En la cúspide de sus 50 años, las relaciones diplomáticas entre Brasil y China parecen estar llenas de promesas, aunque el sentimiento positivo parece no traducirse aún en beneficios concretos para el medioambiente.
Durante una visita a Beijing en 2023 del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, ambos países fijaron ambiciosos objetivos para su futura asociación, con una declaración conjunta en la que se comprometían a “ampliar, profundizar y diversificar” la cooperación bilateral en cuestiones climáticas, en ámbitos como las energías renovables, la movilidad eléctrica y las finanzas verdes.
Sin embargo, pocas asociaciones han tomado forma hasta ahora. A pesar de la construcción de un nuevo Satélite de Recursos Terrestres China-Brasil (CBERS) para vigilar la Amazonía, que sigue en marcha, y de los proyectos que se están llevando a cabo a nivel estatal, no ha habido anuncios medioambientales conjuntos desde 2023. Aparte de la buena voluntad política, no se han adoptado compromisos vinculantes.
Al mismo tiempo, persisten los retos relacionados con el comercio. Brasil está sometido a presiones para eliminar la deforestación ilegal, impulsada por la ganadería, la minería y la agricultura, mientras que China busca asegurarse el suministro de materias primas del exterior: el país sudamericano sigue siendo un proveedor clave de productos básicos para China ―su mayor socio comercial― e importa a cambio sus productos de mayor valor añadido.
Al empezar a conmemorar el 50 aniversario de sus relaciones, China ha querido destacar el papel que ha desempeñado en el apoyo al desarrollo socioeconómico de Brasil, a través de su comercio y sus inversiones. Brasil, por su parte, sigue acogiendo nuevas inversiones de empresas chinas.
Dialogue Earth habló con analistas de Brasil para conocer sus puntos de vista sobre las cinco décadas de lazos bilaterales con China, las relaciones medioambientales entre ambos países y las oportunidades de futuro.
“En los últimos 70 u 80 años, ambos han experimentado procesos de profundo desarrollo, de sociedades agrarias a urbanas, con costos medioambientales muy elevados”, afirma el politólogo y escritor Maurício Santoro. “Esto ocurrió a través del socialismo chino y el capitalismo brasileño, y ahora ambos deben lidiar con decisiones del pasado mientras aspiran a un desarrollo sostenible”.
Hasta 1992: ¿Desarrollo a toda costa?
En uno de los primeros encuentros entre ambos países, en 1843, Brasil abrió un consulado en Cantón ―la actual Guangzhou―, en el sur de China, en un intento infructuoso de importar mano de obra china. Tuvieron que pasar otros 131 años para que las relaciones diplomáticas tomaran realmente vuelo entre ambos países, cuando Brasilia reconoció formalmente al gobierno de la República Popular China el 15 de agosto de 1974.
Según Santoro, en aquella época cada nación veía a la otra como un país en desarrollo, igualmente crítico con el norte global y en busca de más autonomía.
El avance diplomático se gestó dos años antes, en la Conferencia inaugural de la ONU sobre el Medio Ambiente Humano, celebrada en 1972 en Estocolmo, Suecia. Fue la primera gran reunión de jefes de Estado convocada por la ONU para tratar cuestiones medioambientales.
Durante la conferencia, Brasil y China encontraron puntos en común: “En Estocolmo, junto con China, Brasil encabezó la alianza de países periféricos que se oponían a discutir los problemas medioambientales”, afirma Eduardo Viola, profesor de relaciones internacionales de la Universidad de São Paulo y la Fundación Getulio Vargas.
Según Viola, esta postura se alineaba con el modelo de desarrollo del gobierno militar de Brasil (1964-1985), que perseguía la extracción desenfrenada de recursos naturales, industrias altamente contaminantes y la explotación intensa de mano de obra barata y no cualificada.
El gobierno brasileño también reconoció el interés compartido por China en avanzar en su desarrollo. “La cuestión medioambiental se percibía como un obstáculo que los países desarrollados querían imponer a los países subdesarrollados”, afirma Santoro.
Este aparente rechazo de las responsabilidades medioambientales iba a durar décadas. En Brasil se inició un cambio de postura una vez restablecida oficialmente la democracia en 1988. En la Conferencia de la ONU sobre Medioambiente y Desarrollo celebrada en Río de Janeiro en 1992, Brasil presentó una actitud más progresista que durante los años de la dictadura militar, aunque siguió rechazando los objetivos obligatorios de mitigación del cambio climático.
Brasil “defendió una interpretación radical del principio de ‘responsabilidades comunes pero diferenciadas'”, afirma Viola, refiriéndose a la idea de que, aunque todos los países deben luchar contra el cambio climático, las naciones desarrolladas deben pagar la factura.
En el caso de China, esta reticencia al cambio climático tardaría en disiparse, según Viola: “En aquellos años, el discurso de Brasil era mucho más proclimático. El discurso de China no tenía nada que ver con el tema”.
