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Opinión: Brasil puede aprovechar los objetivos de ‘civilización ecológica’ de China

A medida que China persigue objetivos más ecológicos, Brasil podría reformar su propio modelo de desarrollo e influir localmente en las empresas chinas, escribe el académico Niklas Weins
<p>El presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva reunido con Li Xi, miembro del Comité Permanente del Politburó chino. Brasil podría ser un punto de partida significativo para la aplicación de las nuevas normas medioambientales chinas en el extranjero (Imagen: <a href="https://flic.kr/p/2p4B71H">Ricardo Stuckert</a> / <a href="https://flickr.com/people/palaciodoplanalto/">Palácio do Planalto</a>, <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nd/2.0/">CC BY-ND</a>)</p>

El presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva reunido con Li Xi, miembro del Comité Permanente del Politburó chino. Brasil podría ser un punto de partida significativo para la aplicación de las nuevas normas medioambientales chinas en el extranjero (Imagen: Ricardo Stuckert / Palácio do PlanaltoCC BY-ND)

Desde la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992, que fomentó la cooperación internacional en materia de desarrollo sostenible en un mundo posterior a la Guerra Fría, Brasil y China se han comprometido en cuestiones medioambientales, cooperando en el marco de las tres Convenciones de Río sobre cambio climático, biodiversidad y desertificación.

En las décadas transcurridas desde entonces, Brasil ha mantenido a menudo una imagen medioambiental positiva en el mundo, dada su rica biodiversidad -a pesar de una pérdida de bosques primarios del 8,6% en los últimos 20 años- y una combinación energética relativamente limpia, con más del 60% de su electricidad generada por energía hidroeléctrica. Esto contrasta con la reputación de China, considerada a menudo como un contaminador neto que persiguió el crecimiento a toda costa durante décadas y prestó poca atención a su medioambiente o a los compromisos mundiales de reducción de emisiones.

A medida que ha crecido la economía brasileña orientada a la exportación, se ha restado importancia a la deforestación en los biomas de la Amazonía y el Cerrado como un sacrificio necesario para el desarrollo nacional, incluso antes de que asumieran el poder los gobiernos conservadores de Michel Temer (2016-2018) y posteriormente de Jair Bolsonaro (2019-2022). China, por su parte, ha respondido al calentamiento global y a las presiones geopolíticas con políticas de reforestación masiva y reformas institucionales, que posicionan los problemas ambientales como una cuestión política y cultural más central.

China persigue actualmente una transformación nacional en el marco de la llamada “construcción de una civilización ecológica”, una de las ambiciones de su líder, Xi Jinping. El concepto filosófico, originario del pensamiento soviético, fue adoptado por los dirigentes del Partido Comunista de China hacia el año 2006, el mismo año en que el país se convirtió en la mayor fuente de dióxido de carbono del mundo, superando los 6.000 millones de toneladas de emisiones anuales.

La idea subyacente de la civilización ecológica como paradigma de desarrollo es que, para lograr un desarrollo socialista en armonía con la naturaleza, hay que superar el actual modo de civilización industrial, en una ruptura similar a la que se produjo con la civilización agrícola. Para orientar las políticas posteriores, en 2018 se incluyeron seis principios centrales en la Constitución china, el último de los cuales estipula el compromiso de China con la construcción de una “civilización ecológica global”, señalando la necesidad de transformaciones más allá de sus fronteras.

Mientras las actividades chinas en el extranjero comienzan lentamente a responder a estas ideas, la cuestión de lo que la civilización ecológica podría significar para América Latina apenas ha sido explorada en la literatura académica.

En un capítulo de libro publicado recientemente, mis coautores Jefferson Santos, Talitta Pinotti y yo presentamos algunas ideas sobre el futuro papel de la civilización ecológica para la inversión y el comercio entre Brasil y China. Sugerimos que China podría aumentar su influencia en la agenda medioambiental mundial a través de sus relaciones comerciales aplicando normas medioambientales estrictas más allá de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), su programa mundial de desarrollo de infraestructuras, del que Brasil aún no forma parte. Estas normas podrían ser más parecidas a las que está aplicando en su propio país, y Brasil sería un buen punto de partida para este tipo de iniciativas en el extranjero, de modo que la inversión externa directa de China no se convierta en parte de una competición a la baja ni corra el riesgo de crear un “paraíso de la contaminación”.

Nuestro capítulo forma parte del libro Cómo China está transformando Brasil, coordinado después de que el expresidente Jair Bolsonaro fuera destituido en 2022, que ofrece una visión general de muchas facetas de la relación cambiante entre ambos países, desde la cultura hasta la infraestructura y el medioambiente.

En el ámbito medioambiental, ya han cambiado muchas cosas desde principios de 2023. El recién restituido presidente Lula se ha comprometido a poner fin a la deforestación en la Amazonía para 2030, pero también ha despertado polémicas sobre la demarcación de tierras indígenas, recordando el poder del lobby del agronegocio brasileño que se opone a muchos de sus planes medioambientales. Como marco medioambiental idealista, la civilización ecológica de China podría ser mejor aprovechada por los líderes latinoamericanos para provocar cambios más estructurales en las propias políticas medioambientales de la región.

