra y tener una poderosa capacidad de presión, también facilita la aplicación y el seguimiento de las políticas públicas y sindicales con vistas a los acuerdos de conservación.

El cultivo de la palma y el empleo


Según Fedepalma, en 2020 se generaron 75.402 nuevos empleos directos y 113.104 indirectos en la industria palmera colombiana.

“El aceite de palma, como cualquier otro cultivo bien hecho, aporta beneficios al entorno natural y a las comunidades”, afirma Andrés García Azuero, director de planificación sectorial y desarrollo sostenible de Fedepalma. “La palmicultura colombiana es respetuosa con la fauna y la flora, que se integra con el paisaje, protegiendo los cursos de agua, y eso es lo que promovemos y lo que nos diferencia de otros países productores de aceite de palma.”

Como ejemplo de sostenibilidad más amplia, García Azuero señala los llanos orientales del país, donde se ven ciervos y pumas en “agroecosistemas” de palma, que contienen un mayor nivel de biodiversidad que los paisajes de monocultivos. Sin embargo, Ocampo-Peñuela dice que la mera presencia de depredadores como el puma no garantiza que la especie esté utilizando ese hábitat; “… más bien, [significa] que está de paso, y por supuesto que hay presas para ellos”. Sin embargo, matiza esto. “Eso no significa que un jaguar o un puma puedan sobrevivir en un palmar”. 

En uno de sus estudios, Ocampo-Peñuela encontró que en regiones como el piedemonte de la cuenca del Orinoco, en el oriente del país, muchos de estos cultivos han sido beneficiosos porque los palmicultores dejan bosques alrededor de los ríos. “Esto es por ley, pero ha permitido que las especies sobrevivan”, añade. Estas medidas pintan un paisaje palmero diferente al de Asia, donde se integran menos otros ecosistemas y los cultivos aparecen como un mar verde infinito.

Las amenazas persisten

Por supuesto, Colombia no se ha librado del todo de los impactos ecológicos negativos que suelen asociarse a la expansión de la palma aceitera. Éstas se centran en el desplazamiento de las especies arbóreas autóctonas y en la creciente amenaza de las plagas.

Ya en 1989, Rodrigo Bernal -quizás el científico y botánico que más sabe de palmas en Colombia- planteó su preocupación por los daños de la creciente industria palmera del país. Señala el destino de la palma de tagua autóctona de Tumaco (Phytelephas tumacana), “que antes era muy abundante y constituía la base de la economía local, ha sido arrasada para establecer plantaciones de palma aceitera, y está al borde de la extinción”, escribió en su libro Las palmas del andén del Pacífico.

Tres décadas después, Bernal afirma que hay al menos tres impactos que requieren estudios serios y -si es necesario- mitigación o compensación por parte de los palmicultores.

Un trabajador en una plantación de aceite de palma
Lee más: ¿Colombia tiene la respuesta al aceite de palma sostenible?

El primero es la hibridación fortuita entre la palma africana y la palma aceitera americana (Elaeis oleifera), que “en algunas zonas, como el valle del Magdalena, crecía de forma silvestre en áreas que se destinaban a plantaciones y ahora crece como individuos aislados en los alrededores”.

La segunda es el potencial de la palma africana como especie invasora. “He observado que la palma africana crece espontáneamente en bosques del valle del Magdalena Medio y en los alrededores de Leticia e Inírida”, dice Bernal, destacando tres rincones diferentes del país. “En Leticia [en la frontera amazónica con Perú y Brasil], por ejemplo, ha invadido bosques donde, por su gran tamaño, probablemente desplaza a las especies nativas”, dice Bernal.

Y en tercer lugar, está la amenaza del picudo de la palma, un insecto originario de Asia tropical que puede haber llegado al oeste de Colombia, “presumiblemente como consecuencia del aumento del cultivo de la palma africana”, añade Bernal. Este insecto ya ha amenazado cultivos como el chontaduro, o palma de melocotón, en Buenaventura en la Costa del Pacífico, donde acabó comiéndose gran parte de la plantación.

Otro reto de sostenibilidad es el uso del agua. La palma aceitera es un cultivo notoriamente sediento que se desarrolla en zonas bajas y húmedas. En María la Baja, en el departamento de Bolívar, por ejemplo, el suministro se ha estresado en cada estación seca. “Esto puede entrar en conflicto con otros cultivos y también con el suministro de agua para las personas que viven alrededor de estos cultivos”, advierte Ocampo-Peñuela. Añade que los pesticidas aplicados a la palma aceitera también pueden afectar a la calidad del agua y al riego de otros cultivos de la zona. 

La visión de futuro

Cualquier nuevo cultivo de palma que se planifique en Colombia debe estar diseñado para tener un impacto positivo en el medio ambiente y este es precisamente el reto en el que trabaja Ocampo-Peñuela. Actualmente está estudiando qué características de los bosques con alta densidad de palma son las mejores para la biodiversidad. Hay una serie de preguntas clave, explica a Diálogo Chino: “Si vas a diseñar una plantación de palmeras y quieres restaurar también el ecosistema, ¿cuál sería esa estrategia de restauración y cómo deberías plantar esos árboles en el paisaje de palmeras? ¿Hasta dónde puede desplazarse un pájaro o un mamífero dentro del [palmeral] para llegar a su otro hábitat o a su otra parcela de bosque?”.

Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, “los aceites vegetales alternativos como la soja, la canola o el girasol necesitan hasta nueve veces más superficie para producir cantidades equivalentes de aceite de palma”. Este escenario es ideal para una agroindustria palmera colombiana que aún tiene enormes áreas potenciales de expansión con hasta 44 millones de hectáreas de tierras degradadas disponibles, según algunas afirmaciones.

Sin embargo, esto también conlleva una enorme responsabilidad. Puede que la conversión de tierras no sea necesaria para la expansión razonable del aceite de palma en Colombia, pero el país y sus productores deben vigilar de cerca otros retos ecológicos para mantener su historial de sostenibilidad. Y aunque casi el 30% de su producción actual cumple con certificaciones sostenibles, los esfuerzos para aumentar este porcentaje deben continuar, en medio de la vertiginosa demanda mundial y la creciente ambición de las empresas de aceite de palma.