Los 2000: auge de las materias primas
El comercio entre China y Brasil siguió avanzando lentamente hasta el año 2000, cuando, según los datos del comercio exterior brasileño, el valor del comercio anual se situó en 2.300 millones de dólares.
En la década siguiente, tanto en Brasil como en el resto de América Latina, se registró un enorme aumento del comercio y de las inversiones de empresas chinas, en medio de una creciente demanda de materias primas del país asiático para apoyar su rápido crecimiento económico, un periodo que se conoció como el “boom de las materias primas”.
En 2009, China se había convertido en el principal socio comercial de Brasil y era responsable de gran parte de su superávit comercial. En 2010, el valor del comercio anual había alcanzado los 56.300 millones de dólares.
La demanda china ha sido un factor que ha hecho subir el precio de muchas materias primas, lo que ha sido bien recibido en América Latina. “Es una relación mutuamente beneficiosa”, afirma Raquel Patrício, profesora de Relaciones Internacionales y experta en diplomacia Brasil-China de la Universidad de Lisboa.
Sin embargo, este patrón comercial tan arraigado ha creado una especie de desequilibrio. “Básicamente exportamos productos primarios, mientras que China exporta más productos de alta tecnología a Brasil, a veces añadiendo valor [a los productos brasileños] y devolviéndolos aquí”, explica Thais Diniz Oliveira, que investiga el comercio mundial sostenible en la Universidad de Cornell, en Estados Unidos.
Según Oliveira, el aumento de la demanda nacional e internacional de materias primas como petróleo, minerales, carne y cereales también ha sido un obstáculo para la transición energética renovable de Brasil. Dice que también se ha convertido en una carga insostenible para los biomas sensibles y las comunidades brasileñas que intentan vivir de forma tradicional.
Aunque la mayor parte de la carne vacuna producida en Brasil se destina al mercado nacional, las exportaciones brasileñas están aumentando, y China es su mayor comprador. En 2022, el tamaño del rebaño bovino brasileño alcanzó la cifra récord de 234,4 millones de vacas, frente a una población humana de 203 millones. Los mayores rebaños se encuentran en municipios de la Amazonía o el Pantanal, como São Félix do Xingu, en el estado norteño de Pará, y Corumbá, en Mato Grosso do Sul.
A diferencia de la carne vacuna, más de la mitad de la soja producida en Brasil entre 2000 y 2020 se destinó a mercados extranjeros; en 2023, el 75% de las exportaciones de soja brasileña se dirigieron a China. Un estudio de 2022 de Plataforma CIPÓ, un instituto de investigación sobre clima y gobernanza con sede en Río de Janeiro, sugería que este aumento de las exportaciones de productos primarios de Brasil a China podría haber acelerado la deforestación amazónica.
“Detrás de la producción de carne en Brasil está la deforestación”, afirma Oliveira. Y añade: “No podemos atribuir el problema de la deforestación de la soja y la carne solo a China, pero aun así, es un gran importador”.
China también ha invertido en infraestructuras brasileñas para facilitar la producción agrícola y los flujos comerciales, con la vista puesta en su propia seguridad alimentaria. Una de estas iniciativas es el ferrocarril Fiol, que unirá Figueirópolis, en el norte de Brasil, con una terminal portuaria en la ciudad costera de Ilhéus; la empresa estatal China Railway participa en su construcción.
El proyecto ha resultado controvertido entre las comunidades tradicionales que viven en sus proximidades, que denuncian grandes daños medioambientales y temen amenazas para las fuentes de agua y las industrias pesqueras locales. Sin embargo, las empresas chinas ya han renunciado a participar en el proyecto portuario.
La década de 2010: nueva diplomacia climática
Si bien el comercio bilateral entre Brasil y China ha ido en aumento, también lo han hecho los esfuerzos por frenar las emisiones de gases de efecto invernadero, lo que ha provocado una proliferación de compromisos nacionales en todo el mundo.
Eduardo Viola considera que la conferencia sobre cambio climático COP15, celebrada en Copenhague en 2009, fue el “momento de gran diferenciación” entre China y Brasil: Brasil presentó un compromiso voluntario de reducción de emisiones, mientras que “China consideró impensable acordar un pico de emisiones”.
En las semanas previas a la COP15, el entonces ministro de Medioambiente de Brasil, Carlos Minc, hizo pública una declaración en la que expresaba su frustración hacia China y Estados Unidos, ya que ambos se habían negado a comprometerse con objetivos numéricos. Las negociaciones de la COP15 resultaron difíciles y terminaron sin que ni China ni Estados Unidos presentaran objetivos claros de acción climática.