Brasil debe ir mucho más allá de acabar con la deforestación ilegal. Respondiendo a las ideas sobre protección de la biodiversidad y mitigación de impactos inevitables propuestas en el 14º Plan Quinquenal de China, Brasil podría justificar una descarbonización mucho más radical de su economía y establecer nuevos indicadores que incluyan por fin cuestiones socioambientales más allá del PIB, como la salud, el medioambiente, la desigualdad y la calidad del empleo.

grupo de hombres vestidos con traje sentados en sillones
La expresidenta brasileña Dilma Rousseff (segunda a la izquierda), conversa con el expresidente del Comité Permanente del Politburó chino, Wu Bangguo (segundo a la derecha), en 2011. Rousseff es ahora presidenta del Nuevo Banco de Desarrollo, con sede en Shanghái, también conocido como el “Banco de los BRICS” (Imagen: Roberto Stuckert / Palácio do Planalto, CC BY-NC)

Sin embargo, esto dependerá no sólo del respaldo del gabinete de Lula, sino también de convencer a la mayoría conservadora del Congreso brasileño. Hará falta toda la atención y habilidad retórica de Lula para subrayar la urgencia de redefinir la relación entre China y Brasil, rompiendo con el énfasis de gobiernos anteriores en las actividades extractivas, para destacar el potencial de sus interdependencias en lugar de la tenue relación neocolonial que a veces se le ha acusado de mantener con la nación asiática. Las ideas progresistas tendrán que reinventarse y encontrar sinergias entre las prácticas más ecológicas que se promueven a lo largo de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, las de los inversores chinos en Brasil y la estrategia de reindustrialización del país.

Una relación diferente

Hace treinta años, cuando China y Brasil establecieron su asociación estratégica, el mundo experimentaba un aumento sin precedentes de la cooperación y la apertura tras el final de la Guerra Fría. En 2004, se fundó la Comisión Sino-Brasileña de Alto Nivel para la Consulta y la Cooperación (COSBAN), que proporcionó un espacio único para coordinar la cooperación entre las dos economías emergentes. Más tarde, la cooperación se formalizó como una “asociación estratégica global” y, a raíz de la crisis financiera, el entorno multilateral ganó otro foro clave que involucra a las dos naciones: el bloque BRICS, en el que se reúnen con Rusia, India y Sudáfrica.

Sin embargo, muchas características de la cooperación entre ambos países han cambiado significativamente desde la década de 1990. El PIB nominal de China ha crecido rápidamente y se convirtió en la segunda economía mundial en 2010, mientras que Brasil se estancó en torno a la décima posición durante toda la década de 2010. Mientras tanto, EE.UU. y la UE empezaron a percibir a China como un rival del orden mundial dominado por Occidente, y las regiones periféricas del mundo empezaron a ver a la potencia emergente, en cambio, como un prometedor socio comercial que ponía sobre la mesa nuevas ofertas con menos condiciones, debido a su principio de no intervención en los asuntos internos.

De una relación orientada principalmente al comercio en los primeros años, la relación entre ambos países se ha diversificado considerablemente desde entonces. Entre sus intereses compartidos no solo se encuentran el desarrollo social y la lucha contra la pobreza, la innovación tecnológica o el reciente énfasis en el multilateralismo y el apoyo a las negociaciones de paz en Ucrania, sino también la lucha contra el cambio climático, sobre la que recientemente emitieron una declaración conjunta.

Aunque los sectores de la energía, la minería, el petróleo y los alimentos siguen dominando sus intercambios, la imagen que ambos países tienen del otro ha cambiado hacia una postura más cautelosa. Las inversiones chinas en Brasil alcanzaron el año pasado su nivel más bajo en 13 años, debido a los retrasos normativos, las repercusiones de la guerra de Ucrania y la priorización por parte de China de las inversiones en los países de la BRI. En otros lugares, se están planificando o ejecutando proyectos de infraestructuras como ferrocarriles, con el respaldo de China en regiones medioambientalmente sensibles de la selva amazónica y el Cerrado, que fueron facilitados bajo el enfoque medioambiental más laxo de la era Bolsonaro.

Marina Silva y Xi Jinping dándose la mano
Marina Silva, ministra de Medioambiente y Cambio Climático de Brasil, estrecha la mano del líder chino Xi Jinping durante la visita de una delegación brasileña a Beijing en abril de 2023 (Imagen: Ricardo Stuckert / Palácio do Planalto, CC BY-ND)

A escala mundial, el creciente número de compromisos políticos para detener la deforestación aborda sin duda una dimensión importante del problema, pero no llega lo suficientemente lejos. Durante la esperada visita del presidente Lula a China en abril de 2023, se reiteró la asociación estratégica entre ambos países y se dijo que había comenzado una “nueva era“. En el comunicado conjunto sobre la profundización de las relaciones, nuevas áreas de cooperación como la economía digital y la reducción de la pobreza figuraban junto a la protección del medioambiente, el cambio climático y la conservación de la biodiversidad. Estos temas ya están en la agenda de cooperación de Brasil con la Unión Europea y Estados Unidos, pero las fricciones fundamentales sobre las contribuciones financieras y la autonomía han llevado a Lula a dejar claro que Brasil no aceptará el neocolonialismo verde” en este ámbito.

