La cooperativa de aceite de palma Hondupalma es un faro de esperanza en un contexto de violencia en Honduras, afirman personas relacionadas con la empresa. Al reunir a más de 600 pequeños propietarios, todos ellos socios de la compañía, Hondupalma desafía el modelo predominante de las grandes empresas familiares de aceite de palma, explican, y añaden que también empodera a las comunidades.
Sin embargo, en medio del inquietante panorama del país, marcado por los ataques a los agricultores, la cooperativa se enfrenta a sus propios retos: le ha costado diseñar una estrategia global para afrontar los desafíos relacionados con el clima y no tiene un plan de relevo para dirigir la empresa. A medida que sus miembros envejecen, la posibilidad de que Hondupalma pierda los valores que la han sustentado se hace cada vez más real.
El gobierno hondureño empezó a promover el cultivo de la palma aceitera en la década de 1960, como parte de un plan de reformas agrarias más amplias destinadas a abordar la desigualdad de la tierra y la pobreza rural. Pero fue realmente a finales de la década de 1990 cuando la producción se disparó. Ahora, más de dos décadas después, el país cuenta con unas 200.000 hectáreas de palma aceitera que producen cerca de 600.000 toneladas de aceite al año, lo que lo convierte en uno de los principales productores de América Latina.
Aunque ha traído consigo desarrollo económico y prosperidad, el cultivo de palma no ha estado exento de controversias medioambientales y sociales. En particular, la industria ha estado plagada de disputas por la propiedad de la tierra que enfrentan a campesinos y pequeñas cooperativas con poderosos terratenientes, y a menudo terminan en violencia.
Del total de la producción nacional, el 61% proviene de solo tres empresas ―Corporación Dinant, Grupo Jaremar y Aceydesa― y sus plantaciones están ubicadas donde se han registrado los mayores niveles de violencia. Hondupalma, por su parte, produjo alrededor del 8% de la producción nacional en 2021, según cálculos basados en su informe a la RSPO (Mesa Redonda sobre Aceite de Palma Sostenible).
Para Elvin Hernández, sociólogo e investigador del ERIC-SJ, un centro hondureño de investigación y comunicación, la crisis sociopolítica que vive la industria del aceite de palma repite el patrón de las élites bananeras del siglo pasado: “Acaparar tierras, explotarlas con monocultivos y conspirar con el Estado”.
La industria del aceite de palma repite el patrón de las élites bananeras del siglo pasado: acaparar tierras, explotarlas con monocultivos y conspirar con el EstadoElvin Hernández, sociólogo e investigador del centro de investigación ERIC-SJ
En una zona del norte de Honduras ―el valle del Bajo Aguán, en el departamento de Colón―, 160 campesinos han sido asesinados en la última década. Los conflictos entre los terratenientes de la zona y los campesinos despojados de sus tierras tienen una larga historia, y no parece que vayan a resolverse pronto. Hace más de un año se hizo un nuevo intento de resolución. Los trabajadores agrícolas y la administración de la presidenta Xiomara Castro firmaron un acuerdo para reducir la violencia en la zona. El ambicioso documento pretendía poner fin a la crisis de forma integral, centrándose en los derechos humanos, la reparación a las víctimas y el acceso a la justicia mediante la investigación de los delitos cometidos contra ellas.
Sin embargo, desde esa fecha han sido asesinados otros cinco trabajadores agrícolas. ¿Qué ha pasado con la iniciativa del gobierno castrista? La situación es compleja, pero Jhony Rivas, portavoz de la Plataforma Agraria del Valle del Aguán, tiene clara una cosa: “Los terratenientes tienen mucho poder en el país”.
Un enfoque alternativo
Hondupalma, una de las empresas de aceite de palma más reconocidas del país, se fundó en 1982 en Guaymas, un pequeño pueblo del Valle de Sula, al norte de Honduras, conocido por organizaciones y comunidades como la cuna de los movimientos campesinos que lucharon por las reformas agrarias.