Durante la cumbre de Copenhague, Brasil y China formaron el bloque BASIC con India y Sudáfrica. Izabella Teixeira, ministra de Medioambiente de Brasil en 2010, afirmó que el bloque se convirtió en “un importante espacio de interlocución” en los años siguientes, ayudando a los países a acercar posturas. Más tarde, Brasil propuso objetivos voluntarios de reducción de emisiones, lo que reforzó su posición y le valió elogios por haber contribuido a desbloquear las negociaciones.
Finalmente se alcanzó un acuerdo global en la COP21 de París durante 2015: el hito del Acuerdo de París formalizó el objetivo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para limitar el aumento medio de la temperatura global a 1,5°C por encima de los niveles preindustriales. En la COP21, el gobierno chino mostró una creciente determinación para avanzar en la mitigación del cambio climático. “Se dieron cuenta de que si no entraban en este debate de una forma más constructiva, nunca habría un acuerdo”, afirma Santoro.
China también ha empezado a aumentar sus inversiones en nuevas tecnologías verdes. Hoy es el mayor productor y consumidor mundial de energías renovables, con un crecimiento medio de la producción del 26% anual entre 2010 y 2022.
China también desempeña un papel dominante en las cadenas mundiales de suministro de una serie de tecnologías bajas en carbono, desde la fabricación de paneles solares y turbinas eólicas hasta vehículos eléctricos y baterías de litio. “China se ha convertido en un referente tecnológico y científico en el proceso de descarbonización”, afirma Santoro, “con Brasil detrás”.
La década de 2020: ¿Nuevas formas de cooperación?
A partir de 2019, las relaciones diplomáticas entre ambas naciones entraron en un periodo más turbulento tras la llegada de Jair Bolsonaro al poder en Brasil, como primer líder del país en adoptar una postura abiertamente contraria a China. A pesar de las fricciones regulares durante su mandato de cuatro años, su fuerte interdependencia comercial significó que los negocios continuaron prosperando, incluso cuando las tensiones aumentaron durante la pandemia de Covid-19.
Una relación más amistosa se reanudó en 2023, con el regreso de Lula a la presidencia de Brasil. Su administración ha tratado de perseguir una reindustrialización más sostenible, recuperarse de los reveses medioambientales durante los años de Bolsonaro y avanzar en la transición energética del país.
En este contexto han surgido nuevas oportunidades de cooperación bilateral. “El gobierno brasileño ha establecido prioridades en materia de sostenibilidad y China tiene una puerta por la que entrar, ya sea mediante inversión directa o transferencia de tecnología”, afirma João Cumarú, investigador de la Plataforma CIPÓ, en .
Cumarú ve cuatro áreas especialmente prometedoras para la cooperación climática: reforzar las políticas de conservación de la biodiversidad; incorporar la experiencia forestal china y los enfoques políticos para recuperar áreas degradadas; cultivar una mayor participación china en la política energética brasileña; e incrementar la cooperación en política climática.
China también podría seguir el ejemplo de la Unión Europea y exigir cadenas de suministro más limpias para sus importaciones, afirma Cumarú. La UE acaba de aprobar una ley que prohíbe la compra de productos asociados a la deforestación y la violación de los derechos humanos, aunque el sector agrícola sudamericano se ha opuesto.
China quiere construir un mundo multipolar, y un Brasil fuerte le interesaAna Tereza Lopes Marra de Sousa, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Federal del ABC de São Paulo
Sin embargo, Cumarú reconoce que tales intervenciones chocarían con la política exterior habitual de China: “La práctica diplomática china de no injerencia le impide plantear esta exigencia, a diferencia de la Unión Europea, que sí lo hace directamente”.
En términos geopolíticos, China “quiere construir un mundo multipolar, y un Brasil fuerte le interesa”, afirma Ana Tereza Lopes Marra de Sousa, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Federal del ABC de São Paulo.
Marra de Sousa afirma que al gobierno brasileño, por su parte, le gustaría que China transfiriera más de su tecnología verde, pero añade que las empresas chinas pueden no ceder fácilmente tales activos. Por ello, aboga por el desarrollo tecnológico conjunto, en la línea de los proyectos pioneros de satélites de ambos países.
En 1988, un acuerdo entre Brasil y China hizo posible uno de los proyectos de cooperación bilateral más antiguos del mundo: el Satélite de Recursos Terrestres China-Brasil (CBERS), utilizado para vigilar la Amazonía. Desde entonces, se han lanzado seis satélites y dos siguen en funcionamiento. Está previsto que el séptimo, el CBERS-6, entre en órbita en 2028, y su precio, estimado en 100 millones de dólares, se repartirá a partes iguales entre ambas naciones.
El proyecto CBERS se creó inicialmente como un intercambio de conocimientos científicos, pero acabó siendo fundamental para combatir la deforestación de los biomas brasileños. “Es un programa pionero”, afirma Santoro, “y hoy es un importante modelo de desarrollo científico y tecnológico entre países del Sur Global”.