En medio de un visible aumento de los fenómenos meteorológicos extremos, China podría ayudar a escribir un nuevo capítulo con Brasil y otros países del sur global. En su comunicado conjunto, ambos países hacen hincapié en la responsabilidad histórica de los países desarrollados a la hora de abordar el cambio climático y en la falta de financiación climática para que las naciones en desarrollo puedan cumplir los objetivos del Acuerdo de París. Las innovaciones políticas chinas que se alinean con sus objetivos de civilización ecológica, como los mercados de carbono, las certificaciones ecológicas y las líneas rojas ecológicas, pueden ofrecer las mejores prácticas para combinar la acción climática y la conservación de la naturaleza, y ya ofrecen posibilidades de cooperación entre China y Brasil, como señalaba un reciente artículo publicado en la National Science Review.

Aunque Brasil no forme parte de la Franja y la Ruta -en parte debido a su tradición diplomática de preferir la participación en proyectos multilaterales desde el principio-, como mayor socio comercial de China en la región, las ideas e implicaciones de la civilización ecológica influirán sin duda en las normas de toda la región.

Dentro de la COSBAN, Brasil ya está estratégicamente situado para mantener diálogos institucionalizados sobre medioambiente con China. Aunque las subcomisiones de la comisión relacionadas con el medioambiente no se reunieron durante el gobierno de Bolsonaro, la reciente declaración conjunta sobre el cambio climático estableció una nueva subcomisión dedicada al ambiente y el clima, que puede hacer avanzar significativamente esta agenda.

Los próximos pasos de Brasil y China

A pesar de los últimos indicios y de las políticas chinas que abogan por una menor dependencia de las importaciones de soja, especialmente de Sudamérica, el comercio de materias primas entre ambos seguirá teniendo futuro. La idea de la civilización ecológica china es una apuesta por un cambio civilizatorio en nuestra relación con la naturaleza. Sin embargo, los cambios que provoca en este momento parecen limitarse en gran medida a sus fronteras nacionales.

Las implicaciones para sus socios comerciales internacionales -en particular los proveedores de materias primas y productos básicos como la soja y el mineral de hierro, como es el caso de Brasil- son que sólo podrán aprovechar realmente un cambio en la política de desarrollo ecológico si “hablan el lenguaje de la civilización ecológica de China“. Esto apunta a incoherencias y contradicciones en su sexto principio de construir una civilización ecológica global: por ejemplo, la continua confianza en la tecnología para resolver los problemas medioambientales y los paralelismos con el discurso occidental sobre el “crecimiento verde” siguen prevaleciendo en las propias políticas chinas a pesar de que los académicos subrayan que “civilización ecológica no es igual a civilización industrial verde”.

Otro paso importante para la cooperación sería definir normas claras y mecanismos eficaces para librar a las cadenas de producción de delitos medioambientales y violaciones de derechos. Para ser el líder medioambiental que Brasil aspira a ser, los investigadores de la organización climática sin fines de lucro Plataforma Cipó sugieren que sus dirigentes deberían “fomentar un marco negociado multilateralmente para establecer criterios y requisitos socioambientales sólidos”.

Brasil puede ser más ambiciosa sobre cómo podría ser una civilización ecológica en su país

Si estas políticas no se comprometen a romper radicalmente con las viejas ideas desarrollistas, como la continuación del uso de combustibles fósiles y el desarrollo basado en la producción, Brasil no será un socio coherente en la construcción de una civilización ecológica global. Son necesarias conversaciones sobre economías regenerativas y sociobiodiversas, como las que tuvieron lugar en la reciente Conferencia Internacional sobre la Amazonía y las Nuevas Economías, y en iniciativas como Amazonía 4.0.

Hay que hablar más sobre la civilización ecológica de China, que expresa las deficiencias de los modelos de desarrollo industrial y centrado en el crecimiento.

Con el 50 aniversario de las relaciones diplomáticas entre Brasil y China en el horizonte el próximo año, la mayor economía de América Latina está preparada para aprovechar los cambios geopolíticos históricos como una oportunidad para redefinir su modelo de desarrollo. Brasil puede ser más ambiciosa sobre cómo podría ser una civilización ecológica en su país: exigir a los inversores normas medioambientales más estrictas y el compromiso de poner fin a la deforestación sería un primer paso importante para desarrollar una nueva relación económica más allá del extractivismo. Pero para mostrar su firme compromiso con una civilización ecológica mundial, tanto Brasil como China deben superar urgentemente su dependencia de los combustibles fósiles para cambiar de forma significativa la gobernanza medioambiental global.