Ramón Cruz, o “Monchito”, uno de sus fundadores, nos cuenta que Hondupalma es fruto de los ideales que han motivado las luchas campesinaspor la tierra y la dignidad desde los años cincuenta.
Con más de 75 años, pero con una memoria excepcional, Monchito sonríe y da nombres, años, datos y acontecimientos en torno a la demanda de tierras en las últimas cuatro décadas en Honduras.
Sentado en el banco de su gran patio, a la sombra de un frondoso árbol de mango, explica que hoy “Hondupalma está entre las 50 mayores empresas de Honduras”. Cuenta con más de 10.644 hectáreas de palma aceitera repartidas en 30 plantaciones certificadas conforme a las principales normas establecidas por la RSPO y por ISCC Plus (Certificación Internacional de Sostenibilidad y Carbono).
Anualmente, estas plantaciones producen alrededor de 222.000 toneladas de racimos de fruta de palma, que ellos mismos procesan para fabricar aceite comestible, jabón, detergente y otros productos bajo sus tres marcas: Clavel, Jansur y El Portal. “Exportamos a El Salvador, Nicaragua y Guatemala e incluso a Europa; estamos en Holanda y Alemania”, dice.
Para Monchito, lo que distingue a Hondupalma es el hecho de haber logrado este éxito comercial sin perder su identidad de cooperativa socialmente responsable fundada por grupos campesinos.
Su organización es ampliamente democrática. Los 603 socios, a los que el Estado concedió tierras en el marco de la reforma agraria, están organizados en 30 empresas asociativas. Cada una elige a tres representantes para que formen parte del consejo de administración, órgano que selecciona al director general y a los cargos clave y de confianza de la empresa, todos socios o hijos de socios, explica Monchito. Los beneficios se distribuyen entre los socios, se reinvierten en la empresa o se utilizan para apoyar proyectos que benefician a los socios y sus comunidades, como formación técnica, un hospital comunitario y financiación asequible. “Se trata de un círculo virtuoso: si las comunidades y la tierra son buenas, la producción y los beneficios también lo son”.
Eduardo Hernández, presidente de la junta directiva, afirma que otro elemento que diferencia a Hondupalma es que cuenta con una empresa filial, Energéticos Renovables Hondupalma, que genera electricidad renovable exclusivamente para la empresa matriz, utilizando biogás producido a partir de las aguas residuales oleosas sobrantes del proceso de extracción del aceite de palma. La central tiene una capacidad de producción de 2000 kilovatios hora y suministra el 45% del consumo total de electricidad de Hondupalma.
Elvin Hernández reconoce la importancia del modelo cooperativo de Hondupalma, no sólo como alternativa en cuanto a la tenencia de la tierra, sino también para mitigar los impactos ambientales de la producción de aceite de palma, y la clave está en la visión de la empresa. “Lo que está ocurriendo no es lo mismo que en el Valle del Aguán, donde tres familias acumulan beneficios para sí mismas”, afirma. “En cambio, Hondupalma es una empresa con sentido comunitario y respeto por la tierra, creada para mejorar la calidad de vida de las comunidades”.
Retos socioambientales
La palma aceitera ofrece un rendimiento muy superior al de otros aceites vegetales. Pero los problemas que han afectado a la industria en el sudeste asiático, como la deforestación, la pérdida de biodiversidad y los conflictos sociales, también están presentes en Honduras. Por ejemplo, en el caso de los parques nacionales Punta Izopo y Jeanette Kawas, situados en el extremo oriental de la bahía de Tela, en el norte de Honduras, el cultivo de palma aceitera ha ocupado entre el 20% y el 30% de las áreas protegidas, respectivamente. ¿Qué propone Hondupalma ante esta realidad? Por su origen campesino y cooperativo, demuestra que en Honduras es posible una empresa de palma aceitera que supere los conflictos históricos de tenencia de la tierra. Pero, ¿es posible mitigar el impacto ambiental atribuido a la industria del aceite de palma?
Eduardo Hernández afirma que la empresa reflexiona constantemente sobre el impacto medioambiental del monocultivo y asume la responsabilidad de minimizar los efectos colaterales del cultivo de la palma aceitera. Sin embargo, la palma aceitera es el único cultivo que soporta las constantes inundaciones del Valle de Sula, afirma.
En los últimos años, Honduras ha experimentado cada vez más periodos de sequía seguidos de fuertes lluvias. La sequía es un problema para la palma aceitera porque necesita mucha agua. Honduras se encuentra dentro del “corredor seco“, una gran extensión de tierra en Centroamérica que también abarca Guatemala, El Salvador y Nicaragua. La región y su agricultura son especialmente vulnerables a los riesgos asociados al cambio climático, lo que a su vez ha tenido importantes repercusiones económicas y amenazado la seguridad alimentaria.
Aunque Honduras cuenta con abundantes fuentes de agua, el acceso a ellas, especialmente al agua potable, es cada vez más escaso. La privatización de pozos y reservas de agua potable, la contaminación por aguas residuales o desechos animales, más el consumo de las industrias extractivas, contribuyen a agotar, deteriorar y reducir las fuentes de agua.
El ecologista hondureño Juan Mejía advierte sobre la amenaza que supone la expansión del cultivo de la palma aceitera. “Cada palma africana, a partir de los 12 años, consume entre 40 y 50 litros de agua al día en promedio. Esa cantidad de agua que se extrae de la palma no se puede reponer”, afirmó.
La sequía y la falta de infraestructuras de abastecimiento han provocado una verdadera crisis hídrica que afecta a gran parte de la población hondureña.
Sin embargo, Hondupalma afirma someterse a normas internacionales de certificación como las de la RSPO, que exigen el cumplimiento de compromisos sociales y medioambientales, entre ellos, la gestión ética y transparente, el respeto de los derechos humanos y laborales y la conservación de los ecosistemas. Y éste es el compromiso constitutivo de la cooperativa, afirma Eduardo Hernández, porque “la apuesta de la empresa es la comunidad; aquí nadie trabaja para hacerse millonario o acumular beneficios para un pequeño grupo. La misión es mejorar la vida de los socios de la empresa y eso pasa por el cuidado de la tierra”.
Cuando se trata de áreas protegidas, Hondupalma ratifica su compromiso de respetarlas y preservarlas mediante visitas a sus plantaciones y la asignación de códigos que garantizan que no se afectan reservas nacionales. “Hondupalma enseña que es posible una relación armoniosa entre los agricultores, las empresas, la producción de palma y el medioambiente”, concluye Elvin Hernández. “Pero para ello hay que renunciar al acaparamiento de tierras, al dinero como fin y a la violencia como medio”.
Las deficiencias de Hondupalma
Mejía tiene claros algunos de los retos de Hondupalma: “Puedo hablar de las maravillas de Hondupalma, y luego de las deudas que aún arrastra”.
Una de esas deudas o problemas es la grave falta de rotación en el liderazgo: “Los socios que recuperaron tierras en los 70 y 80 y crearon la base de Hondupalma hoy son de edad avanzada y sus hijos no necesariamente quieren tomar el relevo”. Mejía se refiere no sólo a la falta de jóvenes que se incorporen como socios, sino también a un cambio en los valores y principios de los que sí lo hacen. Otra cuestión es medioambiental: es cierto que la cooperativa respeta las normas internacionales relacionadas con la responsabilidad social y medioambiental, pero no hace más de lo necesario.
En un panorama político y empresarial difícil, Hondupalma ha cosechado grandes éxitos en sus primeras décadas. De cara al futuro, es probable que estos retos ―en particular, sobrevivir en un mercado competitivo con márgenes reducidos, dominado por empresas respaldadas por familias poderosas― perduren. Encontrar un liderazgo que preserve los principios colectivos de la empresa, que hasta ahora han ofrecido un modelo alternativo convincente, podría ser vital para garantizar su éxito en el futuro.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en China Dialogue.